Conmemoran el Bloomsday El Ulises sobre Insurgentes

Foto Praxedis Razo

Solemnes fueron llegando a la cita anual los bibliófilos amantes del Ulises de James Joyce al Parque de La Bombilla. Algunos con algo de aires de principios de siglo XX, todos con su libro en mano, nuevo o roto y anotado, dispuestos a caminar, como en la novela, y hablar y leer y beber cerveza en honor a los personajes entrañables que cruzan del día más largo que Dublín conozca en la literatura.

El 16 de junio de 1904 fue elegido por Joyce como escenario temporal de su odisea del hombre moderno. Durante esa jornada Leopold Bloom y Stephen Dedalus trascenderán frente a los ávidos lectores. Desde que se despiertan y hasta que se adormecen ebrios, los personajes cantan sus cóleras y sus triunfos, cumplen con sus rituales, se engañan, se desengañan. Es un día de encantamiento. Es Bloomsday.

La tradición de recrear el día en que sucede la novela se remonta a 1954, en Dublín. Todos los 16 de junio se desayunan entrañas de bestias y aves, riñones de cordero a la mantequilla, y se celebra de pub en pub el paso de las horas escenificando fragmentos de la novela, tratando de seguir el ritmo de la ficción joyceana. Para los irlandeses es casi una fiesta patronal.

En México, desde 2008, con algunas intermitencias y distinto quórum cada vez, el escritor Alejandro Toledo y otros bibliófilos se han impuesto homenajear la Odisea de Joyce, el Bloomsday ranchero, al que se suma este año la ciudad de Saltillo, donde Aurora Alvarado y Julián Herbert organizaron la misma celebración en las calles y cantinas de la capital de Coahuila.

Este año el inicio de la caminata joyceana en el Distrito Federal se propuso fuera en el monumento a Álvaro Obregón, una rara y metafórica Torre Martello, donde se esperó a que arribaran de diversas partes de la ciudad los lectores que bogarían con sus libros bajo el brazo por la Avenida de los Insurgentes, de las 16 horas hasta el anochecer, en que cada cual iría quedándose dormido en su respectiva cama, no sin antes besar ceremoniosamente las majestuosas nalgas de su respectiva o respectivo Molly Bloom, como dicta el protocolo novelístico.

Convocados desde las redes sociales, donde una semana antes había comenzado el intercambio de impresiones, llegaron a la cita el mencionado Toledo, Anaís Ruiz y su madre, la editora Leticia López, Gustavo Germánico, Teresa Cepeda, Karla Hill y el que aquí suscribe. Algunos lectores añejos, otros noveles, unos anglófilos, otros amantes de las historias editoriales de las traducciones.

A ese grupo se sumó el escritor y traductor Héctor Iván González, quien llegó con el empate entre México y Chile, al Billart, lugar que sirvió de refugio carambolesco a los joyceanos que medio leyeron fragmentos de los capítulos que equivalían a la hora en la que se encontraban, y medio revisaron el documental que Malcolm Bradbury dedica al Ulises.

La culminación del Bloomsday ranchero llegó después del aguacero, hacia las 22 horas, en los que dicen ser los mejores tacos desde 1963, El Gallito, donde en busca de la energía para lo que restaba de la noche, los bloomers sobrevivientes encontraron el arrullo hablando de vesículas de Los amores difíciles, de Calvino. Se despidieron, también solemnes, indicando las coordenadas en que, dentro de la Ciudad de México, se hallaban sus respectivas casas.

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