Las tribulaciones de El Rey

Las tribulaciones de El Rey
Por:
  • claudia_guillen

Hay estampas que surgen desde distintas regiones de nuestro país y que se han diseminado por el mundo como parte de nuestra identidad. Cuántas veces cuando hemos viajado al extranjero y decimos que somos mexicanos nos hacen mención del picante, de los tacos y del tequila: este último, por ejemplo, aludido por el mismísimo Papa Francisco hace unos días cuando le nombraron su visita a México. La lista de estas estampas seguramente podría ser más nutrida, dependiendo la región que visitemos o en la que estemos viviendo, pero casi puedo garantizar que no existe una plática entre un extranjero y un mexicano en donde en algún momento no se haga referencia al chile, al tequila y, por supuesto, al mariachi.

Así, tal vez, podríamos jugar con la idea de que existe un mapa de nuestros sentidos representados a través del gusto, del olfato y del oído: que se comen, que se toman y que se escuchan en cualquier país del mundo, como pasó y pasa con las canciones de José Alfredo Jiménez. Quien un 19 de enero de hace 90 años vio la luz en Dolores Hidalgo, en el bello estado de Guanajuato.

Sin duda, este cantautor mexicano se muestra como uno de los mayores representantes de la música popular en lengua hispana. Él diseñó una geografía sinuosa con cada una de sus melodías. Sinuosa al igual que la vida del autor. Quien desde muy joven tuvo que trabajar para ayudar en casa y, que, con el paso del tiempo y un talento nato fue componiendo canciones que hoy se pueden escuchar en voz de cantantes como Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, tal sólo por mencionar a un par de los muchos que han llevado la música de José Alfredo convirtiéndose en una suerte de juglares de la época moderna.

Cuando José Alfredo Jiménez tenía 10 años muere su padre y esta pérdida hizo que la familia se trasladara, junto con su madre y sus tres hermanos, a la Ciudad de México. La situación económica de la familia no era buena por lo que el joven José Alfredo se pone a trabajar. Fue un buen jugador de futbol soccer y mientras practicó este deporte fue compañero ídolo del balón pie La Tota Carbajal.

Se cuenta que el principio de su fama se produjo como un golpe de suerte, o bien, un golpe del destino pues una noche mientras interpretaba sus canciones, en el lugar donde trabajó, fue descubierto por un productor que lo introdujo en el medio radiofónico y que fue inmediata la recepción favorable, por parte del público, lo que lo llevó a tener un lugar privilegiado entre los más afamados músicos del momento.

Padre de siete hijos y reconocido, también, por su gusto por las mujeres y la bohemia el compositor nunca estudió música de manera formal. Es decir, parece que la mayoría de sus canciones fueron compuestas de “oído” pues se valía de las herramientas naturales del hombre como el silbido para así hacer sonar las melodías que acompañarían a la letra que había compuesto para cada pieza y que en su momento fueron interpretadas por el Mariachi Vargas de Tecalitlán, con arreglos del maestro Rubén Fuentes.

Si bien la mayoría de las letras de sus canciones hacen referencia a las dolencias que se ocasionan por una pérdida en sus distintos significados también aluden a cómo brotan los sentimientos cuando hay de por medio unos tragos de tequila. Sin dejar a un lado temas como su origen humilde y a las cantinas como si éstas fueran el mejor cobijo para cualquier ocasión. Entre muchos de los méritos de las letras escritas por Jiménez es que llega, sin atajos morales, a presentar tanto espacios internos como externos del individuo y de su contexto. Tarea nada fácil pues la aparente sencillez de sus composiciones siempre va cargada de enunciados que nos remiten a nuestras propias emociones.

José Alfredo Jiménez además participó en más de veinte filmes cinematográficos sin dejar a un lado su labor como músico. De hecho, en esa época de nuestro cine, años cincuenta y sesenta, era muy común que los músicos fueran protagonistas de personajes que interpretaban su propio oficio.

Lo imagino como un hombre sencillo y campechano, que tal vez lidiaba en silencio no sólo con su genialidad sino con la complejidad de los posibles demonios que atormentaban y, posiblemente, nutrían su imaginario para llevar a cabo su oficio como compositor. Un hombre que parecía llamar a un destino trágico como lo fue su muerte prematura, que se dio cuando él tenía 47 años de edad a causa de una cirrosis hepática. Al morir fue devuelto a las tierras que lo vieron nacer como una forma de homenaje a esa patria chica del compositor qué tanto le dio a su imaginario y en donde seguramente encontró, por fin, un refugio a las tribulaciones que lo aquejaron en vida y que lo llevaron a ser El rey de la música mexicana.

Nos vemos el otro sábado, si ustedes gustan.

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