Un presidente al revés

Un presidente al revés
Por:
  • mauriciof-columnista

Ser el presidente número 45 de Estados Unidos y no parecerse a ninguno de sus antecesores, que gobernaron al país durante 227 años, es una hazaña. O una tragedia.

Donald Trump es ambas: realizó la hazaña de llegar a la Casa Blanca haciendo todo lo posible para no lograrlo. Y ya instalado, parece en sí mismo una tragedia.

Ha cumplido un año en el gobierno con énfasis en el desgobierno; ha presidido el país de las libertades desde la intolerancia; ha conducido a una nación de inmigrantes desde el rechazo a los migrantes; ha liderado al líder del mundo occidental renunciando a ese liderazgo; ha puesto en riesgo la paz desde la supuesta silla promotora de la paz; se ha pronunciado contra la equidad, en tierra que presume de igualdad; y se ha empeñado en atacar la libertad de prensa desde la aparente cima de la libertad de expresión.

Trump gobierna desde la realidad virtual, con base en una peculiar visión de los hechos: los hechos alternativos. Una es la realidad de Estados Unidos y del mundo, y otra su realidad. Por eso, por ejemplo, a su juramento como presidente acudieron más personas que al de Barack Obama. Así fue y punto.

Dedica más tiempo a ver la televisión que a sostener acuerdos con sus colaboradores, a los que nombra por impulso, riñe por sistema y descalifica por Twitter. Tiene más información sobre los ratings de la programación televisiva que sobre los asuntos de Estado. Habla y tuitea antes de pensar y se desdice pronto, porque otra ocurrencia lo apremia. Desdeña su propia palabra porque lo que cuenta es lo que declara hoy, aunque mañana sostenga lo contrario.

Conduce la política internacional de su país a partir del capricho del instante, desprestigia la seriedad de los compromisos, se deshace de los acuerdos como cambiarse de camisa, se engalla ante Corea del Norte y reta a su líder a la guerra nuclear como si lo desafiara a las canicas, atribuye a China la falacia del calentamiento global, insulta a las naciones y a sus pueblos, y en cuanto tiene un tiempo libre retorna a su hit inicial: un muro con México y que lo paguen los mexicanos

Cuando el embrollo de la presidencia lo asfixia, organiza mítines para retornar a su nicho, el de candidato. Se dice que no creía, ni quería, llegar a la presidencia, pero parece no haber duda de que quiere ganarla por segunda vez.

Genio estable, desestabiliza a su equipo de trabajo, a su gobierno, a sus gobernados y al mundo.

El despacho oval es pequeño e inútil comparado con su centro de operaciones: su celular, el que no usa para hablar y escuchar, sino para dedicarse a una de sus vocaciones más firmes, la de tuitero compulsivo. Su visión de largo plazo es el incidente del día. Fugitivo de la discreción, adora el espectáculo. Adorador de sí mismo, condena la crítica.

Desde candidato enalteció a Rusia y a su líder, lo que parecía descalificarlo ante los electores y lo que alcanzó su clímax con las evidencias de que ese clásico enemigo de su país lo ayudó a llegar a Washington. Y, sin embargo sus seguidores y muchos otros le han perdonado la que podría ser la máxima falta de un político estadounidense.

Donald Trump es racista, intolerante, misógino, mitómano, piromaniaco, xenófobo, antiinmigrante, caprichoso, autoritario, irreflexivo, censurador, soez, injurioso. Con estas características, podría definirse como destinado a la derrota en cualquier tipo de elección.

Pero así lo eligieron.

Atónito, el mundo observa y trata de adivinar lo que vendrá, pero es inútil intentarlo. Porque es imposible prever lo que hará un presidente al revés.

Y faltan tres años.