SINFONÍA

Ilustración Francisco Lagos La Razón

Al año de nacido le dijeron a mis padres que era sordo; sin embargo, el sonido desgarrador del aura de mi madre fue el primer recuerdo que tengo. Sí, soy sordo pero escucho, quizá escucho mejor que nadie aunque no entiendo a nadie.

Dejen me explico, soy lo que vendría a ser una caja de resonancia, el aura de las personas emiten un sonido que, hasta donde sé, sólo yo puedo escuchar, es como si ese tenue sonido entrara dentro de mí y se magnificara al punto de escuchar suaves acordes o estridentes cacofonías. Sí, soy sordo pero escucho y escucho a un nivel en cual nadie nunca había escuchado.

Con la operación, cuando era pequeño, pude escuchar el ruido del mundo pero siempre terminaba quitándome el aparato para escuchar la sinfonía de la vida. Lo único bueno que me dejó la operación fue la música pues aunque es un pálido reflejo de la verdad, es lo que más se asemeja y, por supuesto, Beethoven siempre sería mi favorito.

No crean que es un don, más bien, es una forma de segregación autoimpuesta. No puedo entender a nadie porque sus señales son dispares; por ejemplo, nadie puede nunca mentirme pues su aura emite notas discordantes como cuando en plena melodía alguien arañara un pizarrón. Lo peor es que lo hacen con una sonrisa y creen que nadie se dará cuenta. Como puedo estar con una persona que sé que me engaña de manera consciente, hasta las mentiras blancas hacen un ruido insoportable. Obviamente, mi círculo de amistades era nulo.

Mis padres creían que era por mi condición y me mentían diciéndome que todo estaría bien, muchas veces tuve que quedarme callado ante la cacofonía atroz de sus auras.

Conforme fui creciendo, las hormonas entraron en juego y el sonido se amplificó, ahora podía escuchar a todas las personas que podía ver. ¿Bello? Doloroso hasta al punto de la locura, imaginen todos los estilos de música, todos los instrumentos y unos monos aporreando percusiones, y todo al mismo tiempo. En esos momentos me conectaba el aparato al cráneo y subía todo el volúmen. Irónico, el aparato para escuchar me daba el silencio que necesitaba.

Las hormonas también tuvieron otro efecto, conocí el deseo sexual que es como un crescendo de violín acompañado de percusiones que exaltan la sangre... pero eso ya lo saben sin tener que oírlo, creo que es el único momento en que me sentí parte de la humanidad. Sin embargo el amor, el amor es otra cuestión. El amor es una sinfonía completa acompañada de silencios expectantes, anhelantes, relajantes. Sube y baja, viene y va, cambia de intensidad y de ritmo y, no obstante, el amor es de un sonido tan puro que es increíblemente frágil. Sólo se necesita más maquillaje, una sonrisa fingida, un humor diferente y la cacofonía empieza, el amor es de un sonido puro pero sólo por un instante y luego se convierte en esa sinfonía donde las mentiras contadas por amor las convierten en un sonido normal, común, igual a cientos más.

Creo que fue mi primer amor lo que me desgarró, lo que me cambió, lo que me hizo generosamente egoísta. En un inicio su aura era armónica pero normal, sin embargo sentía que su sonido acompasaba al mío y fue como dirigir una orquesta hasta que llegó ese sonido puro, hermoso, único y que luego se perdió. Eso es verdadero dolor pues saber que existe y perderlo es más de lo que pude asimilar.

En la búsqueda de ese sonido puro, empecé a experimentar con las auras de los demás y mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí que podía transmitir y modificar sus frecuencias, cuando entendí que mi verdadera función en esta vida era ser el director de orquesta de sus vidas. Quizá suene medio megalómano pero cuando estés deprimido y de repente te empieces a sentir animado, me lo agradecerás aunque nunca sepas que fui yo.

Hoy soy el mejor compositor y el mejor director de sinfónicas del mundo, lo que nadie sabe es que dirigir a músicos es la fachada en la que mientras ustedes escuchan sonidos, yo voy dirigiendo sus emociones, sus propias sinfonías en mi gran obra maestra. Sólo ahí encuentro paz, ustedes se irán con el maravilloso recuerdo de una gran sinfonía y empezarán a sumar sonidos, ustedes serán mis nuevos músicos y sé que cuando sean los suficientes, podré encontrar la forma en que sus mentiras no arruinen la obra, en que sus envidias y odios no rompan mi armonía. Quizá en ocasiones se sientan manipulados y amarrados, como si sus emociones no fueran suyas y la verdad es que no lo son, pero entiéndanme, lo hago por su bien y por el mío, pues sin su interferencia nociva tal vez escuche nuevamente el sonido puro del amor y esta vez, esta vez podré mantenerlo intacto.

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