EL PRINCIPIO DEL FINAL

EL PRINCIPIO DEL FINAL
Por:
  • raul_sales

Ella se fue. Una tarde regresé y no estaba. No me sorprendí, ya lo esperaba, si algo me sorprendía es que hubiera tardado tanto tiempo en hacerlo. Quizá había permanecido tratando de rescatar algo que no estaba desde hacía mucho tiempo. Tal vez pensó en el tiempo invertido en la relación y en lo terrible de ir poniendo segundos, minutos, meses y años en una ilusión que terminaría bajando por el caño del olvido. No lo sé. Hace años que salí de la frecuencia tangencial donde entendía lo que cruzaba por su cabeza. Sí, yo lo supe desde antes que tomara la decisión, probablemente fuera lo último que anticipé acerca de ella y... acerté.

El silencio es opresivo, casi tanto como el hueco que siento en el pecho, una cosa es prever lo que sucederá para prepararte y, otra muy distinta, vivirlo y sentirlo. Es tan diferente como ver la postal de una cascada y estar bajo ella. Sí, es un buen símil, la cascada, la atronadora caída de agua sobre la cabeza, una que no te deja pensar, ni oír, ni respirar.

Prendo el molino de café, el ruido dispersa los demonios de la melancolía, solo un instante, el ruido que para mí, era anticipación, para ella era molesto. Lo apago, seguramente el café me sabrá a bilis.

Debo escribir y no obstante, mi veleidosa musa tenía una preferencia por ella, siempre tenía que desenredarla de sus rizos castaños o separarla de sus labios rosados. A veces, la encontraba acurrucada en el pequeño hueco entre su clavícula y el cuello, otras, solo la veía cuando asomaba su pequeño rostro de entre su blusa para sacarme la lengua y ella se reía por las cosquillas que le hacía tratando de sacarla para que pudiera trabajar... Ese fue el primero de los problemas... Eso escribiré... el principio del final.

Nos conocimos como solemos conocernos todos, el amigo de un amigo en un entorno de coincidencia, éramos opuestos en todo sentido, ella perfectamente arreglada mientras yo no coordinaba ni los zapatos con el cinturón; ella hablaba con toda soltura en cualquier situación, yo prefería el silencio contemplativo rayando en el ostracismo social; ella bebía complejos cócteles, yo lo hacía directo de la botella de cerveza de las más comunes; ella escuchaba clásicos, yo escuchaba progresivo. En fin, lo único que teníamos en común era el amigo del amigo y... la atracción, una increíblemente poderosa, una que atraía nuestras miradas de manera constante y en la que al cruzarlas, una descarga me recorría despertando nervios que no sabía que tenía. Nos dejamos llevar, nos perdimos en el encuentro, en la profundidad de una mirada, en la ansia de nuestros labios, perdimos nuestra individualidad en pos de algo más. Nuestros encuentros se volvieron el centro de nuestro universo dejando todo lo demás de lado y en ese momento, no importaba sino que... era lo único que importaba.

A todo aquel que nos conocía, les extrañaba nuestra mutua dependencia, lo intentamos con sus amigos sin resultado, yo no estaba en su categoría, lo intentamos con los míos infructuosamente, simplemente no encajaba. terminamos aislándonos y no fue malo pues, nos dedicábamos todo el tiempo... hasta que... el amor fue rutina.

El inicio del final, el primer grito, no recuerdo el motivo, quizá por la pasta de dientes destapada, la ropa tirada donde me la quitaba, el ruido del molino de café, las noches de desvelo al escribir, los pies sobre la mesa del centro, los libros apilados que según ella, apestaba a humedad, mis zapatos raídos y, luego, fui yo, los perfumes, cremas y maquillaje en todo lugar, lugar inexistente en el ropero, la intención del veganismo, la pulcritud absoluta que desaparecía hasta lo que no sabía que tenía.

Fue escalando y del ruido, llegó el prolongado e incómodo silencio. ¿Qué se dice cuando no hay nada que decir? ¿Qué une cuándo no hay coincidencia? ¿Quién? ¿qué? ¿cómo? ¿cuándo? Preguntas sin respuesta, respuestas no preguntadas. El amor nunca se vuelve odio, es peor, se torna indiferencia y no hay nada más triste, ni que ahogue más que la ceniza sin brasa. Ceniza que torna amargos los besos y la piel con piel es...obligación.

En la espiral descendente no hay forma de parar y aún parando, nunca se vuelve a subir, solo se posterga lo inevitable y se amarga lo amargo y se odia todo... iniciando con uno mismo.

Pareciera que después de sentir tan intensamente, nos aferramos al dolor para seguir sintiendo algo, aunque sea eso. Creemos que se rescata la pareja unilateralmente, que uno puede por dos y se transita en caminos separados aunque se esté juntos, como moverse frente al espejo, similar pero, en universos diferentes.

Hasta que al fin, después de mucho postergar lo impostergable, simplemente se bajan los brazos y se levantan los trozos de ego maltrecho y se enrolla la cola dejando atrás aquello que se edificó y que ahora lastra y aplasta... hasta cortar la respiración.

Podría escribir más pero, no puedo, en el espacio donde anidó el amor, ahora solo se asienta el dolor, no importa que te anticipes, que te prepares, que te inocules el antídoto... los residuos corroen la base de tu fe, de tu yo, de tu razón. Sabía que se iría y aún así, en la ausencia, en el alivio, en el conocimiento previsto del final,  me sigue doliendo... el principio.