Como parte de la delegación de escritores de Madrid, ciudad invitada de honor, se encuentra en la FIL de Guadalajara el narrador y ensayista Andrés Barba (Madrid, 1975), ganador absoluto del Premio Herralde de Novela 2017 por República luminosa: tensa y angustiosa fábula transparentada en el cosmos del Joseph Conrad de El corazón de las tinieblas desde un arrojo narrativo con capacidad para develar escenarios enigmáticos untados de tenebrosos tintes metafísicos.
República luminosa cuenta la aparición de 32 niños violentos, de los cuales nunca sabemos sus orígenes, que irrumpen en la pequeña ciudad tropical de San Cristóbal, enclavada entre un paisaje selvático y un río. Crónica que hace una ‘redefinición’ de la idea que tenemos de la infancia en un vórtice temático que aborda las demarcaciones y los vínculos entre civilización y barbarie.
“Esta historia nació de una traducción que hicimos mi mujer y yo de todos los relatos de Joseph Conrad: ahí me contagié y nació esta ciudad tropical, que imagino junto a un gran río y un espacio selvático. Por otra parte, el documental polaco Los niños de Leningradsky, que cuenta la historia de unos infantes que viven en esa estación ferroviaria me llevó a especular y a cuestionarme sobre el cosmos de la niñez y sobre la idea que de ella tenemos. La trama se origina de esas cavilaciones”, comentó para La Razón, en entrevista en la FIL de Guadalajara, el autor de La hermana de Katia (finalista del Premio Herralde en 2001).
Utiliza usted una significativa cita del pintor Paul Gauguin en el pórtico de la novela, “Soy dos cosas que no pueden ser ridículas: un salvaje y un niño”... Hemos idealizado la infancia como un paraíso perdido. No hago una nueva revisión de algo que ya hicieron los enciclopedistas, ya se ha escrito sobre eso y mucho. Mi intención es quizás subrayar que la infancia es el paraíso perdido que el adulto inventa cuando ya no está en ella. El niño es una suerte de animal sagrado. Me pareció tentador utilizar la cita de Gauguin como inscripción introductoria. Ese exergo es muy revelador de la trama.
¿Hay una violencia natural en los niños? Los niños de mi novela son como árboles, no sabemos su procedencia. ¿Por qué actúan así? Es la pregunta que se hacen los lectores. Hay una ilusión de totalidad como discurso romántico de la inocencia infantil que yo cuestiono a través del cronista-narrador que cuenta todo esto 20 años después.
¿Ha escrito usted una ‘ensayo antropológico’ y para eso se vale de la estructura de la novela? Sí, hay muchas ideas especulativas en esto que yo llamaría una fábula muy influida por Joseph Conrad. Los géneros se diluyen. Pongo a disposición de los lectores muchas tonalidades. Pero, repito mi mayor preocupación es escrutar los límites difusos entre civilización y barbarie, tema central del narrador polaco autor de ese incitante, inacabable relato que es El corazón de las tinieblas.
Leyendo su libro retumbaron en mí El señor de las moscas, de Golding, Oliver Twist, de Dickens, Rimbaud... Pero los niños de esas historias tienen una procedencia, están copiando un modelo social. Mis personajes, no. Rimbaud viene de un lugar. Los niños de Republica luminosa, no.
Relato muy visual, muy cinematográfico... Mi novela La hermana de Katia, fue adaptada al cine. Sí, lo visual está presente en el discurso de mis narraciones.
¿Qué es para usted la infancia? Hay niños que se comportan como infantes y son la contrapartida de eso. Me importan los niños moradores en ‘tierra de nadie’. Lo he abordado en novelas como Las manos pequeñas o Agosto, octubre. La infancia es una etapa en la vida de gran confusión y ambigüedad.