Educar para la democracia

Educar para la democracia
Por:
  • Martin-Vivanco

Hace unos días en un foro con estudiantes me preguntaron mi opinión sobre la relación entre democracia y educación. En concreto, si era por falta de educación que no valoremos los avances democráticos que hemos tenido como país en los últimos 30 años y que exista cada vez más un descontento con la democracia y la política en general. La pregunta es interesantísima y la respuesta amerita un estudio doctoral, pero aventuro aquí unas pequeñas reflexiones sobre el tema.

Como dice Rodolfo Vázquez, la educación es un bien que una vez consumido se convierte en parte constitutiva de la persona. Es decir, el proceso educativo transforma cualitativamente a una persona, la hace diferente, la hace otro u otra. La democracia precisa de esta tarea transformadora, ya que –como dice Bobbio– una de las cualidades de la democracia es su carácter dinámico: siempre habrá competencia electoral, nuevas ideas a sopesar, nuevos problemas a resolver. Y eso requiere de ciudadanos que puedan adaptarse a nuevas situaciones.

Ahora bien, no cualquier modelo educativo arroja este tipo de ciudadanía. Se requiere uno que impulse el pensamiento crítico y la empatía. Estas dos características constituyen las fibras del tejido democrático.

Ahí donde el ciudadano no puede discernir y ponderar las distintas ofertas políticas, no hay democracia posible. Para esto requiere de una red conceptual que le permita comparar propuestas, echar luz a las mismas a través del lente de la historia, y, sobre todo, que le permita engarzar su situación personal con aquello que se debate en la arena pública. Otra vez Bobbio: el voto en sí mismo tiene una función educativa, ya que permite que el votante salga de la estrechez de su trabajo y vida cotidiana y vislumbre la relación que hay entre él y el mundo de lo político. Por eso es necesario el pensamiento crítico: para saberse parte de algo más grande y asumirse como agente activo y transformador de nuestra realidad.

La empatía también es fundamental. Si los ciudadanos no pueden apreciar el mundo desde el punto de vista de los demás, le quitarán al proceso democrático su carácter pluralista e incluyente. La democracia es un proceso de experiencias comunicadas, donde todos y cada uno de sus miembros viven una vida digna de consideración y respeto en tanto no afecten las libertades y los derechos de los demás. Para apreciar el valor de este estilo de vida asociado, se requiere de la empatía. Y ésta sólo echa raíz ahí en donde se ha sembrado la semilla de las humanidades. Será el cultivo del arte en general, lo que nos permitirá conocernos mejor a nosotros mismos y entrever lo que nos une con lo demás: ese mundo de experiencias a comunicar, ese mundo de significados comunes que le da sentido a nuestra vida colectiva.

Por eso la educación no puede verse desde la mera óptica de la funcionalidad, donde lo que interesa es solamente preparar a egresados con las características que demanda el mercado. Necesitamos educar para la libertad, para la igualdad, para la fraternidad. Este tipo de educación no forma “capital humano” sino que es más una transmisión simbólica de ciertos valores que son prerequisitos para la democracia misma. Una vez que entendamos que la democracia se construye día con día, y que es valioso protegerla, empezaremos a revalorar lo político y a aquilatar lo mucho que hemos avanzado en los últimos 30 años. La buena noticia es que en México vamos por buen camino: el Nuevo Modelo Educativo traza la ruta para lograrlo. Pero ojo: no será de la noche a la mañana. Tomará tiempo. Lo importante era dar el primer paso, y ya se hizo.