ETERNIDAD

ETERNIDAD
Por:
  • raul_sales

El tiempo se acababa, cada segundo que transcurría era uno que nunca más regresaría, el pensar en todos los momentos en que lo desperdicié me daba nausea y sin importar lo que hiciera, eso estaba perdido ya. Ahora solo quedaba aprovechar lo escaso que me quedaba y tratar de compensar cada acción que había realizado en en absurdo sentir de que había una vida por delante.

Maldita sea el día en que me dijeron mi fecha de caducidad, el hombre no está predestinado a saber cuando cesará su existencia, es algo que se encaja en el cerebro, específicamente en tus funciones automáticas y todo lo que realizas ahora no lo haces en función de la utilidad futura sino en el disfrute del ahora, ese cristal entintando de inevitabilidad envilece cada acción, cada decisión, cada elección.

No más cine, 120 minutos sentado viendo a otros vivir en una fantasía es tirar el tiempo, no más libros, era aún peor y por supuesto no más cafés perdiendo la mirada en el horizontes mientras disfrutas tu soledad. Todo, absolutamente todo, se envilece sabiendo que no te queda tiempo.

Sabiendo que solo tenía tres meses, 27 días, 14 hrs, 17 minutos y 22... 21... 20... segundos era lo que me obligaba a aprovechar al máximo el momento y si bien, las religiones me decían que esto era solo un paso, los ateos me decían que no, que era mi última oportunidad, en cualquier otro momento hubiera entrado encantado a la discusión de si estamos aquí como preparación para lo que vendrá o estamos aquí por simple casualidad. En esta circunstancia hasta los más encantadores debates, consumían el precioso valor de tu tiempo así que discutir, debatir o aleccionar estaba más allá de mis preocupaciones.

He de decir que la escasez de tiempo exacerba tu sentido de la culpabilidad, así que le dediqué dos invaluables horas a sacar una lista de mis agravios en vida y otras dos angustiantes horas a mandar mensajes a todos aquellos a los que les había causado un daño, leer la respuesta, si la había, estaba fuera de discusión, era perder el tiempo, había pedido perdón y el balón estaba en su cancha, si me perdonaban o no, era indistinto, eran ellos y su consciencia.

Mis hijos fueron otro cantar, a ellos no les podía contar de los avances médicos que terminaron por decirte con absoluta exactitud, a ellos no les podría pedir perdón por todos los minutos desperdiciados trabajando para poder comprarles un aparato electrónico donde ellos perderían su propio e irrecuperable tiempo, a ellos nos les podía pedir perdón por haberlos hecho a un lado por estar cansado, por mi falta de paciencia, por mi falta de priorizar lo verdaderamente importante, la única responsabilidad válida, mi continuidad a través de ellos. Si hubiera dedicado tiempo en contarles historias y anécdotas, ellos podrían seguir pensando como yo, si hubiera sonreído más ellos tendrían en su memoria mis arrugas de felicidad y no el ceño fruncido de la responsabilidad mal entendida.

Mientras estoy tirado en el piso armando bloques de colores en edificios endebles, no puedo dejar de mirar el cronómetro en el anillo anular, por un lado siento la desesperación del correr del tiempo y por el otro la satisfacción de que ahora si lo estoy aplicando correctamente. Solo espero que el poco tiempo que me quede sea suficiente para impregnarme en su memoria, descargarme en sus emociones y acompañarlos incluso cuando no esté físicamente.

Dieciocho minutos 37 segundos, no hay más, tengo ganas de despertarlos para escuchar sus voces pero, prefiero irme mientras ellos duermen, no quiero que me vean partir y tenga su madre que explicarles. Ah su madre, llora desconsolada pero en silencio, veo en sus ojos el reclamo de dejarla sola con el enorme paquete de criarlos. Le sonrío y la tomo de la mano para irme, me jala y me abraza, su llanto humedece mi camisa, nunca he soportado verla llorar. La beso en la frente, en los labios, la abrazo y le pido perdón.

4 minutos 16 segundos los recolectores esperan en la puerta, el camión de extracción está prendido en espera, no sé si alguno de mis órganos sirvan pero, ojalá y así sea,

1 minuto, 47 segundos, veo la fotografía de mis tres niños, recuerdo el día en que se las tomé acostados en el suelo, el menor, el mayor y el de en medio, volteado en su clásica rebeldía, los tres sonríen, adoro esa foto. Me piden que inhale, tengo un poco de miedo y una terrible carga por no haber priorizado lo que tenía valor y no precio...

Empiezo a dormir, quiero verlos antes, trato de levantarme y ya no puedo, empiezo a perder la consciencia, trato de gritar un último “¡Los amo!” pero, no sale sonido alguno de mis labios, empiezo a rezar, que casualidad que solo lo hacemos cuando ya no tenemos nada más a que recurrir, realmente espero que exista algo más para así poder protegerlos desde donde quiera que me encuentre... perdónenme por no dedicarles el tiempo que se merecían... los amo...3...2...1... en ese momento entiendo que en su sonrisa, en su mirar, en su ser... radica la eternidad.