Para Pedro Ramírez Ponzanelli, hacer arte es como ser hispano y hablar castellano, como ser mexicano y comer tortillas o pan: un suceso natural y normal. Desde que tenía 14 años supo que su inquietud estaba a lado del arte, a esa temprana edad ya participaba con sus dibujos en concursos nacionales y escolares. En sus venas se rastreaba el hilo de una gran genealogía de escultores y artistas.
Su bisabuelo Adolfo Ponzanelli llegó a México en 1906 contratado por Porfirio Díaz para realizar algunas intervenciones al Palacio de Bellas Artes, su estilo único y la forma de trabajar el mármol le guardaron un lugar especial entre los nombres de los grandes escultores y al que ahora Pedro, de 45 años, hace reverencia desde otro plano.
Como muchos de su dinastía, Pedro Ramírez Ponzanelli, se ha destacado por su trabajo escultórico en bronce y su compromiso social. Pero su intimidad como artista va más allá, y su obra personal está marcada por el detalle y esa sensación indescriptible que le sucede cuando sus manos se encuentran con la piedra en bruto, lista para tallar.
“Vengo de una familia de escultores, para mí hacer escultura es como ser mexicano y hablar castellano, o como comer tortillas, era lo único que conocía y era algo natural y normal. El primer tipo de modelado que desarrollé es el que aprendí en casa pero luego aparece una inquietud y una sed nueva de incursionar en otros conceptos. Para mí lo importante en una obra siempre ha sido la producción de un espacio externo y otro interno, sobre todo el interno donde se puede experimentar con las luces y las sombras. Comprender que el vacío es parte de todo”, aseguró a La Razón, el escultor mexicano.
Alejado de los reflectores mediáticos, el maestro Pedro, como se le conocer en los círculos de la restauración y el oficio artístico, dedica breves periodos de su trabajo al tallado. Discurrir sobre los tipos y texturas que cada piedra desprende, desde el mármol, la obsidiana, el vidrio y por supuesto el bronce encierran, para él, una tarea titánica y enigmática.
“Tenía 15 años cuando por primera vez vi a mi madre realizando un trabajo de tallado. Quedé maravillado, me impresionó el nivel de detalle. Muchos años después me fui a estudiar a Florencia y ahí me percaté del tipo de valoración que tiene el trabajo del tallado, en México no es común, porque es un trabajo que te lleva muchísimo tiempo y económicamente no es valorado, pero hacerlo es maravilloso, incluso tu cuerpo no es el mismo después de dos o tres meses de trabajo”, agregó.
En 2014, Ponzanelli participó en un concurso de la Secretaría de Desarrollo Social con el objetivo de revitalizar los espacios públicos y su proyecto, que consistió en rescatar el Parque Francisco Morazán ahora Parque de los Periodistas Ilustres ganó el segundo lugar.
En él se encuentran algunas de las esculturas que el propio Ponzanelli ha creado. La primera fue una efigie en bronce de Miguel Ángel Granados Chapa y la última que realizó y develó, como si se tratara de un designio de la vida, fue una escultura de la escritora y periodista Elena Poniatowska, justo cuatro días antes de que le entregaran el Premio Cervantes, en 2013.
“Creo que cuando las obras llegan a determinado sitio, adoptan un sentido propio, donde las personas pueden sentir, aprender o incluso reflejarsel”, precisó.
Actualmente el maestro de la escultura al detalle trabaja en obras personales y próximamente donará dos de sus obras para revitalizar una zona en la Condesa, una de las colonias afectadas por el 19-S.

