De niño, mi abuelo solía columpiarse de los vagones del ferrocarril en marcha. Un día se cayó del tren y las ruedas le mocharon la pierna derecha. El día del niño de 1986 murió mi abuelo. Mi abuela me contaba que durante las noches mi abuelo le decía que sentía comezón en la pierna ausente.
Hace unos días me hice tres tatuajes. Y me acordé de la comezón de mi abuelo.
En total tengo diez tatuajes. Durante el proceso de cicatrización se experimenta comezón en el tatuaje. Pero a mí me pica justo donde nunca ha pasado la aguja. En el tatuaje fantasma. Y hasta que la herida no sana no dejo de rascarme la dermis virgen. Es el fantasma de mi abuelo que viene a hacerme cosquillas desde el más allá. Un espíritu socarrón que se manifiesta para hacerme sentir tal como él se sintió en vida. Vivió más de cinco décadas sin pierna, pero su alma no ha encontrado descanso, vive penando en busca de la extremidad. Y para entretenerse viene y me activa el tatuaje fantasma.
La primera vez que revisé las pruebas de un libro pensé en que de niño jamás me imaginé que llegaría el día que corrigiera unas galeras. Me vi colgado de los trenes. Y lo hice. No corrí la suerte de mi abuelo. Lo que sí recuerdo es que me subí de polizonte a un vagón con destino a Ciudad Juárez para hacerme mi primer tatuaje. Y como ocurrió con las galeras de niño jamás imaginé que me haría
un tatuaje. O diez. Que al morir dejaría un cuerpo lleno de tatuajes. Mi abuelo nunca
se tatuó, pero mi padre sí. El nombre de una de las tantas mujeres que tuvo.
Pensé que la adicción a los tatuajes era un mito. Mi primer rayón fue hace veinte años. Y me conformé con sólo tener uno bastante tiempo. Pero en menos de doce meses me he tatuado en ocho ocasiones. No puedo parar. El espacio para el tatuaje fantasma cada vez se reduce más. Un tatuaje es en sí un fantasma. Son muertos que uno carga. En todas las ocasiones que me he sometido a la influencia de la aguja pienso en el tatuaje fantasma.
¿Acaso me da comezón porque desde el más allá algo o alguien me está diciendo que también debo tatuarme en ese espacio? ¿O no me pongo crema suficiente? Me resisto a ver los tatuajes como un dictado metafísico. Pero entonces cómo explicar la comezón.
Mi tatuador dice que toda la gente que hace deporte tiene la piel jodida. En mi caso, la natación impide que los tatuajes queden mejor en mi cuerpo.
Pero amo la imperfección de mis tatuajes. He visto tatuajes en otras personas y parecen calcomanías. Mis tatuajes son ante todo accidentes provocados. Pero bueno siempre en fotografía todo luce bien. En la realidad los tatús revelan otras cosas. Respeto la estética que busca el tatuaje perfecto. Pero para mí los tatuajes tienen que ser punks.
Poco antes de morir mi abuelo perdió la pierna izquierda por culpa de la diabetes. De la cintura para abajo se convirtió todo él en un tatuaje fantasma. “Ramiro, Ramiro, dónde tienes la pata que no te la miro”, le decía mi abuela para hacerlo encabronar. De las muletas que usó toda la vida pasó a una silla de ruedas. Me recuerdo empujando la silla por la colonia. Fue un hombre que se dejó domar por sus pasiones. Comía como si no fuera diabético. Y se fue a la tumba por culpa de la comida. Era su deporte. Era capaz de
comerse un cabrito entero él solo de una sentada. Con un kilo de tortillas. No he visto a nadie comer así, excepto a mi padre. Su yerno. Verlos comer a los dos en la misma mesa era una auténtica película de terror.
No sé cómo influyó eso en el hecho de que yo me tatué. Pero siento una conexión. El tatuaje fantasma es producto
de toda esa imperiosidad. Esa compulsión
por tatuarme obedece a la compulsión que atestigüé de niño. Sumémosle el hecho de que mi tatuador es mi amigo desde la adolescencia. Entonces todos los tatuajes que tengo me los ha hecho gratis. Quizá ahí radique la verdadera razón del tatuaje fantasma. La gente en general tiene que pagar por tatuarse. Y eso es siempre un freno. Los tatuajes no son baratos. Y tienen que ahorrar para tatuarse.
He decidido acabar con el mal del tatuaje fantasma. Sólo me haré tres tatuajes más. Espero con ello quitarme la ansiedad por la aguja. Pero como ocurre siempre que uno hace una aseveración de este tipo, por el momento.
Quién sabe que ocurra mañana. Por lo pronto, mientras terminan de cicatrizarme los nuevos, me seguiré rascando el tatuaje fantasma. La única manera que tengo de comunicarme con mi abuelo muerto.