POR UNA SONRISA

POR UNA SONRISA
Por:
  • raul_sales

Cuando empezó a salir con los más grandes, Fernando supo que había encontrado su lugar, su abuela le decía que eran problemáticos, que no le traerían nada bueno, que eran malos hasta la médula y luego se lamentaba por el dolor de sus familias, a las que ella conocía desde años.

Fernando la escuchaba por cariño pero, ella no entendía, el subirse a las motos, el ser saludado por todos, el que las niñas lo vieran con brillantes ojos de admiración. No, ella no lo entendía y sus padres ni siquiera lo sabían, se iban a trabajar a la ciudad toda la semana y el fin de semana que regresaban, lo hacían para descansar, en otras palabras, lo que hiciera Fernando les tenía sin cuidado. Siempre había sido así.

El miércoles “El suturas” le dio las llaves de la moto y un celular nuevecito diciéndole que ya era uno de ellos y que ninguno de su grupo podía andar por la vida como pordiosero. Sacó un enorme fajo de billetes y le dio más de lo que ganaban sus papás en un mes para que fuera a comprarse ropa. Sí, era su lugar sin duda.

Se la pasaba dando vueltas por el pueblo, anotaba entradas, salidas y cualquier cuestión fuera de la rutina acostumbrada de su localidad y por estar haciendo eso, le pagaban más dinero de lo que había visto nunca junto.

-Hoy es tu día Fer, hoy entras a ser parte de la familia, hoy te vas a convertir en nuestro hermano.-

Nervioso pero, emocionado, Fernando recibió su primer encargo, se subió a la lobo y se fue con “tuercas” a la ciudad. No era nada fuera de lo común, llevaría su mochila e iría a la biblioteca. Solo sabía eso y en realidad, no necesitaba saber nada más, confiaba en sus amigos.

Era la octava maravilla, los jóvenes entraban, dejaban sus mochilas en el área de resguardo, al dejarlas le pedían que “cuidara mucho sus libros”. Abría las mochilas, sacaba un libro rojo envuelto en celofán y acomodaba las mochilas hasta que fueran a pedirlas si es que iban a pedirlas.

Nunca abrió uno de ellos, le pagaban generosamente por recibirlos y darlos a los que pedían cuatro libros con títulos bastante fuera de lo común. Todo se hacía en silencio, la fin y al cabo era una biblioteca y si no fuera por ellos, nadie la visitaría ya.

Lucía no quería hacerlo, sus papás le habían avisado de ello, le habían pedido que nunca se dejar influenciar, que no había necesidad de seguir lo que dijera el grupo pero, sabía que si se negaba, la meterían en el ostracismo social, además, había visto en cientos de películas que no pasaba nada y si todos lo hacían, no podía ser tan malo...

Dieciséis días en coma, dieciséis días que habían sido una tortura, su nena, su única hija, la luz de sus ojos no estaba, su risa se había ido, su mirada expresiva permanecía apagada tras los párpados traslúcidos y cetrinos.

“Sobredosis” decía el diagnóstico, el problema es que no sabían sobredosis de que o cómo, veían la sintomatología, el hígado desecho, los riñones colapsando y la actividad del cerebro tan alterada que hubo que sedarla, los médicos decían que era el procedimiento pero, sedarla así como estaba creó un problema mayor, su cuerpo se apagó y dieciséis días después, seguían sin saber nada, sin sentir nada excepto una terrible angustia y un aplastante sentimiento de culpa.

Fernando era el rey de su grupo, todas las niñas querían con él, todos sus compañeros lo perseguían como las moscas a la miel, los maestros le llamaban la atención por sus continuas faltas y él solo se reía, si seguía yendo a la escuela era porque no había mucho que hacer en el pueblo, sus papás estuvieron preocupados hasta que les soltó encima de la mesa un enorme fajo de billetes, su papá le había dicho que mientras viviera bajo su techo y comiera de su comida, seguiría sus reglas, él ahora compraba la comida y pagaba los gastos, así que en sentido estricto, él ponía las reglas.

Por un momento sintió raro que pudiera hacer y deshacer sin ningún tipo de restricción. “El Suturas” ya se lo había dicho, que ellos estaban más allá de todo excepto del jefe, que él era el único que podía definir que hacer y que para el pueblo, era como Dios pues controlaba vida, obra y muerte pero, que por debajo del jefe ellos eran todo en el pueblo y que si tenía algún problema con alguien que se le pusiera al tiro, ellos se encargarían.

Se lo creyó hasta que los militares lo arrastraron por el pavimento para tirarlo en una camioneta, El Suturas sangraba por nuevas heridas y el tuercas era una masa sanguilonenta de la cual colgaba el globo ocular izquierdo y los dedos de la mano derecha estaban en posiciones no naturales. El jefe y sus “perros” estaban apilados cual sacos de cemento, unos sobre otros. Fernando se soltó a llorar y pensó en su abuela... a la que nunca más vería.

La biblioteca ardía con él adentro, los hombres mal encarados sonrieron al primer golpe, y carcajearon al ver como se retorcía mientras sus preciados libros empezaban a arder. Sabía que no debía haber aceptado la propuesta que le hicieron, era lo suficientemente inteligente para saber que era ilegal e increíblemente estúpido para creer que algo bueno saldría de ello.

Gritó mientras sentía como el pavoroso incendio lo consumía y mientras se desgarraba la garganta su último pensamiento fue “si un árbol cae en un bosque donde nadie lo escucha ¿realmente cayó?”...

Cuando despertó Lucía se alegraron hasta que vieron su mirada apagada y perdida y un hilo de saliva se descolgaba desde la comisura de sus labios. Su hermosa hija era un cascarón vacío, su sonrisa nunca más iluminaría sus días. Lloró sobre la carpeta que le habían dado, una donde venían los nombres de cada uno de los participantes en la distribución de la droga que había acabado con lo único que alegraba sus días. Dentro venían las fotografías que evidenciaban lo que había pagado por acabarlos, por deshacerlos, por incendiarlos y ni así, ni con todo el dolor provocado en retribución podía alcanzar el suyo.

Había perdido el motivo de su felicidad y había obtenido la razón de su venganza.

Gastaría hasta el último peso de su inmensa fortuna en acabarlos, no tenía nada que perder, nada que ganar, él, al igual que su nena, era un saco de carne vacía... la vida era un asco sin una sonrisa que iluminara su vida y daría todo, absolutamente todo... por la sonrisa de su hija.