El sistema Putin

El sistema Putin
Por:
  • jaume

Para numerosos expertos en los asuntos rusos, la autocracia constituye un factor permanente de la historia del país euroasiático. Este modo de concebir y ejercer el poder adopta la forma de un estado fuerte, capaz de responder a las demandas de seguridad, redistribución y modernización que acechan al país desde el siglo XVI. Lo que ha favorecido, desde Iván el Terrible a la fecha, la recurrencia de un poder personalizado, militarista e imperial; concentrador de todos los recursos humanos y materiales de la nación.

En este siglo, dicho modelo ha adoptado la forma de un autoritarismo competitivo, en que lo primero —el poder autocrático— avanza cada vez más en detrimento de los derechos civiles y políticos de la ciudadanía. Se trata de un régimen de fachada civil, en el cual si bien las instituciones democráticas —elecciones, parlamento, partidos— formalmente subsisten; el oficialismo posee y emplea un amplio conjunto de recursos —manipulación electoral, control de medios, abuso de recursos públicos, formas de represión y movilización— desequilibrando la cancha en su beneficio.

En el sistema Putin, el presidente monopoliza las decisiones claves; apoyado por los servicios de seguridad y las fuerzas armadas. Las formas no institucionales de gobernanza ligan concéntricamente, alrededor del presidente, a sus allegados de la antigua KGB, sectores de la burocracia y caudillos regionales; con arreglo a criterios de lealtad, parentesco, procedencia territorial o laboral. Y si bien semejante personalismo amplifica los déficits institucionales del Estado ruso, sirve a corto plazo para distribuir recursos, movilizar adherentes, garantizar la lealtad al poder y la reproducción del régimen.

Viejos rasgos de la era soviética —cuadros promovidos por su lealtad antes que por su desempeño, métodos administrativos y policiacos para tratar con los disidentes— se combinan hoy con la extensión del clientelismo social y la participación de varios grupos de interés en el usufructo de la renta pública, distribuida por el Estado. Dado el control estatal sobre buena parte de la economía —en especial la producción de hidrocarburos y la industria de defensa— y la amplia empleomanía pública políticamente dependiente, no es sorpresa que las cotas de popularidad de Vladímir Vladímirovich se hayan mantenido altas por tanto tiempo. Ayudadas, coyunturalmente, por la ola de nacionalismo y xenofobia revanchista generadas tras la crisis y ocupación de Crimea. De tal suerte, la mezcla de represión, clientela y propaganda ha cocido un peculiar menú político en Rusia, en el cual la desacreditada democracia no figura como ingrediente apetecible para amplios segmentos de la ciudadanía.