¿Perdonar o no perdonar?

¿Perdonar o no perdonar?
Por:
  • larazon

Carmen Amescua

Todos tenemos en la vida un pequeño cajón de momentos oscuros donde guardar rencores, ajustes de cuentas imaginarios y uno que otro resentimiento. Difícilmente uno llega a la edad adulta sin haber tropezado con ese tipo de piedras logrando no engancharse.

Masticar la historia de cómo se urdió la ofensa en contra de nuestra honorable persona mientras nos bañamos, o en el tráfico durante horas pico puede convertirse en una adicción morbosa. Tendemos a repetir más las escenas truculentas que nos dispensa la vida que las cosas buenas. De eso viven los terapeutas, de desatorar gente que se quedó atrapada en los males pasados convirtiéndolos en su presente. ¿La causa? un ex amor, un ex jefe, una ex amistad o un ex familiar. Nada nos librará de ese mal mientras no aceptemos perdonar.

Hay quienes pasan la hoja de una manera sencilla siguiendo con su vida, pero a otros nos cuesta soltar la dosis de rencorcillos con la fantasía de una gran venganza. Andamos buscando justicia en los frascos equivocados. Mi amigo Javier por ejemplo dice que perdonar sin haber tomado revancha no es lo suyo:

—En lo personal he optado en esos casos por el camino retorcido del resentimiento eterno y, cuando se ha presentado la ocasión, hago ajuste de cuentas. —¿Te acuerdas fulanito(a) de cuando x y o z?— con su consabida mentada de madre o, si es posible, su rayón de carrocería, o puñetazo en la cara. ¡Ah eso sí que me ha liberado!—

Pero al final perdonar es una cuestión de elección sin importar el tamaño de la ofensa. Es una decisión que se precipita cuando un día la vida nos pone nuevamente frente a esa persona, aquella que en su momento fue nuestra peor pesadilla. A esa que nunca hubiéramos querido volver a ver. A esa que dado su ego o su ceguera ni siquiera se percató del daño que hizo, o que incluso cree equivocadamente que aportó algo bueno a nuestra historia. El mañoso destino nos enfrenta con ella para tomar un camino diferente. Y aunque perdonar no significa quererlo cerca, hay que hacerlo porque el resentimiento es igual a tomar veneno esperando que le haga daño al otro. Perdonar cuesta pero siempre es liberador.

Sobre todo porque en el perdón otorgado a otros esta la mitad del perdón que necesitamos darnos a nosotros mismos para cerrar el ciclo. Porque en la mayoría de los casos los agravios se dan en complicidad de quien los recibe por permitir al otro traspasar nuestras fronteras. ¿Para qué aceptar lo que más tarde vamos a reclamar?

Perdonar nos da la oportunidad de entender porqué y cómo bajamos nuestras defensas. Perdonar es el alfiler para desinflar el resentimiento guardado, es lo que hace que aquello que tanto dolió empiece a desdibujarse, dejando de ser tan importante.

Perdonar te permite ser cada día, más feliz. Cuesta trabajo pero depende de ti.

camescua7@hotmail.com

Twitter: @Carmen_Amescua