El mejor burdel de Texas

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Foto: larazondemexico

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En la historia reciente del erotismo, antes de que el comercio sexual se convirtiese en una peste social donde las adolescentes son brutalizadas y vendidas como esclavas en la antigua Roma, los burdeles eran instituciones respetables, donde los parroquianos intercambiaban horas de placer y las noticias del día, y con un poco de suerte cerraban tratos empresariales, establecían alianzas políticas y arreglaban su porvenir entre tragos y carcajadas de anécdotas memorables.

En México, la casa de La Bandida fue un establecimiento legendario. Su dueña, una mujer arrastrada por el tropel de la Revolución y encumbrada por el vigor del movimiento obrero durante el cardenismo, fincó una mansión en la calle de Durango donde asistían políticos, periodistas, pintores, toreros, cantantes, artistas y poetas que le dieron forma al país en la década de los 40. Ahí estaban Agustín Lara, Diego Rivera y Renato Leduc. También había damas, claro, una legión de bellezas que para dedicarse a la prostitución tenían que pasar por clases de baile, canto, modelaje y natación.

En Texas había un equivalente de ese burdel a escala, conocido localmente como El rancho del pollo, que fue llevado a los escenarios de Broadway con el picante título de La mejor casita de putas. Su propietaria y anfitriona, una dama con un extraordinario ímpetu empresarial llamada Edna Milton Chadwell, fue un referente obligado para los vaqueros del centro de Texas en la década de los 70, y murió paradójicamente por las secuelas de un accidente automovilístico el pasado 25 de febrero, a la edad de 84 años.

Esta mujer tuvo una infancia llena de privaciones y desventuras. Hija de campesinos arruinados, vivió con su familia en el vagón de un tren abandonado en un pueblito de Oklahoma, y después de perder al hijo de su primer matrimonio, se mudó a Texas y tragó el cáliz de la prostitución para sobrevivir. Pero ese trance no la marcó con rencores ni le endureció el corazón. Al contrario, le educó el alma para ayudar a sus hermanas en la desdicha, y le enseñó a repartir benevolencias a su clientela.

Edna pasará a la historia como un ejemplo prístino de filantropía. Al llegar a ese rincón insignificante de Texas llamado Fayette County, organizó un modesto burdel reconocido por sus prodigalidades, y con sus ganancias financió el hospital del pueblo, fomentó el mercado interno de salones de belleza y prendas para damas, y patrocinó un equipo de beisbol para los jóvenes.

Como buena filántropa, a Edna no le encandilaban los reflectores ni la fama. Mientras los productores de Broadway descubrieron en su pequeño negocio una oportunidad para hacer dinero, a ella no le llamó la atención la puesta en escena de una obra basada en su estilo de vida. Así se montó una comedia musical de mucha resonancia, que llegó a la pantalla cinematográfica de Hollywood y exhibió a Texas como la capital de la diversión sexual. En el papel de Edna Milton Chadwell estuvo Dolly Parton, una cantante que ganó fama por su busto generoso y su peculiar voz para las canciones country. Y en el papel del sheriff —la ley protegiendo a los burdeles— estuvo Burt Reynolds, un jugador de futbol americano convertido en estrella de la musculatura. Edna se refirió a la película diciendo que “la única verdad de aquella historia era el burdel”.

La muerte de Edna Milton cierra definitivamente un ciclo que había terminado hace tiempo. Hoy en día, con la comercialización de la sexualidad en gran escala y la sofisticación de las perversiones aptas para todo público en Internet, la elegancia y el papel social de los burdeles —al igual que el glamur de los sheriffs y los vaqueros—, han pasado a mejor vida.

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