Cerró los ojos y esperó, quizá si tenía suerte, el rasgueo debajo del colchón se detuviera. Estuvo a punto de llamar a sus papás pero no tendría caso, sabía que apenas lo hiciera, el ruido se detendría y la cosa que lo acosaba cada noche se escabulliría a un lugar donde la luz del teléfono que su papá usaba como linterna no le alcanzara. Si los llamaba, sabía que pasaría, llegarían adormilados, revisarían para tranquilizarlo, se lo llevarían a su cama y el dormiría sabiéndose protegido pero, en el momento en que estuviera completamente dormido, lo llevarían de vuelta a su cama y lo dejarían expuesto e inconsciente ante la cosa que se encontraba debajo. No, era mejor no llamarlos, ya de por sí, lo veían de manera rara e incluso escuchó en una ocasión a mamá hablando de llevarlo a un psicólogo y eso, según sus amigos de la escuela, era que estabas tocadiscos.
Escuchaba los rasguños sobre la madera, uno, otro, uno más, sentía con cada uno, como el pelo de la nuca se le erizaba y como la vejiga se le aflojaba dejando salir unas cuantas gotas junto con litros completos de vergüenza pero ni por asomo, bajaría un pie para ir al sanitario, sólo de pensarlo se le contraía el estómago de terror al recordar la primera vez que al hacerlo, sintió el ardor del desgarro de una uña que le abrió la pantorrilla, esa vez corrió y brincó a la cama de sus papás mientras se ahogaba por el llanto, lo curaron y pasaron el resto de la noche tratando de encontrar el "clavo" de la litera que le había provocado la herida. No, no bajaría la pierna, prefería la vergüenza de que le llamaran la atención por mojar la cama, que pasar por eso nuevamente.
No tenía a quién recurrir, sus papás no le creían, sus amigos del colegio se rieron la primera vez que sondeó acerca de que si en sus casas había monstruos bajo la cama y él, fingió reír sintiéndose más sólo que nunca. A veces pasaba semanas completas sin escuchar nada y empezaba a dudar de que fuera cierto hasta que iniciaba otra vez y de un tiempo para acá, cada noche, a la misma hora, empezaba primero el golpeteo ansioso, el rasguño sobre la madera que hacía vibrar el colchón y desde ayer, escuchó una respiración profunda que recorrió su columna vertebral y contrajo sus músculos abdominales mientras la adrenalina invadía su torrente sanguíneo y apretaba los párpados con fuerza musitando que nada de eso era verdad, que los monstruos no existían.
Otra vez no había dormido, veía como su pequeño hijo se consumía, al principio pensaba que eran simples pesadillas y que sólo era cuestión de tiempo para que pasaran pero, eran tan frecuentes que empezó a leer acerca de terrores nocturnos creyendo que eso era lo que le sucedía. Cuando lo habló con su mujer, ella quiso llevarlo a un psicólogo, en un inicio no quiso hacerlo pero, verlo ojeroso, cansado, sin hambre, sin poder concentrarse, queriendo dormir de día para no hacerlo de noche le estaba rompiendo el corazón... Tal vez tendría que hacerlo.
En lo que había leído, decía que el niño tenía que enfrentar y racionalizar su miedo, que sólo así, los terrores nocturnos bajarían de intensidad hasta desaparecer eventualmente y no obstante, ya no soportaba verlo así, seguro tendría una discusión con su esposa pero hasta que esto no sucediera, haría que su bebé durmiera con ellos.
Cuando su hijo regresó de la escuela vio el sofá cama nuevo dentro de su habitación y un brillo intenso apareció en sus ojos, corrió a abrazarlo y le susurró un "gracias papá"... Lloró con él.
Tomó sus peluches, su almohada de balones deportivos y su manta de la guerra de las galaxias para trasladarse a la seguridad del cuarto de sus papás, su mamá no estaba muy contenta por el trato pero le dio un beso en la frente y le deseó buena noche... Seguro la tendría, la primera en mucho tiempo.
Dejó de leer en la tableta, empezó a hacerlo desde que se casó pues su esposa no podía dormir sino había absoluta oscuridad y una lámpara de noche le impedía conciliar el sueño, antes un antifaz era suficiente pero desde que nació su hijo, el antifaz no fue opción así que dejó los libros en papel y empezó a descargarlos electrónicamente, nunca había sido de dormirse temprano y aunque desde el nacimiento el cansancio era continuo, el hábito era difícil de romper. Asentó el aparato, conectó el teléfono y después de revolverle el pelo a su pequeño hijo, se sentó en la orilla de la cama a verlo dormir mientras sentía un alivio indescriptible. Él era mucho más pequeño cuando sufrió pesadillas, no recordaba si eran iguales a las de su hijo, sin embargo, cuando le contó de "algo" bajo la cama sintió un miedo que había dejado olvidado en algún rincón de su subconsciente.
Despertó descansado y con una sensación rara que no identificó como seguridad hasta el recreo de su escuela, el día era perfecto, su maestra lo había felicitado por su cambio de actitud, había respondido antes que nadie en las preguntas de cálculo mental y ganó la medalla diaria de rapidez y limpieza, sí, el día pintaba de manera perfecta.
La discusión telefónica no fue muy grata, entendía el punto de que su hijo no podía dormir con ellos siempre pero, no creía necesario llevarlo a un psicólogo tan pronto, quizá una semana sería suficiente para que su bebé superara su miedo pero no, discutir con su mujer no le gustaba así que terminó cediendo. En la tarde sería su primera consulta.
Llegó feliz para mostrar la medalla y se detuvo de golpe en la puerta de la habitación de sus papás el sofá ya no estaba ahí. Sintió como las piernas empezaban a temblarle y como se le salía una gota de orín. Corrió al baño, se quitó el uniforme mojado y lo ocultó abajo de la ropa del canasto. Lloraba en silencio, de coraje, de miedo, se sentía traicionado, creía que su papá lo protegería del monstruo y que por eso dormiría en su cuarto. Se secó rápidamente las lágrimas cuando la puerta se abrió, su papá le revolvió el pelo como solía hacer siempre y se agachó abrazándolo y luego le soltó a bocajarro que irían con el loquero después de la comida... La medalla dejó de ser importante.
Entre preguntas de ¿y cómo te sientes? ¿Qué crees que sea? ¿Te ha pasado antes? Y el silencio completo de su hijo pasó la hora, al final el psicólogo les dijo que era normal y que se pasaría con el tiempo y que sólo estuvieran pendientes de él y le hicieran caso a lo que les decía pero que dejaran que pasara la noche enfrentando su miedo a la oscuridad. En otras palabras, nada que no supiera y aún así, no podía olvidar la sensación de que su hijo se había sentido traicionado y abandonado por él.
El golpeteo inició, la respiración parecía una risa ahogada, el monstruo se reía de él y o creía que era real o aceptaba que estaba loco pero el rasguño continuo sobre la madera era real. Sabiendo que esta noche estaría solo, tomó el palo con el que rompieron su piñata hacía meses que había escondido entre las sábanas y armándose de valor saltó y empezó a golpear bajo la cama, le arrebataron en un instante el arma y lo agarraron de la muñeca, gritó lo más fuerte que pudo llamando a sus papás, sentía como lo arrastraban bajo la cama, luchó, pataleó, se aferró a la pata de la cama mientras algo le desgarraba las piernas, no podía más, veía como su mano se empezó abrir por la tensión, dedo a dedo... Gritó una vez más.
Escuchó los gritos, mordió la almohada tratando de aguantar las ganas de correr a la habitación de su bebé, se puso los audífonos y subió al máximo el volumen, cualquier cosa era mejor que escucharlo, estuvo tentado de desobedecer al psicólogo pero sabía el pleito que eso le acarrearía, sentía la mano de su esposa tratando de calmarlo mientras sus músculos se tensaban. Mientras escuchaba los gritos tras la música recordó su temor, la respiración gutural, el golpeteo, los rasguños bajo su cama y al fin recordó que su monstruo bajo la cama una noche dejó de gruñir y sintió más que escuchó "...lo que...más...duela".
Se levantó de la cama ansioso, desesperado, temeroso y corrió a la habitación de su bebé. No había nada, no había nadie, sólo, un palo de piñata... Bajo la cama.

