Novela redime a personajes comunes durante el ‘Corralito’

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Foto: larazondemexico

El jurado del XIX Premio Alfaguara de Novela —presidido por la guionista, narradora, académica y ensayista española Carmen Riera— asentó en el acta que La noche de la Usina era la ganadora de la convocatoria 2016 porque “se trata de una emocionante historia situada en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires a primeros de nuestro siglo, justo antes de que el gobierno de Fernando de la Rúa imponga el ‘Corralito’ financiero y bloquee las cuentas bancarias. Un grupo de amigos ­—personajes inolvidables todos ellos—, que ha sido estafado, decide recuperar su dinero y su dignidad tomando la justicia por su mano. Es una novela coral, ágil y emotiva, con muchos ingredientes de lo mejor del thriller y el western”.

Fábula que puede considerarse como ‘punto de quiebre’, suerte de metáfora de un cataclismo ineludible. Crónica de una estafa y, asimismo, el ajuste de cuentas de un grupo de amigos que decide alcanzar la redención. Gloriosa ‘lealtad comunitaria’ en los desbordes de un humor trazado desde una gozosa vaguedad que desemboca en una comedia de equívocos que atrapa al lector desde el sugerente prólogo: “Un hombre sentado en un banco viejo”.

Manzi (el estafador), Perlassi (guía del grupo), Lorgio, el viejo Medina, el anarquista Fontana, Rodrigo (hijo de Perlassi) y los hermanos López conforman una comparsa inolvidable de gestos que giran en la aureola del infortunio coloreado de tragicomedia. Elenco de personajes comunes, poco extraordinarios, pero inolvidables por sus categóricos y liberales modos en la búsqueda de la justicia. Guiños a la deliciosa comedia cinematográfica de William Wyler Cómo robar un millón de dólares (1966) estelarizada por Peter O’ Toole y Audrey Hepburn.

“Me interesaba construir una historia, un espacio narrativo al servicio de la redención social de un grupo de personajes comunes, habitantes de un pequeño pueblo. Intentan levantar una empresa y son estafados. El telón de fondo se sustenta en la crisis neoliberal de los años 90, la cual desemboca en el ‘Corralito’ de De la Rúa en 2001”, comentó en entrevista con La Razón el autor de la exitosa novela La pregunta de sus ojos, llevada al cine y ganadora del Oscar en 2010.

¿Por qué decidió el prólogo con la historia del cuentacuentos Arístides Lombardero? Tenía más o menos clara la trama, pero no sabía cómo empezarla, decidí entonces recurrir a este tributo a la oralidad, a este maestro de ceremonias del circo que llega a O’Connor y roba la atención de los espectadores. Él ha sembrado la confusión de la noche de la Usina. Nadie del lugar puede contar ni recuerda los hechos completos, todo se convierte en un secreto. El narrador en tercera persona inicia la historia en el primer capítulo desde los esquemas de la tradición oral: ‘Dicen los viejos que hubo un tiempo...”. A partir de ahí la escritura afloró con más fluidez.

¿Discurso narrativo que apela a la emoción del lector desde un fundamento heroico protagonizado por seres comunes? Sí, aparecen hechos insólitos y hasta épicos que transitan por los límites de lo ‘bueno’ y lo ‘malo’, ‘perdedores’ y ‘ganadores’. Estos hombres quieren recuperar lo robado y lo hacen de una manera muy apremiante, espontanea, hasta diría yo, cándida. El ingenio de los pobres enfrentado a la gran maquinaria financiera. Las acciones de estas criaturas, indiscutiblemente, conmueven al lector. Son, nadie lo puede rebatir, entrañables.

¿Crónica de una usurpación y el desquite de los perdedores? Así es. Todo en una noche remota y recóndita archivada en la reminiscencia de los viejos habitantes de O’Connor.

La noche de la Usina

A veces habla la gente, en el pueblo, de la noche de la Usina. Pero siempre de manera parcial, confusa e inconexa. En general se refieren a dónde estaba cada quién, a qué hicieron durante el apagón y la tormenta, a lo que pensaron cuando se enteraron de que había sido un sabotaje, a lo que sospecharon después con respecto a los culpables. Pero nadie puede contar la historia completa. Ni abarcarla, con sus pormenores, sus antecedentes y sus consecuencias. Son demasiados hilos enredados. Se supo de un periodista de Buenos Aires que viajó hasta O’Connor con la idea de indagar en el asunto. Se quedó varias semanas pero terminó volviéndose con las manos vacías. No fue falta de voluntad de los testigos. Más de uno se sentó largamente con el forastero a contarle lo que sabía. Pero ése es el problema.

Aunque junten a todos, aunque eslabonen con cuidado obsesivo todas sus palabras, sus recuerdos y sus sospechas hay cosas que quedan sin saber, sin explicar y sin entender. /No es porque sí que sucede esto. Es porque los que saben la historia son apenas unos pocos, un puñado de personas. Y son los que estuvieron. Los que la pensaron, la prepararon y la llevaron a cabo. Y aunque están entre nosotros, y son parte de nosotros, fingen saber lo mismo que el resto. Es extraño. Uno podría pensar que en un pueblo chico como O’Connor no hay modo de guardar un secreto.

Fragmento del libro

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