Voces de animales

Una de mis últimas adquisiciones por librerías de viejo es el tomo tercero de los deliciosos Entretenimientos gramaticales (París, 1891) del erudito venezolano Baldomero Rivodó (1831-1915), un libro poblado de palabras olvidadas, desleídas o expulsadas del habla coloquial por la corrección política.

Como buenos “entretenimientos”, Rivodó desparrama su filología sobre aspectos curiosos y divertidos de la lengua. Por ejemplo, los géneros gramaticales y la necesidad de “habilitar algunos femeninos que antes no se usaban, o que ni existían siquiera”. ¿Cuáles fueron esos sustantivos femeninos dilucidados a fines del siglo xix? Por ejemplo, “doctoresa”, “directriz” o “juristina”, aunque el uso popular finalmente haya consagrado las voces “doctora”, “directora” o el epiceno “jurista”. Sin embargo, no sería incorrecto hablar de la “Ministrina” de Salud, la “Defensatriz” del Pueblo o la “lideresa socialistina”. Pero lo mejor ha sido descubrir que la hembra del cocodrilo es la “cocotriz”, que los “culebros” se extinguieron sin alharacas ideológicas y que una cosa es una “lagartezna” y otra muy distinta una “lagarta”, porque las primeras son diurnas y de campo mientras que las segundas son nocturnas y más bien urbanas, tal como recoge el drae: “lagarta. 3. f. coloq. Mujer taimada”. Debo decir que en el castellano de América no existen tales diferencias porque allá las “lagartas” siempre han sido “cocodrilas”, aunque ahora reconozco que les iría mejor como “cocotrices” (“cocodrila” todavía no ha llegado al drae, pero todo se andará, porque las “cocodrilas” son muy andariegas y —para mí— nada taimadas).

Otro maravilloso “entretenimiento” es el dedicado a los diminutivos de los nombres propios de las personas, porque uno ignoraba que Chichí era el diminutivo de Cecilia o Argina el de Regina, y que muchos diminutivos han terminado divorciándose del original, como Angelina (Ángeles), Azucena (Susana), Fabiola (Fabia) o Estrella (Esther). A manera de hispalense curiosidad cabría agregar que el femenino de Macario es Macaria y su diminutivo apropiado Macarina, pero en Sevilla triunfó el más flamenco, mariano y cariñoso “Macarena”, origen de otro hermoso nombre de mujer.

Sin embargo, el capítulo más bello de los Entretenimientos gramaticales es el que Baldomero Rivodó reservó a las voces de los animales. Para una persona del campo, un cazador o un lector de Luis Berenguer y Miguel Delibes, quizá las voces que voy a espigar no constituyan ninguna novedad, pero a mí me ha hecho feliz saber que los cuervos crascitan, crotoran las cigüeñas, voznan los cisnes, parpan los patos, trisan las alondras y chuchean los búhos. Uno sabía que los gatos maullaban pero ignoraba que sus cachorros miaban, a semejanza del borrico joven que no sabe rebuznar porque apenas rozna o los cochinillos lechales que jamás gruñen porque sólo guañen. ¿Cómo he podido ignorar que las musarañas musitan?

Todas las voces, usos y palabras que Baldomero Rivodó conjuró en sus Entretenimientos gramaticales, figuraban en la edición duodécima del drae (1869), pero muchas de ellas han desaparecido ya del habla y de la norma.

¿Por qué himplar continúa entonces en el drae? (“himplar. 1. intr. Dicho de una onza o de una pantera: emitir su voz natural”). Porque la voz de las panteras debe ser tan seductora como la de las “lagartas”. O mejor todavía, tan dulce como la de las “cocodrilas”, que siempre son mayores de cuarenta pero jamás menores de treinta.

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