El narrador y articulista peruano Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) —Premio Alfaguara 2023 por Cien cuyes— publica la novela Mamita (Alfaguara, 2025) en la que abre las puertas de reminiscencias íntimas con el propósito de develar franjas de su linaje arropadas por vicios, obsesiones, afectos y desencuentros. Fábula imbuida en la memoria familiar y, asimismo, en los maniáticos avatares de la creación literaria.
Despliegue de un discurso narrativo avalado por una prosa de ribetes confesionales en que un ingenioso código reflectante dilucida tensiones que dan cuenta de la extraordinaria historia fincada en los primeros años del siglo XX en la Amazonia Peruana, la cual ha estado reservada por un escritor durante décadas donde sus abuelos y su madre son activos gestores. Al cumplir la madre 90 años de edad, concibe que ha llegado el momento de saldar ese trance y plasma su transcurrir diario, los vínculos filiales, el sumario de supervivencia y las voluntades del proceso de escritura.
“Mis historias novelísticas siempre han tenido orígenes en encrucijadas de inquietudes en que convergen indecisiones donde no sé realmente cómo dilucidar esos desasosiegos. En esta novela, Mamita, la intranquilidad se me presentó con un respaldo objetivo, real: todo estaba a mis pies, era evidente de que tenía una excepcional historia familiar, la cual quería regalarle a mi madre desde hacía muchos años, el tiempo transcurría y mi madre iba a cumplir 90 años de edad. Me di cuenta que era el momento de escribir la novela. Creo que he saldado una deuda, tengo la satisfacción de saber que plasmé una historia que temía que se perdiera en el tiempo”, dijo a La Razón Gustavo Rodríguez.
¿Relato que nace como saldo de una deuda con la familia? Una historia, la cual tenía deseos de escribir, pero no sabía como arrancar. Me invitaron a una ceremonia de la presentación de una moneda acuñada por el Gobierno peruano donde aparecía un palacio que mi abuelo levantó a orillas del Amazona. La presencia de mi madre en la ceremonia, al verla allí emocionada frente a la referencia de un hecho realizado por su padre, fue cuando me di cuenta de manera total e impostergable que debía escribir la novela.
¿Descubrimiento de la personalidad de su abuelo? Ardua investigación para conocer quien fue mi abuelo, hombre de oscuro historial. El reto era encontrar el tono para contar de manera cordial asuntos que hoy son problemáticos. Apelé a la perspectiva de ahondar en los engranajes interiores de la historia por encima de los aspectos exteriores. De niño escuche historias sobre mi abuelo, las cuales me parecían naturales: hoy son asuntos difíciles de asimilar.
¿Quién fue su abuelo? Otoniel Vela Llarena, notorio mercante de caucho que tuvo cercanía con algunas de las personalidades más importantes de la época: Gustave Eiffel o Julio Verne, por ejemplo. Fue una figura protagonista de la voluntad innovadora en lo social, tecnológico y político de los inicios del siglo XX en Perú, pero, participó en el ‘genocidio de caucho’, en el sometimiento y maltrato denigrante de las comunidades nativas donde se llevó a la muerte a cientos de miles de amerindios. Ese personaje era mi abuelo. Es complicado escribir sobre tu propia familia, explorar en sus pasiones, descarríos y manías.
¿Despliegue de fuerte carga emotiva al escribir sobre su familia? Sobre todo, al escribir sobre mi madre. He recurrido a un rótulo, Mamita, que a lo mejor es muy frágil, sin ínfulas intelectuales. Hago una invitación a una apertura de exploración en lo afectivo: tuve que apelar a lo emotivo. En esta novela hablo a través de los resquicios de la ternura, la cual siempre ha estado en mis obsesiones como narrador.
¿Exploración en el pasado familiar para entender el presente? Le doy mucha importancia a los adioses y el de mi madre será muy doloroso, por eso quise escribir esta novela para ella.