El autor Celineano

El autor Celineano
Por:
  • larazon

Cuando Louis Ferdinand Céline publicó en 1932 El viaje al fin de la noche causó admiraciones inmediatas. Entre quienes elogiaron su novela estuvo León Trotsky. Y es que de alguna manera los temas denunciados en la novela: la guerra, la colonización, la miseria, la América capitalista y enajenada, eran caros a los comunistas.

El tono cínico y la descomposición del amor, otros aspectos del libro, podían contradecir con sus reivindicaciones nihilistas las posturas ideológicas de sus simpatizantes de izquierda, había un sesgo que Maurice Bardéche, su biógrafo de extrema derecha, llamó “comunismo sentimental”, el cual permitió esas identificaciones hacia un libro que décadas después mantiene aún vigente su rebeldía, su asco, su rechazo.

Pero el autor se volvió demasiado incómodo y como Bárdeche dice, hay dos maneras de leer las novelas de Céline: una es ignorar todo de la vida de su autor, y la otra es, por el contrario, tratar de entender cómo gracias a su vida concibió y escribió sus obras. Quizás la primera propuesta es desechada por el propio Céline, especialmente en su trilogía de la Segunda Guerra Mundial: De un castillo a otro, Norte y Rigodón, que están escritas de manera específica como crónicas autobiográficas.

Después de aquella veleidad comunista en los principios de su carrera literaria, Céline se encaminó, a su manera, hacia las antípodas por su apoyo al nazismo —a pesar de que el autor era más bien un anárquico—, fundamentalmente por compartir con éste la fobia antisemita la cual inspiró sus célebres panfletos de la anteguerra.

Si en América Latina la influencia celiniana, con su vocación nihilista, su degradación del cuerpo y del ser, sus negaciones, patente en un Juan Carlos Onetti, es menos señalada en otro gran novelista como José Revueltas, quien como militante marxista podía admirar, incluso más que Trotski, la literatura celiniana, abarcando sus delirios de la Segunda Guerra, pero la entremezcla final de vida y obra del autor francés le impedían asumir de manera abierta la fascinación por su aporte original a la literatura. Sin embargo, la impronta celiniana está en las mejores páginas de Revueltas, oculta y apenas descifrada.

El lugar común de la crítica establece la influencia de Dostoyevski en la obra del autor de Los días terrenales, porque a pesar del ateísmo ideológico del escritor mexicano hay una idea de redención surgida de su identidad revolucionaria y, por su significado profundo, toda redención es cristiana, religiosa, aunque sea la de un cristianismo sin Cristo como el suyo; en este sentido a contrapelo de esta identidad se trataría más bien de un “comunismo sentimental” muy lejano también del “realismo socialista” que sus cofrades marxistas de la época le reclamaron no practicara, y esto lo acercaría, paradójicamente, a la fuente primigenia del Céline elogiado por Trotsky.

Sin duda las atormentadas sicologías de muchos de los personajes de Revueltas surgen de la inspiración dostoyevskiana pero, al mismo tiempo, su exploración de los bajos fondos, los ambientes esperpénticos descritos, el rechazo vital a lo establecido, la exploración de la sórdida enfermedad de la vida que hace al hombre una víctima del hombre —no vista a través de las anteojeras y la retórica del humanismo ideológico, sino mediante el humanismo de abajo, triste, pesimista, cotidiano, incluso cínico—, la degradación de la realidad, conforman el sello celiniano en la literatura de Revueltas.

Algunos críticos han entrevisto esta relación de Revueltas con Céline. Cristopher Domínguez dice en su ensayo “José Revueltas: lepra y utopía” (Tiros en el concierto), que “Céline era quizás una pasión inconfesable para Revueltas: en diferentes partes de su obra revela su entusiasmo y después coloca las reservas ideológicas del caso”. O Philipe Cherón en su texto “Permanecerá su literatura” (Letras libres, 10/2014), anota: “(Los muros del agua) contiene capítulos excepcionales, de gran modernidad y originalidad. La pelea con excrementos en el barco, por ejemplo, está a la altura de un Céline”.

Por su parte, Evodio Escalante al abordar el “lado moridor” de la literatura revueltiana lo separa del existencialismo y lo une a una estética materialista que, en este sentido y de manera paradójica, lo emparienta más con el nihilismo celiniano que con el redentorismo que lo asignan generalmente con Dostoyevski. Si bien Revueltas quería creer en la dialéctica que podía transformar la realidad degradada, no pensaba en la felicidad utópica sino en la conciencia sobre la patética e infinita desdicha del hombre, cuya asunción sería así el proceso culminante de la historia y de la vida como hecho material.

Me parece significativo que las influencias literarias clásicas de José Revueltas, quien fue marxista toda la vida, sean principalmente dos grandes escritores “reaccionarios”: Dostoyevski y Céline, el religioso y el nihilista, ambos grandes relatores, a su modo, de la caída humana.

Y esto sirve para señalar y no olvidar, que la gran literatura siempre tiene una vertiente incómoda, inconforme, lejana a las buenas conciencias.