La escuela, como institución, ha tenido a lo largo de la historia enemigos acérrimos y furibundos. Los botones de muestra surgen casi al azar. Uno de ellos, reconocido mundialmente por su inteligencia y su bravura, fue Winston Churchill. Niño educado por la disciplina de la aristocracia británica y la sensibilidad de una madre excepcional, Winston se rebeló violentamente contra las escuelas que semejaban cárceles, el martirio de los aprendizajes de memoria, el sadismo de los maestros, el tiempo perdido en los salones de clase. Gracias a su convicción y tenacidad, venció el oscurantismo de la escolaridad de su época y, años después, venció las atrocidades del nazismo y ganó la guerra.
Otro enemigo jurado de la escuela, que tuvo cierta fama sectorial en México, fue el austríaco Iván Ilich, un hombre profundamente religioso que se rebeló contra los dogmas de la fe y las insensateces de las escuelas. Hace 40 años, acicateado por sus reflexiones libertarias en los rincones de su celda de monje, publicó un libro llamado La sociedad desescolarizada, en el que hacía un vehemente llamado a romper con el financiamiento a las instituciones educativas, destruir todos los certificados y diplomas, abandonar las aulas y aprender con la imaginación y la experiencia de manera autodidacta.
Años después la televisión suplantó a la escuela como forjadora de la conciencia social y surtidora de las emociones colectivas y no hubo un crítico que defendiera a la escuela contra la nueva amenaza.
Y ahora, aunque es temprano aún para anunciar la muerte de la escuela, las nuevas tecnologías están adelantando los primeros indicios de sus exequias. Para bien y para mal, las clases se han mudado a los horizontes ilimitados de la Internet y anuncian la difusión de sus conocimientos con altos niveles académicos y a costos bajísimos o gratuitos. Las catedrales del saber, como Berkeley, Stanford o el MIT, anuncian sus cursos por Internet. Harvard tiene más de 200 cursos en línea. Un sitio que surgió a principios del año, llamado Udacity, tiene un ejército de profesores enseñando cursos de física, computación, estadística, ecuaciones y algoritmos a más de 112 mil alumnos en todo el mundo. También aplica exámenes y extiende certificados que cuentan como créditos en determinadas universidades.
Los alumnos de las aulas en Internet no se conocen. Pero se apoyan más que en las escuelas. Cuando el gobierno de Pakistán apagó el acceso a YouTube para impedir la difusión de los videos llenos de blasfemias contra Mahoma, una estudiante de Lahore, de 11 años de edad, estaba presentando su examen de física cuando se cayó el sistema. De inmediato, sus compañeros de Malasia, Portugal y Gran Bretaña se enteraron de su apuro y pusieron manos a la obra para ayudarla. Uno de ellos logró contrabandear los videos de YouTube en los cuales venían los exámenes y se los envió a la niña paquistaní para que pudiera resolverlos. Al final, fue ella quien alcanzó las calificaciones más altas de su grupo.
Hay quien dice que las clases por Internet son gélidas e impersonales, y que nunca podrán sustituir el ámbito de las escuelas, el calor de los maestros, la cercanía de los compañeros de clase. Pero los puntos de vista encontrados abundan más que las coincidencias. Por ejemplo, hay quien dice que los gastos en salud se reducirán notablemente al ahorrar en preservativos, abortos y esa cadena de miserias que se inicia con los nacimientos de los niños no deseados.
La educación en Internet para las universidades ocupa un lugar importante. Harvard cuenta con 200 cursos en línea; uno de ellos, Udacity, sobre física y estadística, atiende a más de 112 mil alumnos en el mundo.
