Narcos

Se presume que la narcocultura ha pasado de moda, que los libros sobre el tema, tanto de periodismo de investigación como la narconovela, han dejado de interesar, sin embargo, para desmantelar tales rumores, los gringos le han entrado al quite con la serie Narcos. Lo único que iba de salida era El Chapo, pero de la prisión. Y es probable que su fuga vuelva a desatar una oleada de obras acerca del narcotráfico. Que de las páginas se trasladó a las teleseries. Pablo Escobar. El patrón del mal, El cartel de los sapos, La reina del sur, Camelia la texana, etcétera, han ocupado el lugar del mercado editorial en cuanto a nicho del relato sobre capos.

Narcos ha despertado un entusiasmo que las series antes mencionadas no suscitaron. En principio porque se trata de una producción estadunidense. Traducción: es una serie no una telenovela. Aunque también ha recibido críticas. La primordial: que el actor que protagoniza a Pablo Escobar sea un brasileño. Para los puritanos de la televisión es imperdonable que no pueda reproducir con fidelidad el acento colombiano. Pero más grave quizá sea que se trate de un narcotraficante guapo. Algo que contradice la realidad. A diferencia de The Bridge, por ejemplo, en la que el capo es feo. No todos los que se dedican al negocio de la droga son La Barbie. Por supuesto existe un motivo para que el Escobar de Narcos sea guapo, es el mismo por el que la serie existe.

A Narcos se le criticó que su trama revela que Estados Unidos es la policía del mundo. Como si se descubriera el hilo negro. Ya todos lo sabemos. La historia la escriben los vencedores, dijo Orwell. Pero Estados Unidos ha manipulado esta máxima hasta relatar la historia como los vencidos. Esto se aprecia cuando señalan en la serie las cantidades estratosféricas de cocaína que ingresaban desde Colombia hacia Estados Unidos. El mensaje es: hasta la policía del mundo es vulnerable. Mentira. Pero a los gringos jamás les ha importado mostrar debilidad con tal de conseguir sus objetivos. En eso se diferencian de los pueblos latinos. En los que se reniega de las muestras de flaqueza. Hasta el punto que se prefiere la muerte a la vergüenza pública.

Estados Unidos le entra al género porque le interesa que la imagen del narcotraficante perviva. Por eso Escobar (Wagner Moura) es guapo. El capo, visto por los ojos del pueblo como un héroe, es el principal interés para la existencia de una serie como Narcos. Resultaría de una ingenuidad sin proporciones afirmar lo contrario. El gringo conoce a la perfección la desigualdad social que impera en México y el resto del continente. Le conviene reforzar la idea del outsider, el narcotraficante que desafía al gobierno, para obtener beneficios. Y no habla por mí la paranoia, pero la televisión ha sido el método de control de Estados Unidos. No es difícil imaginar lo que el gringo promedio piensa al ver una serie como Narcos: “mira lo que ocurre en el tercer mundo”.

Para los hablantes de español, incluso aquellos que no son colombianos, ha resultado particularmente ofensivo que Escobar no reproduzca el acento de un paisa. Se asume como un ataque a nuestras señas de identidad. Cuando la historia de la televisión está plagada de casos como éste. El problema es que queremos a los malosos bien malosos, no una estafa. No todos pueden imitar el modelo de las grandes series gringas. The Wire utilizó a gente de la calle como actores con excelentes resultados. Lo mismo de lo que adolece Narcos le ocurre a The Bridge, el actor puertoriqueño Ramón Franco no representa con veracidad al capo mexicano Fausto Galván. Y las series pierden. Porque van dirigidas a un público al que no se le puede engañar. Por eso Narcos es antes que nada una mala serie.

Pese a haber recibido buena crítica y situarse en el gusto del público, Narcos es un relato menor. La historia del negocio de la droga en México y el resto del continente ya ha sido contada y mejor por el periodismo. Los gringos creen que pueden contar mejor una historia que nos pertenece. Pero es un equívoco. Podrán tener mejores producciones de televisión. Pero aquí el trabajo reporteril y de periodismo que se hace día a día pone de manifiesto que la verdad no se puede manipular. El relato sensacionalista disfrazado de entretenimiento es una manera de legitimar la intención de Estados Unidos por desestabilizar las democracias latinoamericanas. No, no es una exageración.

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