“El encendedor, ese oscuro objeto de nuestro deseo”

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Foto: larazondemexico

Por Adriana Bernal

Lo miré desde que cruzaba la acera para llegar a su entrevista. Fumaba a las afueras del hotel (como todo fumador que se respete en la actualidad) un cigarrillo previo a nuestro encuentro. Incliné la cabeza en señal de saludo y seguí, sin interrumpirlo pues, como buena fumadora también, sé lo que puede molestar que, en estos tiempos, te interrumpan ese preciado tiempo, por demás íntimo y cada vez más profundo (contrario a su principio original de socialización) entre el cigarrillo, el encendedor, el humo, el fumador y sus pensamientos. Llegó a los pocos minutos y sin más preámbulo, de pronto estábamos charlando. De fumador a fumador, en torno a su más reciente libro ensayístico La vida íntima de los encendedores (Premio Málaga de Ensayo 2008. Páginas de espuma, 2009), el cual se presentó en días pasados en la Feria del Libro de Guadalajara.

“Un fumador que suele perder tanto los objetos y que cree en los objetos animados, tiene que acudir a aquellos que contrario a lo que publicitan, sí saben fallar, pero son los más costeables. En estos días, estoy en la fase súperhabitaria porque lo que planteo en este ensayo es que los encendedores nunca están solos. Desaparecen y reaparecen en masa. Nunca son tuyos y los que te pertenecen, desaparecen de inmediato. En este momento, en mi poder, tengo cinco. Seguramente, mañana no tendré ninguno y acudiré a la estufa de mi casa.

“No he querido hacer una historia de los encendedores porque ya existe. He descubierto, sin embargo, todos los artilugios vinculados con el control supuesto del fuego; con la fuerza de la materia que incluye a las armas de fuego, pero también a los objetos para prender la estufa y, desde luego, al cerillo. Los cerillos y los encendedores son hermanos, no padre e hijo. Su historia es simultánea. Los primeros encendedores no eran ergonómicos, y se ha ido haciendo portátil poco a poco, vinculándose ello a la historia de las guerras. Hay leyendas de encendedores en las Guerras Mundiales, en Vietnam, incluso arte anónimo relacionado con los encendedores de los soldados en Corea; desde luego su presencia en el cine y la literatura. Desde luego, relacionándose con la idea del control del fuego, con la antorcha.

“Me ha interesado sobre todo, esta relación que existe ahora con la doble moral, particularmente occidental estadunidense y los vínculos que tiene nuestra vida de fumadores con el 11 de septiembre, la prohibición de los encendedores, la angustia que te provoca que te retiren un encendedor arbitrariamente, porque ya incluso la ley se ha retirado en casi todo el mundo. Lo que me interesa es la mentalidad del fumador, pero sobre todo de quienes dependemos del artilugio encendedoril.”

“No creo en la vida de los objetos, en lo que creo es en nuestra necesidad de creer en la vida de los objetos. He acuñado, siguiendo una línea de pensamiento que me parece interesante, un término que se llama la pulsión animista. Estoy convencido de que el hombre ultramoderno necesita seguir creyendo en la vitalidad de los oscuros objetos de su deseo o de su temor. Así como veo con cariño y un poquito de rencor, a los encendedores que pierdo, así como veo con respeto y gratitud a la computadora, también me molesto con el encendedor que desaparece, el calcetín que se perdió en la lavadora y dejó viudo a su compañero.

“Si vamos a atribuir vida a los objetos, porque lo necesitamos para no estar solos en el universo, porque no entendemos a la materia, creo que tenemos que reconocer que, si el objeto está vivo, también tiene una facultad: la metamorfosis; quizá por lo mismo, estoy convencido que por cada calcetín que desaparece en la lavado, éste se transforma en ganchos para ropa. Todo tiene un orden”.

Los objetos se resignifican en el mundo. El proceso de pensamiento en torno a los objetos permite no sólo su adhesión sino su integración en nuestro universo, constantemente en transformación. Mutando. Así, en gerundio. “Por eso he considerado necesario escribir un libro sobre la vida íntima de los encendedores, porque el pensamiento basado en el objeto más, en apariencia nimio, va a llevarnos a verdades trascendentes. ¿Qué dice la basura, las golosinas, de nosotros? El encendedor es un texto. Un objeto significativo que está presente en el arte, en la literatura. Todo objeto puede y merece ser interpretado para conducirnos a una verdad trascendente”.

“He descubierto que, en la etapa de mi vida en la que he criado y creado este ensayo, he elaborado paralelamente un volumen de cuentos que se llama El androide y las quimeras, que es mi lectura, desde el universo de la ficción, de las muñecas, los robots y los androides; al mismo tiempo he publicado este ensayo, la estética de la reflexión en estado puro y, también, una novela para niños que se llama Por un tornillo que es sobre la animación, casi deificadora de un pueblo a una máquina. Son tres libros, en tres géneros distintos. Convencido también de que existen edades para ciertos géneros. El ensayo es un género de madurez y sólo ahora me he atrevido a abordarlo sin abandonar nunca el niño contador de cuentos que soy”.

El animoso escritor, intimista, reflexivo, estético a más y coleccionista involuntario de encendedores (para luego perderlos) es Ignacio Padilla (México, 1968), su marca por excelencia de proveedor de fuego es Zippo y, paradójicamente, mientras charlábamos, un encendedor de reconocida marca cervecera y, otro pequeño, de color amarillo, habitaban el bolsillo de su pantalón”. Horas después, los perdería.

fdm

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