El parto de la diosa lunar ocurrió por la noche

El parto de la diosa lunar ocurrió por la noche
Por:
  • javier-chavez

La tarde del 23 de febrero de 1978 el ingeniero Orlando Gutiérrez, todavía vestido con su ropa de trabajo, entró a las oficinas de Salvamento Arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Hacía dos días que buscaba a un experto que le explicara si aquella roca labrada que él y su cuadrilla de trabajadores de la extinta Luz y Fuerza del Centro encontraron durante obras en la esquina de República de Guatemala tenía algún valor. Pero no fue sino hasta que Gutiérrez platicó con un joven arqueólogo llamado Raúl Arana que la historia del hallazgo de la diosa de la Luna comenzó a desarrollarse.

Arana, de 39 años, estaba de guardia en las instalaciones del INAH y se convirtió así en el primer arqueólogo en comenzar las excavaciones para descubrir el disco de piedra volcánica rosada de 8 toneladas de peso y 3.25 metros de diámetro, que cambió el rostro del Centro y revolucionó la arqueología mexicana.

“Esa misma noche fui con el ingeniero a examinar esa pieza que él describía como una piedra extraña, con formas”, recuerda Arana, quien se convirtió en arqueólogo después de visitar el Museo Nacional en 1957 y leer en un letrero que era el último día de inscripciones a la Escuela de Antropología, lo que motivó que abandonara su trabajo como abogado.

El experto rememora que cuando llegó a las 22:00 horas al lugar, a un costado del pequeño museo fundado por Manuel Gamio luego del hallazgo de una cabeza de serpiente, observó que gruesos y largos tablones apenas cubrían las obras de rehabilitación del cableado de alta tensión, y que los trabajadores de Luz y Fuerza ya habían elaborado pequeñas cuñas de madera con las que removían la tierra que durante 500 años cubrió a la Coyolxauhqui.

“Cuando estaban haciendo sus obras los electricistas notaron algo raro, pues el lodo que removían era de colores. Tenía tonos blancos, ocres, rojizos y azules”, relata el arqueólogo a La Razón.

[caption id="attachment_706967" align="aligncenter" width="1068"] Raúl Arana y el presidente José López Portillo el 28 de febrero de 1978, momentos después de que el mandatario rompiera el protocolo para admirar la pieza de cerca. Foto: cortesía Carmen Chacón[/caption]

“Al ver esto, el ingeniero Gutiérrez decidió suspender momentáneamente sus trabajos. Aplaudo todavía hoy esa sensibilidad que tuvo”.

Arana de inmediato se apeó en la esquina donde se ubicaba la Librería Robredo y cuando los electricistas dirigieron sus lámparas a la oquedad de 2.40 metros de profundidad, el arqueólogo se quedó sin habla.

“Todavía no sabíamos lo que estábamos viendo, pero con sólo notar esos relieves me quedé perplejo. Recuerdo que lo primero que vi fue lo que se alcanzaba a ver de su penacho, el cráneo atado a su cintura y el talón”, dice.

El experto comenta que quien lo sacó de su asombro fue el mismo Gutiérrez, cuando lo jaló de la chamarra para preguntarle si la piedra era valiosa.

— Oiga, ¿si vale la pena? Ya lleva 15 minutos ahí parado y no dice nada”— le dijo el ingeniero.

— ¡Que si vale la pena! —

— ¿Entonces ya no vamos a poder seguir con las obras?”— preguntó el electricista.

— Aquí, ya nunca—  respondió Arana.

El arqueólogo recuerda que se comunicó con su superior y amigo, Ángel García Cook, quien a su vez notificó al director del INAH, Gastón García Cantú, sobre el hallazgo.

Dado que García Cantú era amigo del presidente López Portillo, le notificó a su secretario particular, por lo que personal de guardias presidenciales llegó a resguardar la zona, ya que el mandatario quería acudir a ver la pieza después de la ceremonia con motivo del Día de la Bandera.

Sin embargo, un cambio en la agenda postergó la visita del presidente hasta el 28 de febrero, por lo que los especialistas y el grupo de trabajadores de Luz y Fuerza comenzaron a excavar la mitad restante de la Coyolxauhqui.

Arana señala que en esos días trabajaron a marchas forzadas, y cuando al fin descubrieron el disco en su totalidad todavía no lograban identificar a la deidad.

Con el reloj en contra, pues el presidente visitaría el lugar a las 09:00 horas, los arqueólogos Gerardo Cepeda y Felipe Solís se dieron a la tarea de tratar de determinar de quién se trataba. Ellos ya habían identificado previamente a Coyolxauhqui en una escultura tallada, relata Arana, pero no fue sino hasta que Cepeda corrió a su casa por un libro en el que recordó que había códices que tenían una imagen semejante, que el trabajo progresó.

“El vivía a dos calles, así que se fue corriendo por el libro, volvió con él y tras analizar las coincidencias dijo: ‘encontramos a la Coyol-xauhqui’”, explica Arana.

Horas después el presidente López Portillo arribó con su comitiva, en la que estaba el regente del Distrito Federal, Carlos Hank González. Al ver la pieza, el mandatario descendió por una escalerilla de madera y desde el hoyo volteó a ver a Hank González.

—¿Esto es lo que necesitábamos?— preguntó López Portillo. Y al recibir una respuesta afirmativa de inmediato ordenó la expropiación de 12 mil metros cuadrados de terrenos, casas y estacionamientos.

Así comenzó el descubrimiento metódico del viejo México, que permaneció enterrado debajo de las entrañas de la Ciudad hasta que la hermana de Huizilopochtli lo sacó de nueva cuenta a flote en una noche de febrero.