Elección a la chilena

Elección a la chilena
Por:
  • Martin-Vivanco

Mientras escribo estas líneas, miles de chilenos votan para elegir a su próximo Presidente y a otras tantas autoridades. La mayoría de las encuestas arroja como ganador de la presidencia a Sebastián Piñera, el expresidente y magnate que promete darle nuevos bríos a la derecha política en el país. Después de toda la expectativa que generó el regreso de Michelle Bachelet a La Moneda hace cuatro años, resulta interesante la estrepitosa caída política del oficialismo y, con ella, una ruptura de la coalición de centro-izquierda que lideró Chile desde el retorno de la democracia en 1990. ¿Qué pasó?

El mejor análisis de lo acontecido lo encuentro en la columna que hoy publica Carlos Peña –uno de los más agudos intelectuales chilenos- en el diario El Mercurio. En una nuez: la izquierda es víctima de sus propios éxitos y de no saber leer el nuevo espíritu de los tiempos. Desde el retorno de la democracia, Chile vivió una época de oro: crecimiento económico, reformas políticas que desterraron los enclaves de la dictadura y ampliaron libertades, la emergencia de una clase media pujante, reformas educativas, laborales y fiscales que cambiaron el rostro de ese país. El gobierno de Bachelet no interrumpió el proceso; al contrario, quiso profundizar los cambios. En algunos tuvo éxito, en otros no.

Lo que falló, entonces, no se inscribe en el terreno de la realidad, sino en ese otro que transforma cómo percibimos ésta: el discursivo. El discurso de Bachelet –y de varios de sus colaboradores- fue uno de corte añejo, lleno de una ideología redentora que ya no conecta con el electorado. Como dice Carlos Peña: “cuando la sociedad se moderniza y aumenta el bienestar, que es lo que ha ocurrido en las últimas décadas, el rostro cambiante del futuro, el futuro que dibujan los grandes proyectos y las fantasías ideológicas, más que un consuelo por los malestares del presente parece una amenaza.” Así o más claro. El problema estuvo en intentar refundar algo que no necesitaba de refundación –lo vimos con el debate de la Nueva Constitución-; de intentar dotar coherencia a un océano de pulsiones de tan diversa índole que es prácticamente imposible insertarlas en las típicas categorías de izquierda o de derecha. Hoy lo que vemos es un mundo lleno de individualidades que piden se les reconozca el plan de vida que ellos han trazado para sí; y que demandan que la política se convierta en esa actividad que le dé cauce a esa pluralidad. Al tratar de simplificar el mundo entre buenos y malos, aparece un aire que sofoca la diversidad, cuando lo que se necesita es un aire que la aliente y le otorgue vida institucional. Este fue el gran error de Bachelet y sus colaboradores: ideologizar el presente y el futuro. Y por eso van a perder.

Concluyo: la elección chilena dejará una gran enseñanza a los procesos electorales venideros en América Latina, otra vez Peña: “la política es no solo el arte de lo posible, casi siempre es también el arte de lo que Isaiah Berlin llama el sentido de la realidad, esa extraña habilidad para conectar un montón de datos que circulan en las calles, en los barrios, en las biografías, que se repiten y que, tejidos, conforman una cierta sensibilidad vital -una cierta opinión pública, la llamaba también Ortega-, que busca reconocimiento y que, cuando el político la atrapa, tiene el triunfo de su lado.”

Hoy ese sentido de la realidad tiene que alimentarse de los millones de ciudadanos que han visto un mejoramiento económico y social en muchos rubros, pero a quienes sigue evadiendo ese bienestar material que tanto la izquierda como la derecha ha prometido una y otra vez. Para abordar esto, la clave está en construir un proyecto socialdemócrata con un fuerte sentido de realidad, es decir, que no satanice al mercado y tampoco santifique al Estado. Se dice fácil, pero no lo es. Si no me creen, pregúntenle a la Presidenta Bachelet.