Las casas a las que el destino quiso borrar la memoria

Las casas a las que el destino quiso borrar la memoria
Por:
  • gilda_cruz_terrazas

Cuenta la leyenda que en 1965, cuando Gabriel García Márquez conducía el Opel blanco en compañía de su familia, rumbo a Acapulco para unas vacaciones, frenó de golpe aquel automóvil que había comprado a plazos.

De pronto todo lo tenía claro: una frase y el nombre de Aureliano Buendía aparentaban ser los primeros cimientos de la novela que desató el boom de literatura hispanoamericana. Pero no, aquella especie de revelación que lo llevó a escribir Cien años de soledad durante los siguientes 18 meses, no llegó esa tarde.

El mundo fantástico que envuelve a Macondo se gestó en Aracataca, un pequeño pueblo colombiano de plantaciones bananeras, donde García Márquez nació en la casa de sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Ricardo Márquez y Tranquilina Iguarán Cotes.

Debió llamarse Olegario, santo de aquel domingo 6 de marzo de 1927, cuando salió del vientre de su madre, Luisa Santiaga, “pero nadie tuvo a mano el santoral”, narró alguna vez. Gabito, como cariñosamente le llamaban, creció entre los relatos fantasmagóricos de Tranquilina, mezcla de realidad y superstición: que si cada vez que llegaba el electricista la casa se llenaba de mariposas amarillas, ésas que volaban por el corredor de las begonias; por el taller donde el abuelo Nicolás pasaba horas fabricando pescaditos de oro y al que iba a buscar para que le contara historias de la guerra de los Mil Días, de la que era veterano.

Es 1932 y el niño ya tiene cinco años. “¿Qué es el hielo?”. Entonces Nicolás toma de la mano al chiquillo y lo conduce al comisariato de la compañía bananera, hace abrir una caja de pargos congelados y le enseña el hielo.

Y de pronto, la muerte de su guía y mentor. Gabito tiene diez años y debe viajar a Barranquilla para vivir con sus padres. No lo sabía, pero iniciaba un periplo con las semillas del realismo mágico que haría tangible, muchos años después, sentado frente a una máquina de escribir, ubicada a miles y miles de kilómetros de su natal Colombia.

Macondo. Trece años después regresa a Aracataca, había acompañado a su madre porque iban a vender la casona de los abuelos. Para entonces Gabo ya había publicado algunos cuentos en el periódico El Espectador, donde trabajaba como reportero.

Pasado y presente se juntan y se reencuentra con el nombre de Macondo, que había visto varias veces en carteles de una finca bananera en su niñez.

Como una epifanía, supo que así debía llamarse el pueblo de la novela que daba vueltas en su cabeza. Tímidamente la saga de los Buendía empezaba a asomarse.

México. Llegó a México el 2 de julio de 1961, el día en que los diarios anunciaban la muerte de Ernest Hemingway. Aunque tenía amigos que le ofrecieron ayuda, especialmente Álvaro Mutis, la estancia en la capital mexicana no fue precisamente desahogada y pasa semanas sin conseguir empleo. La necesidad le obliga a aceptar un cargo de editor en dos revistas para señoras, luego se acomoda como guionista de cine con Luis Bueñuel, los Ripstein; trabaja con Carlos Fuentes, Juan Rulfo…

Para entonces rentaba una casa en Cerrada de la Loma, en San Ángel Inn, que en ese entonces se encontraba prácticamente en los suburbios de la capital y que al paso de los años se vio rodeada de más casas de la clase media alta.

Una tarde de abril de 1965 los recovecos de la memoria lanzan una descarga mientras conduce por la carretera a Acapulco: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Realidad y fantasía han alcanzado la madurez de su entorno. Ahora estaba claro: la última etapa para que Cien años de Soledad viera la luz, había iniciado, aquí, en aquella casa de fachada blanca.

Durante algún tiempo en la fachada se colocó una placa de metal, la cual indicaba que ahí se había escrito Cien años de Soledad.

Ese recordatorio de metal ya no existe, alguien se lo llevó, y ahora en el inmueble habita una familia que conoce la historia, pero que jamás conoció al famoso escritor.

Se sabe que a finales de los 80, García Márquez quiso comprar la vivienda, pero su propietario y excasero no aceptó la oferta: “No se la vendo porque esa casa no tiene precio. Ahí se escribió Cien Años de Soledad”.