La revolución descarrilada

La revolución descarrilada
Por:
  • larazon

Bertrand de la Grange

Mientras Siria se desangra en su guerra civil y supera cada día su propia marca de atrocidades, las grandes potencias no logran aparcar sus diferencias a la hora de ayudar a los contendientes a buscar una salida política al conflicto. Cuando todo parecía bien encarrilado para convocar una conferencia de paz en Ginebra, la Unión Europea y Rusia se han enzarzado en una polémica sobre la entrega de armamento a los beligerantes.

En reacción a la decisión de la UE, el pasado lunes, de levantar el embargo de material militar a los rebeldes del Ejército Libre de Siria (ELS), Moscú ha confirmado que entregará a Damasco modernos sistemas antimisiles tierra-aire S-300. No es la mejor manera de empezar una negociación de paz, aunque Bruselas lo presente como una estrategia destinada a presionar al régimen de Bashar el Assad. Es un argumento pueril, que lo dice todo sobre el estado lamentable de la diplomacia europea y su incapacidad de mediar en un conflicto que se desarrolla a sus puertas y amenaza la estabilidad de todo Oriente Medio.

El suministro de armamento europeo al ELS, que ha recibido grandes cantidades de material bélico por otras vías —Qatar, Arabia Saudí, Libia—, no cambiará la correlación de fuerzas, que está claramente a favor del régimen y no puede ser modificada de un día para el otro. En cambio, un flujo mayor de armas podría dar a los rebeldes la falsa impresión de que pueden ganar por la vía militar, y alargar indefinidamente la guerra civil y sus atrocidades, como ocurrió en el vecino Líbano entre 1975 y 1990.

El sueño de los sirios de liberarse de una dictadura de cuarenta años ha fracasado por el momento. Hoy, además de aguantar el régimen despótico de Bashar el Assad, la población civil es víctima de la barbarie de algunos grupos de rebeldes que se escudan en una interpretación espuria del islam para someter a sus adversarios a las peores exacciones. La peste y el cólera a la vez.

La difusión de un video donde un jefe insurgente, apodado Abu Sakkar, arranca el corazón de un soldado muerto y le da un bocado, ilustra la ferocidad de algunos combatientes. En ambos lados torturan y ejecutan a sus enemigos, pero algunos rebeldes se jactan de ello y se dejan filmar cuando matan a sus presos o destruyen el patrimonio arqueológico porque pertenece supuestamente a una cultura herética.

“¿Qué hicimos mal para perder nuestra revolución?”, se preguntaba hace pocos días un residente de Alepo en un texto que circula por Internet.

“¿Cómo una sublevación popular para conquistar la libertad ha podido degenerar en una orgía de violencia sectaria?”. Y ese hombre de clase media, que participó en las manifestaciones contra Bashar el Assad en la gran ciudad comercial del norte del país, cuenta cómo los rebeldes procedentes de las zonas rurales deprimidas, entraron en Alepo para destruirla sistemáticamente. “Querían vengarse después de tantos años de injusticias”.

Fue un despertar brutal para los militantes pacíficos, que esperaban trasladar a Siria el modelo tunecino o egipcio para deshacerse de la dictadura. Los violentos de ambos lados lo impidieron. Y además, escribe el cronista, “tenemos ahora en casa a los islamistas vinculados a Al Qaeda”.

Ya no hay marcha atrás, pero le toca ahora a la comunidad internacional echar una mano a Siria para evitar que las cosas vayan a peor. Se trata de impedir la implosión del país en varias entidades o la toma del poder por los yihadistas, que son los combatientes más aguerridos de las filas rebeldes. Semejantes desenlaces afectarían los intereses regionales de Estados Unidos, de Europa y también de Rusia, que tiene en Siria un aliado estratégico. Debería ser un motivo suficiente para que las tres potencias lleguen a un consenso sobre la necesidad de alentar a las partes en conflicto a sentarse a la mesa de negociación.

Las democracias occidentales se equivocaron en Siria. Quisieron repetir el precedente de Libia y de la caída de la dictadura de Khadafi, pero los rusos han vetado en la ONU cualquier intervención internacional. Washington y Bruselas apostaron a que la degradación de la situación sobre el terreno terminaría por ablandar la posición rusa. Ocurrió exactamente lo contrario. Les toca rectificar ahora y sin dilación para detener las matanzas y lograr la salida negociada de Bashar el Assad.

bdgmr@yahoo.com