Guillermo Hurtado
Me invade la nostalgia cuando tomo en mis manos el viejo libro encuadernado en piel azul. En la esquina derecha superior de la primera página está anotado el nombre de mi madre. Su letra era todavía infantil, tendría no más de ocho años cuando hizo la inscripción. Ese mismo libro lo leí yo, cuando era niño, y luego lo leyó mi hijo, cuando aún cursaba la primaria. Tres generaciones de la misma familia mexicana han pasado las hojas de este libro tan alabado y criticado.
Corazón, diario de un niño, de Edmundo de Amicis, fue publicado en 1886, después de la unificación italiana, y nos describe la vida diaria de una escuela para varones en Turín, en la que conviven niños de todas las regiones del país y de todas las clases sociales. Corazón nos presenta a la escuela pública, como el sitio privilegiado en donde se construye la patria de acuerdo a los ideales del esfuerzo, la honradez y la solidaridad. Enrique, el protagonista del libro, escribe en un diario sus vivencias en la escuela e intercala cartas y pequeñas narraciones moralizantes.
En 1925, Corazón fue editado en México por la SEP, con un tiraje de 50 mil ejemplares y un prólogo de Manuel Puig Casauranc, a la sazón, Secretario del ramo. Puig Casauranc afirmaba que la novela no sólo era una pieza literaria, sino que tenía alcances pedagógicos, ya que inculcaba en los niños los ideales y los valores más altos. Sin embargo, no todos los intelectuales mexicanos estuvieron de acuerdo con esa opinión.
Algunos de ellos consideraron, por el contrario, que el libro no sólo era una mala novela, sino que los valores que propugnaba eran retrógrados, burgueses y chovinistas. (Sobre esta polémica, vid. Víctor Díaz Arciniega, Querella por la cultura “revolucionaria” (1925), México, FCE, 2010.)
De Amicis no es Proust ni Joyce, eso es evidente. Su novela es melodramática y los valores que defiende son cuestionables. Sin embargo, tiene el efecto poderoso de quedarse grabada en la mente infantil. Yo la leí hace muchas décadas y me sigo acordando de cada una de sus historias como si la hubiera leído ayer. Algunos dirán que no se olvida porque es traumática y que, por eso mismo, debería eliminarse de las listas de lectura infantiles. Pero a pesar de todas las críticas se ha mantenido en esas listas. Me sorprendió enterarme que en la escuela de mi hijo se la hubieran asignado como lectura obligatoria hace pocos años.
Los héroes infantiles de Corazón son niños que asumen responsabilidades de adultos y que, en ocasiones, tienen que sacrificarse por su familia o por la patria. Una de las historias más conmovedora del libro es “El pequeño escribiente florentino”. En esa narración, un niño labora en secreto por las noches para ayudar en el trabajo de su padre. Como el niño se desvela, el padre lo regaña cruelmente por no cumplir con sus deberes escolares. La lectura de Corazón no incitó en mí la voluntad de sacrificarme por mis padres o por mi patria —mi egoísmo infantil era más poderoso que cualquier lección moral— pero sí tocó mi alma de tal manera, que, con el paso de los años, llegué a admirar esas muestras de abnegación.
Los maestros de Corazón son siempre figuras sabias y venerables. En un capítulo del libro, el padre del narrador visita a su viejo maestro de primaria.
Al verlo llegar, el maestro se acuerda del padre y lo recibe en su humildísima casa. En mis fantasías de adulto me he imaginado como ese maestro, como un héroe discreto que dio su vida por la educación y que vive retirado y casi en la pobreza, pero con la honda satisfacción de haber servido a los demás, sin esperar recompensa. Pero, como dije, son fantasías de adulto. La vara de ese inolvidable
maestro de Corazón siempre me quedará muy alta.
En las últimas décadas, la literatura infantil y juvenil ha tenido un boom espectacular. Ahora hay más libros para estas edades que nunca antes en la historia. Seguramente hay otros libros mejor escritos y más educativos que Corazón, pero si llego a tener nietos, les daré a leer ese volumen encuadernado en piel azul, que guardo celosamente en mi biblioteca.
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