La utopía de la vivienda mexicana moderna se materializó el 21 de noviembre de 1964 con la inauguración del Conjunto Urbano Presidente Adolfo López Mateos de Nonoalco Tlatelolco, una construcción con la que el gobierno en turno trató de erradicar las vecindades
—relacionadas con la pobreza y suciedad—, por edificaciones modernas.
Antes de que se construyera esta unidad, en la zona ferrocarrilera conocida como “la herradura de tugurios”, había asentamientos irregulares y hacinados, era antihigiénico y un lugar inseguro.
“El poner la Unidad encima de terrenos donde había tugurios, viviendas de muy mala calidad autoconstruidas, donde vivía gente muy pobre; quitar todo eso y poner algo totalmente limpio, de concreto, era parte del proyecto de modernidad”, explica a La Razón el arquitecto de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Armando Carranco.
Para su construcción, el arquitecto mexicano Mario Pani tomó como referencia la obra del urbanista suizo–francés Le Corbusier. El especialista destaca: “para el gobierno (de Adolfo López Mateos) era uno de los proyectos más modernos de vivienda”.
El esquema arquitectónico de Tlatelolco, señala, era de supermanzana: construir edificios altos para dejar áreas libres para hacer jardínes y espacios recreativos como albercas, canchas deportivas, gimnasios y comercios.
Indica que otro aspecto innovador de este lugar fue el uso de los materiales con los que se construyó. “Hacerlo de concreto y con estas formas muy limpias, muy geométricas, también era algo muy moderno, ya no había ornamentación, el propio edificio con sus formas simples ya era la ornamentación”, explica Carranco.
Conformada por 102 edificios y con una inversión de mil 100 millones de dólares, resolvió en su momento el problema de la vivienda en la ciudad de México, las primeras personas que habitaron las 12 mil viviendas eran inmigrantes del interior de la República, funcionarios del ISSSTE y familias clasemedieras.
Uno de esos casos es el del periodista Luis Arellano, quien radica en este lugar desde hace cinco décadas, él llegó con su familia a la edad de tres años. Sus padres emigraron en los 50 de Puebla.
“Cuando cancelaron los talleres en Nonoalco–Tlatelolco, les ofrecieron a los sindicalizados 500 departamentos, dice mi padre que la gente no quería vivir aquí, venían de vecindades, de otra cultura totalmente distinta, mi padre como rentaba, decidió aventarse a tener un departamento aquí”, cuenta.
Aunque en un periodo vivió en Ecatepec, Estado de México, pese a los problemas que enfrenta ahora la Unidad Tlatelolco como el hacinamiento, la inseguridad, el deterioro de los edificios y áreas verdes, prefiere vivir aquí.
“Viví aquí por sus grandes facilidades, no tenemos que corretear el gas, tenemos gas natural; el servicio de luz siempre ha sido de primer nivel; hay depósitos de basura… Cuando me tuve que ir a Ecatepec por razones de trabajo, contrastó totalmente, hay que estar cazando a ver a qué hora pasa el gas, el de la basura, el servicio del agua…”.
La Unidad Habitacional Tlatelolco llega a sus cincuenta años con “una degradación muy importante en los edificios, uno de los problemas es el mantenimiento de construcciones y áreas tan enormes... por la inseguridad ahora hay espacios cerrados, hay rejas, antes todo estaba abierto, era distinto”, reconoce.
Estas son las contradicciones de un lugar que en su tiempo fue el proyecto más importante de América Latina.
