Existe un capítulo en Seinfeld que trata sobre un arte ya milenario, el reobsequiar regalos. Cuántos de nosotros no somos unos de-gifters. Hace unos días Daniel Guzmán se quejaba de un amigo que le había obsequiado en su cumpleaños una licorera para whisky. Yo bebo puro mezcal. Ofendido porque según él su compa no lo conoce, Guzmán urdió una venganza a mediano plazo. Se la voy a regalar a mi cuate de regreso el día de su cumpleaños. Con seguridad esa licorera la recibió el amigo de Guzmán en algún intercambio o de parte de un familiar, comenzando así una cadena que puede extenderse por tiempo indefinido. Hasta que caiga en las manos de un amante del whisky o de un acumulador. O de alguien que la considere apropiada para embarazarla de dos litros de curado de piñón.
Existe una subespecie más obvia que el de-gifter: el des-gifter. Es decir: aquel que ya te había obsequiado algo y te lo reclama de regreso. También habita un grado de esta categoría en todos nosotros. En cierto grado. Esto viene a colación por un tuit que leí de Luigi Amara hace unos días. Cito: “Una amiga me regaló un libro raro. Lo acepté como pago del taller que daba. Sucede que le dijeron que es costoso... ¡y lo quiere de vuelta!” No queda muy claro si el objeto en cuestión es un pago en especie, o como afirma el inculpado se trate de un obsequio, pero el caso sirve para ilustrar al des-regalador. Sujeto despreciable entre los despreciables.
Ambas anécdotas me hicieron ñáñaras en el alma. He sido víctima del des-gifteo. Una ex, cuyo nombre no mencionaré, me regaló la serie completa de Breaking Bad en blu-ray. Edición especial. Una réplica del barril en el que Walter guardaba el dinero. Cuando nuestra relación terminó la serie estaba en su poder. Yo de pendejo se la presté porque no la había visto (nunca la vio). Cuando rompimos decidió que se quedaría con ella. Estamos de acuerdo en que una cosa es que una pareja (dos individuos) se vaya a la chingada (por las razones que se les hinche) y otra echarse para atrás. O sea, no estamos en la secundaria. Si yo me rajara de las cosas que regalo estaría sepultado por kilos y kilos de material sentimental.
Me traumaticé. Sentí que me amputaron un miembro. No se debe jugar con la psique de una persona de esa manera. Uno se va a dormir con un conteo de sus pertenencias. Está almacenado en la mente y en el corazón. Saber cuáles son tus posesiones te otorga tranquilidad. Hasta que un día te cortan las alas. No te fíes de un animal herido, dice Nacho Vegas. No quiero ni imaginar cómo me sentiría si un día despierto y mi biblioteca ha desaparecido. Yo soy de los que pueden volver a comenzar desde cero. En las relaciones, en los trabajos, en lo que se les antoje, menos si se trata de discos, libros o series de televisión. Si un día pierdo todo me volveré loco o me deprimiré. Y me convertiré en un indigente. Y cuando me vea la gente durmiendo en la calle sobre cartones dirá: el autor que no pudo soportar que lo despojaran de su biblioteca.
Pero mi trauma no concluye ahí. Como si se tratara de una película de terror, nos volvimos a encontrar. Ya se habían bajado los ánimos. Yo la había dejado para salir detrás de otra. La amargura y el coraje habían abierto paso a la indiferencia asistida y la conmiseración. Siempre seré el pobre güey que no pudo resistir su calentura. Con la tranquilidad del ave que cruza el pantano sin mancharse me confesó que le había regalado la serie a un amigo. Se me arrugó el corazón. Vaya que las mujeres saben hacerte pagar caros tus errores. Y ella, de des-gifter se convirtió en re-gifter. Y me sentí dentro de un capítulo de Seinfeld pero escrito por Nacho Vegas. Y me fui a mi casa con las manos en las bolsas del pantalón y pateando un bote. Más emo que cualquier fan de My Chemical Romance.
No recuerdo que yo haya des-obsequiado algo. Existe un capítulo de Malcolm in the Middle en el que Francis rompe con una morra y uno al otro comienzan a regresarse todos los obsequios que se hicieron. Nunca he sentido tal impulso. La última navidad que pasé con mi última ex esposa le di su regalo sabiendo que tronaríamos. Era inminente. Pero aún así se lo di. Pude quedármelo. Pude hacerme pendejo. Pero ya le había dicho. Era la serie completa de Seinfeld. La primera semana de enero decidimos que nos separaríamos. No me arrepiento de habérsela dado. Pero tengo que reconocerlo: en mis noches de soledad e interminable zapping me hace falta, no mi ex: Seinfeld.
