Esto no se acaba hasta que se acaba

Esto no se acaba hasta que se acaba
Por:
  • julian_andrade

En febrero de 2006 las encuestas tenían arriba a Andrés Manuel López Obrador. Con 39 puntos contra los 31 del PAN y los 29 del PRI, parecía un asunto decidido a favor del PRD (Roy Campos ha hecho muy buenos análisis al respecto).

En los siguientes meses Felipe Calderón alcanzó y superó al exjefe de Gobierno con un resultado oficial de 36.9 frente a 36.4 puntos. Un puñado de votos apenas, que además nos enfiló a una crisis poselectoral.

Pero tampoco se puede comparar con 2012, cuando el abanderado del PRI siempre tuvo una ventaja clara y más bien lo revelador consistió en el avance del propio López Obrador y la caída de Josefina Vázquez Mota.

Vicente Fox y Felipe Calderón, como presidentes, contaban con buenos índices de aprobación, y en el primer caso fue suficiente para mantener el poder y en el otro no.

Aun antes, Ernesto Zedillo cerró bien su administración, pero eso no resultó suficiente para que el PRI mantuviera el poder.

Estos datos indican que las campañas importan y que todo puede decidirse en las últimas semanas. Para ninguno de los aspirantes presidenciales los próximos 90 días serán un paseo.

En los cuartos de guerra se juegan, en gran medida, el futuro del país y de sus propias organizaciones.

En las mediciones más recientes, José Antonio Meade (PRI) ya estaría ligeramente por encima de Ricardo Anaya (PAN), en una batalla por iniciar en segundo lugar.

Con las elecciones es como el agua, nunca se sabe, y por ello las estructuras partidistas serán muy importantes. Movilizar el voto duro es esencial y sobre todo ante escenarios donde ya no está muy claro que vaya a funcionar el voto útil. Esto es, ya nada asegura que se repita lo que ocurrió en 2006, cuando una parte importante de la preferencia por los priistas se decantó hacia el PAN para evitar que ganara López Obrador.

Para el PRI la apuesta es particularmente elevada, ya que carga con malas calificaciones en las tareas de gobierno (la malvada percepción) y sobre todo porque ejercer el poder desgasta.

Las reformas contenidas en el Pacto por México van a ser un activo, pero para quien gobierne los próximos años. Es una paradoja, porque el principal animador de las transformaciones, el Presidente Peña Nieto, pagará el costo de implementarlas y sus detractores van a beneficiarse de ellas.

Ahí está el desafío más grande para Meade, quien tiene que construir una narrativa de cambio, pero soportado, e inclusive atado, a los errores y aciertos de la actual administración.

Tiene a su favor, y a pesar de todo, la amplia experiencia de los priistas en elecciones y la participación de sectores que pueden hacer la diferencia.

Hay quienes están convencidos de que López Obrador puede ganar si tan sólo no comete errores graves. No es tan sencillo, porque la contienda de los próximos meses va a sacarlo, por necesidad, de su zona de confort y tendrá que enfrentar a adversarios articulados y con propuestas.

Además existen planteamientos que preocupan a los sectores que están empeñados en seducir, y de modo particular, a los empresarios.

Ricardo Anaya, en cambio, construyó su discurso rebasando a Morena en su crítica al PRI y a su gobierno. Entendió que mucho del enojo tiene que ver con el comportamiento de la vieja clase política, pero está cerrando la puerta a votantes priistas que no van a sentirse identificados por un Frente que los repudia.

Su alianza con el PRD y Movimiento Ciudadano está sujeta a múltiples presiones y entre ellas las que significa el horizonte del posible triunfo de Morena. Día a día migran militantes hacia lo que consideran plataformas más seguras.

Está por definirse el alcance que pudiera tener Margarita Zavala y en particular entre los votantes tradicionales del panismo.

Este viernes arranca la última fase y hay que esperar sorpresas y cambios. Sabemos cómo inician las campañas, pero es arriesgado vaticinar cómo concluirán. Vale la frase beisbolera de Yogi Berra: “esto no se acaba hasta que se acaba”.