Clamorosos Cuerpos en la vendimia

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Foto: larazondemexico

Carlos Olivares Baró

carlos.olivares.baro@hotmail.com

Los cuerpos se desnudan en la desigualdad que designa el augurio. El cuerpo es una sospecha de abrojos. Cuerpos que ondulan en los rincones del acecho: gestos que ensombrecen la furia y fortifican la lástima. Un cuerpo siempre conjuga los verbos en los espacios de la presencia: no hay futuro en los párpados. El pasado es reminiscencia en la rendija de la carne. Estos horcones maltrechos que somos: esa vendimia que fuimos. Los encuentros se escriben como si fueran reglamentos: ya nadie va al tropiezo del silencio/ ya nadie se asoma al azogue para traspasarlo/ ya nadie muda los hervores /ya nadie muere mirando la caída del recuerdo / ya nadie arde / ya nadie se llaga / en el semblante de la tarde. “La poesía puede ser todo y puede ser nada”, me dice Max Rojas (Ciudad de México, 1940), mientras desenvaina una antigua espada del centro de su mirada. “Soy un solitario empedernido. Las palabras son mi único refugio. El lenguaje, un milagro…”. El humo del cigarro se ha robado el presagio. Yo entro al “Color ceniza todo”, me inscribo en la añoranza y repaso los vislumbres.

Dos libros de culto dentro de la poesía mexicana contemporánea: El turno del aullante (1983) y Ser de sombra (1986). Su autor, un hombre que ve la poesía como una obsesión y como “la única manera de habitar el decoro”. “Mi primer libro, El turno del aullante, aborda el amor y el dolor como las caras de una moneda”: confiesa Max Rojas, ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer 2009 por Memoria de los cuerpos/ Cuerpos Uno (Versodestierro, 2008).

30 años de silencio. Reinicio de un itinerario lírico que ya va por tres mil folios que abarcan 27 libros. Magno poema de alucinada configuración bajo la premisa de que “No hay Historia, / Cuerpos, / lo real es un espejo vestido de morado”. Cuerpos bordando la prisa en el imperturbable tiempo. Los cuerpos, barcos fantasmales en mares sin retorno, en playa sin dársenas, en impertinencia que pulsan los peligros. “Si vuelvo a escribir será un poema con el título de Cuerpos. Un día me tomé un vodka y me salió un poema chiquito que no me decepcionó: empecé a fraguarlo todo; vino el diluvio universal y todo fluía y fluía. Estaba escribiendo un único gran poema”, confiesa.

Cuerpos o un desafiante diálogo con la infinitud. Las palabras empalman las humedades y los pasmos. Las palabras se montan en el lomo del potro que espumea la noche. Las palabras se hacen cómplices de “los designios que obligan a los náufragos a comportarse / de manera extraña”. Las palabras avizoran los sigilos del tiempo y no dormitan la siesta. Cuerpos o una contingencia lingüística de osada obstinación.

Otro turno del aullante que despliega el clamor en tabaleo de ofertas filosas: hay que saber entrar a esa morada de sacrificios donde dos obispos, Vallejo y De Rokha, ofician de porteros. “Me nutro del dolor del Vallejo de Los Heraldos Negros, de la música de Neruda y los silencios de De Rokha”. Pocas veces la poesía hispana ha silbado con estas inflexiones trazadas en algarabía de galopes cruzados. Neologismos por necesidad de un habla que abarque aquello que la respiración inculpa. “Caidal mi pinche extrañación vino de golpe / a balbucir sepa qué tantas pendejadas / venía dizque a escombrar lo que el almaje me horadaba”.

Poeta de honda y delicada furia acurrucada en las ambiciones de la palabra. Max Rojas, un adolescente de 70 años que borronea en las dunas la clemencia, y conoce muy bien los sumarios del albor: clamorosos cuerpos, imperturbable tiempo…

Fernando Pessoa/Escritor y poeta portugués

Fernando António Nogueira Pessoa (1888–1935) es Fernando Pessoa que no es Álvaro de Campos ni Alberto Caeiro ni Ricardo Reis ni Bernardo Soares ni António Mora ni Rafael Baldaya ni… Pessoa: seudónimos, heterónimos y ortónimos (su propia pessoa). Infancia: sopor turbulento de la mirada perdida de la abuela loca. Unos espejuelos de miope, un sombrero y un bigotito recortado van por Lisboa: uno de los mayores poetas de lengua portuguesa pasa protegido por la humedad del Tajo. “El poeta es un fingidor”. Pergaminos encontrados en un baúl.

Dana Gioia/La Escala Ardiente

El poeta californiano Dana Gioia (1950) cree en el jazz como una forma de acercarse a la poesía. Sus versos poseen una síncopa, una entonación en deuda con los armónicos jazzísticos. La Escala Ardiente (Dirección General de Publicaciones de Conaculta/Ediciones El Tucán De Virginia, 2010) nos pone en contacto con uno de los más importantes poetas de la poesía norteamericana contemporánea. Libertad estilística de bosquejos que rompen con la tradición en una incursión que oscila entre lo descriptivo y el versículo clásico. “Las personas que pasan por el muelle/nada saben de ti. Son los fantasmas./Yo levanto una mano de tierra contra el viento”: ejemplo de modulación del endecasílabo —muy bien lograda en la traducción— en concordancia con un motivo donde el poeta se convierte en relator. Temática que bordea clamores, letanías, noches, silencios y trayectos. “El mundo no necesita de palabras. Sabe expresarse/En luz solar”. Los versos de Gioia son lumbres punzantes. La edición incluye el ensayo ¿Importa la poesía? de lectura obligada.

Donald Barthelme/El padre muerto

La literatura de Donald Barthelme (Filadelfia, 1931–Houston 1989) es un embosque. Prosa que asecha y espolea. Relator de lúdica pronunciación. Inclasificable. Surrealista. Experimental. Barthelme visita la encrucijada joyceana y se balancea en polos de Dos Passos. Apoyado en el poniente de un horcón de Klee, es un maniático que transita asimetrías y redacta edictos. Mondrian muerde una manzana de Cézanne ante sus ojos. Los triángulos son ventanas en sus párpados azorados. Barthelme, un exhibicionista. La palabra en él se desabriga. El padre muerto (Editorial Sexto Piso, 2008), un manual de jaculatorias ensimismadas en la broza del sol. Un vals puede bailarse sobre los raíles del caos. Sexto Piso pone en nuestras manos uno de los libros más insólitos de la literatura norteamericana. Ecos de Faulkner, Mientras Agonizo. Lectura apabullante. Rachas lingüísticas que se aquietan en los terrenos de la poesía y dormitan en la franja de una prosa de infinito dardo. Perturbadora obra maestra.

fdm