El misterio de pensar

El misterio de pensar
Por:
  • Martin-Vivanco

Hay pocas cosas que me llamen tanto la atención como la de por qué pensamos lo que pensamos. Es un proceso que encuentro fascinante, casi místico. ¿Cómo se forman los pensamientos? ¿Qué nos lleva a tomar una decisión y no otra? ¿Cómo se construye una opinión? ¿Qué es lo que nos lleva a actuar de tal o cual manera? En esta época plagada de incertidumbre estas preguntas cobran mucho más importancia. Aquí enumero sólo algunas de las múltiples trampas que nuestra mente nos pone. Veamos.

Sesgo de confirmación. Se puede resumir en la frase: primero pienso y luego confirmo. Como dice Sofía Mosqueda[1], “es la tendencia que tiene la gente de sólo aceptar la información que respalda y/o apoya sus creencias, y de automáticamente descartar la información que la contradiga sin llevar a cabo un proceso crítico de análisis de los argumentos presentados”. Es decir, si a mí me gusta una mujer, y yo creo que a ella yo también le gusto, todas sus acciones van a confirmar mi creencia de que ella se siente atraída por mí. Si no contesta los mensajes, se está haciendo la interesante; si no me regresa las llamadas, está muy ocupada; si sale con otro, es para darme celos. Literalmente escogemos los hechos del mundo para que encajen con nuestras creencias, cuando debería ser al revés.

Sesgo personal. Éste se puede resumir en la siguiente frase: todos están mal, menos yo, o yo no tanto. Siempre vamos a ser altamente críticos con los argumentos de los demás, siempre vamos a ver los defectos, las falacias, pero cuando analizamos los propios, nuestro umbral de crítica es mucho menor. No es casual: esto responde a un instinto de supervivencia. Tenemos que tomar decisiones y actuar en consecuencia e ignorar lo que los demás nos puedan decir, especialmente si lo hacen sólo para perjudicarnos (lo cual en la época primitiva era muy importante). Pero hoy en día, en plena era de la información, la capacidad de autocrítica se vuelve indispensable. El mero ejercicio nos permitiría separar lo importante de lo nimio, lo verdadero de lo falso. En una nuez: sin autocrítica es muy difícil establecer diálogos democráticos constructivos.

La ilusión de la explicación profunda. La propia dinámica social, nuestro actuar cotidiano, hace que deleguemos mucha responsabilidad de conocimiento: uno va al médico y confía en su diagnóstico y en la solución. Eso va construyendo una cadena de confianza en la especialización. Pasa con los pilotos de avión, con los ingenieros de algún dispositivo que usamos, con los expertos en tecnología y un largo etcétera. Uno vive así su vida diaria: despreocupándose por conocimientos demasiado especializados y confiando en que un experto se hará cargo. El problema es cuando esto pasa en el mundo de lo social y de lo político. Una cosa es no saber por qué vuela un avión y una muy distinta por qué apoyar feminismo o condenar la pena de muerte. En lo político confiar en la opinión de los demás y no tener claras las razones por la cuales se cree en algo, mina lo que ya se dijo: esa posibilidad de diálogo democrático.

Estos son sólo tres botones de muestra de que la razón no juega el papel que realmente le asignamos en nuestra vida. La pregunta es, pues, ¿cómo convivimos, cómo hemos encontrado la manera de construir bienes públicos si es tan difícil el entendimiento? Porque, a pesar de esto, a lo largo de la historia hemos sido conscientes de nuestras limitaciones (la Ilustración se trató de reivindicar a la razón como instrumento de civilidad), porque hemos construido instituciones que nos obligan a revisar nuestras creencias (la principal es el sistema democrático), y porque seguimos dotando a la verdad de un valor supremo. En estos tiempos tan convulsos, vale la pena recordarlo.

 

 

[1] Aquí puede consultarse el texto en el que saco todas las referencias: http://economia.nexos.com.mx/?p=313