DESEO

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-Si todo se acabara hoy ¿habría valido la pena?-

-Ya duérmete, mañana te toca ver a los niños.-

Suspiró, incluso levantándose temprano para conectar a los niños a sus clases seguía con el reloj biológico alterado, el insomnio lo impulsaba a revisar sus redes sociales a cada rato o la luz de su celular le provocaba el insomnio. No importaba que era, invariablemente le daban las dos o las tres de la madrugada antes de que empezara a sentir modorra. Antes se lo atribuía a la angustia de la pandemia, ahora, que ya habíamos “normalizado” la tragedia de los miles de muertos y que las calles parecían días de vendimia, la angustia podía seguir presente pero, no era la causa de sus insomnios. Trataba de asirlo pero seguía sin saber que era ese sentimiento que se le clavaba en las entrañas y lo impelía a romper su promesa de dejar de fumar, quizá fuera la decepción por la increíble falta de valores en su sociedad, en aquellos a quienes llamó amigos, o esos temporales (menos mal) compañeros de travesía. No tenía caso, llevaba dandole vueltas sin resultado, era como la premonición sin sentido de un sueño soñado por otro. Cada noche era igual, los demonios internos se ensañan cuando no hay ruidos distractores que los opaquen.

Se levantó por un vaso de agua, su mujer dormía plácidamente, excepto cuando hacía un ruido y su híper sensible escucha, la despertaba para decirle que “durmiera”, “apagara el celular”, o el genérico “haz lo que quieras pero, luego no te quejes”. Despertarla era siempre una mala idea, así que salió con cuidado, se sirvió el agua y salió al jardín, tenía ganas de prender un cigarro, cosa extraña, las ganas no disminuían, por el contrario, aumentaban con el paso de los meses de haberlo dejado. Inspiró y trató de relajarse aunque sabia que sería tiempo perdido. Una madrugada más.

-¿Ya despertaste a tu hijo? ¡Tiene clase!-

Se levantó agotado, dos horas de sueño no eran suficientes pero, si algo bueno tenía esto es que en la noche quizá durmiera temprano.

Conectó las tres laptop a las diferentes sesiones, tres niños en diferentes grados al mismo tiempo, se preguntaba si sería más fácil tenerlos en las clases por tv en diferentes horarios, quizá no, uno se distraería porque los otros dos no estarían haciendo nada y si bien, quizá el más pequeño se entretuviera con las clases de los otros, estos seguro se aburrirían como ostras en pecera con las clases del chico.

Los días pasaban rápido, la tensión, angustia o sepa Dios qué, seguía presente sin importar la actividad normal, en casa, fuera, de días sin salidas, de días sin pisar la casa por las salidas, era indistinto, como si una enorme y deprimente serpiente se enroscara por tus entrañas y te carcomiera desde dentro, con voracidad pero, con una tortuosa lentitud.

El amigo de un amigo le recomendó a un sujeto que era, en sus palabras “buenísimo”, un ser de luz que alejaría sus tinieblas, el tipo, resultó ser un fraude, uno de esos que hablen de amor y son tremendos patanes, que te “invitan” a mejorar y carecen de todo principio, un vendedor de cuentas y espejitos. No obstante, saliendo del “consultorio” se encontró algo mejor, no porque el mercader de ilusiones lo hubiera ayudado, sino porque en su arranque de furia sarcástica, algo se había soltado o liberado o escapado.

Esa noche no solo durmió, en una rareza para él, soñó, no sabía que había sido y en realidad no importaba, tuvo una sensación de bienestar toda la mañana y de paz el resto del día. Había sido como quitarse unos zapatos apretados después de todo el día caminando.

Al día siguiente, la angustia había regresado, la sensación de agobio, de paranoia, de algo extraño que reptaba dentro de su ser.

Hacía mucho que no iba a una iglesia, algo, tal vez el recuerdo de cuando su papá lo llevaba a misa, le hizo entrar, la iglesia estaba vacía, aún no se levantaban las medidas de protección sanitaria. Recordaba el murmullo de su padre y de vez en vez escuchaba la entonación de su rezo donde más que rezo, era la charla amena con un ser amado. Así lo recordaba, hablando con Dios en términos de cordialidad y amor.

El sacerdote cabeceaba en el confesionario. El silencio, la edad y el calor húmedo no contribuían a mantenerlo en vela. El respingo y grito agudo que dió cuando lo vio hincado frente a él, hubiera sido quizá vergonzoso si hubiera alguien más pero no, solo estaban ellos.

-Ave María Purísima.-

-Sin pecado concebida.-

-¿Hace cuánto no te confiesas?-

-Mucho más de lo que debería.-

Conté mis pequeños, entremedios y enormes secretos, mi ira, mi temor, mi deseo, mi holgazanería, mi vanidad y mi soberbia.

-Vaya, de verdad que llevabas tiempo sin confesarte, parecía menú de los siete pecados capitales. Reza tres padrenuestros y dos rosarios. Además, tendrás que hacer algo por los demás.

La comunión le supo a infancia, una infancia en la que su único problema había sido ahorrarse el baño. Estaba incluso más tranquilo que después del arranque de ira en el “consultorio” y al igual que en esa ocasión, se sentía suelto, como si le hubieran soltado las amarras... eso podía ser. Si bien, nunca había creído en brujería, era igual de increíble, que después de una breve visita a la iglesia, se sintiera bien. Y más allá de si creía o no lo hacía, el hecho de sentirse bien era suficiente motivo para regresar, aunado a que nadie perdería de esa forma.

En una casucha del cerro, el brujo empezó a sentir un dolor en el bajo vientre, el amarre que también había funcionado, de repente se había roto y eso solo significaba que todo el mal deseado, sería devuelto a su origen, magnificado por haber incumplido el trato...

Esa noche, mientras uno dormía plácidamente después de varias semanas, el otro experimentaría cien veces aquello que le habían deseado y un terrible dolor lo atenazaba por las entrañas y le subía la bilis a la garganta

Un gallo negro picoteó al anciano par huir despavorido por la playa, dejando que su instinto de supervivencia tomara el control de sus decisiones.

Quizá no tuviera nada que ver pero, la máxima de que al que obra mal se le pudre el... además, si no era cierto, no pasaba nada, él solo hablaría con Dios como lo hacía papá pero, si sí lo era, pobres, ojalá alguien les hubiera dicho que tuvieran cuidado con desear el mal pues este, siempre, invariablemente... regresa.