Los referentes internacionales del Frente

Los referentes internacionales del Frente
Por:
  • Martin-Vivanco

Los líderes del ahora llamado “Por México al Frente” han buscado justificar su creación en algunos ejemplos internacionales. En específico, Ricardo Anaya ha mencionado los casos de Chile y de Alemania. Como toda afirmación al calor de una campaña electoral, a veces se privilegia la simplificación al ejercicio analítico. ¿En verdad se parece tanto el Frente mexicano a la Concertación chilena o a las coaliciones alemanas? ¿Hay algo que aprender de los referentes internacionales que se citan? Veamos.

En 1973 Chile vivió un golpe de Estado y se instauró un régimen militar liderado por Augusto Pinochet. Una verdadera dictadura rigió el país austral durante más de una década. Para 1988 las condiciones políticas eran inaceptables: era imposible ejercer las libertades más básicas. En ese entonces, por un resquicio constitucional, se celebró un referéndum para consultar si Pinochet debía seguir al frente del gobierno. En aras de sacar a Pinochet del poder y que ganara el “No” se unieron casi la mayoría de los partidos en una coalición. Ganó el “No”, hubo elecciones y esa coalición se formalizó en lo que se llamó la “Concertación” –que abarcaba partidos de izquierda y de derecha–. La "Concertación" gobernó Chile por casi 20 años. Anaya ha dicho que “Por México al Frente” se inspira en la "Concertación" chilena e intenta equiparar el momento histórico del surgimiento de la "Concertación" con el actual momento mexicano. Me temo que no hay punto de comparación. En Chile no había un régimen democrático; estaba en el poder un militar que se hizo del poder a punta de balazos; había partidos políticos proscritos del sistema electoral; el régimen no admitía críticas; los derechos fundamentales más básicos eran una quimera; y un gran etcétera. México no es Chile en 1988. Así de simple. Pretender compararlos es caer en un simplismo histórico inaceptable. Más aún, lo grave es que, a fuerza de repetición, se puede internalizar lo dicho al grado de creer que es verdad y distorsionar lo que hemos logrado –todos– como país en las últimas décadas.

También citan el caso de las coaliciones electorales en Alemania. Pero lo que no dicen son todas las dificultades que han tenido que sortear para su supervivencia. En primer lugar, Alemania es un régimen parlamentario, es decir, el jefe de gobierno surge del parlamento, lo que hace a las coaliciones electores consustanciales a este tipo de régimen. En segundo lugar, de los tres mandatos de Merkel, sólo el primero y el tercero han sido producto de una coalición entre derecha (Unión Demócrata Cristiana, UDC) y la izquierda (el Partido Socialdemócrata, PSD). En su segundo mandato, la UDC hizo a un lado al PSD y se alió con el Partido Democrático Liberal (FDP), un partido identificado, también, con la derecha. Lo que quiero decir es que no es un programa lo que llevó a Angela Merkel (UDC) a buscar una coalición con la izquierda, sino la necesidad de formar gobierno, cuestión asaz distinta. La razón es sencilla: al entrar a una coalición necesariamente se sacrifica algo de la agenda de alguno de los partidos. Si bien se puede estar de acuerdo en lo fundamental, hay temas que sólo dividirán a la militancia y que mejor se dejan de lado. En Alemania, por ejemplo, mucho tiempo no se abordó el tema del matrimonio igualitario. Se podrá decir que los temas límite (aborto, eutanasia, derechos de las minorías, etcétera) no son tan apremiantes como los grandes temas nacionales (corrupción, violencia, pobreza). Algo hay de razón. Pero también la postura en torno a esos temas límite construyen algo fundamental: identidad política. Sin identidad política los partidos se vuelven meros vehículos para llegar al poder, vehículos sin brújula y en donde el pragmatismo se torna en valor supremo. Por eso, de la alianza de Morena con Encuentro Social mejor ni hablamos.

En estas campañas que comienzan deben privilegiarse las ideas. Y para eso debemos ser realistas con el diagnóstico actual del país y llamar a las cosas por su nombre. No caigamos en falsas simplificaciones de la realidad.