Arnulfo Vigil

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Foto: larazondemexico

Una de las mejores lecciones que he recibido en la vida me la obsequió Arnulfo Vigil. Nos encontrábamos en las oficinas de Oficio: la casa donde vive Arnulfo y alberga la imprenta que publica la revista y los libros del sello. En medio de un caos, el ruido de las máquinas y la plática de la gente, Vigil se dejó caer en una silla y tecleó un texto. La capacidad de aislarse en medio del barullo y concentrarse me derribó el mito romántico de que la escritura es un acto sublime donde el autor necesita aislarse para invocar a las musas. Aquella tarde aprendí que la escritura es ante todo un ejercicio de la voluntad.

A los 26 o 27 años comencé a frecuentar Monterrey. Ya había publicado mi primer libro, Cuco Sánchez Blues, pero era un completo desconocido. Arnulfo me adoptó. Me hospedó en su casa, me publicó en su revista, me alimentó, me emborrachó y me enseñó Monterrey. La guerra vs. el narco no había comenzado aún y el centro de la ciudad era el equivalente norestense de Tijuana. Quién necesitaba Las Vegas si teníamos la calle Villagrán. Yo ya era veterano en la vida nocturna. Gómez Palacio vivió una época dorada en materia de congales, pero en Monterrey terminé de graduarme como antrólogo. Todavía suspiro cada vez que me acuerdo del téibol el Infinito.

Por aquel tiempo en Torreón yo me sentía un alienado en materia literaria. Los escritores nacidos en los sesenta eran férreos lectores del boom. Su concepción de la literatura se reducía a ese grupo de autores, a los clásicos y  algunos autores mexicanos recientes. Yo ya había leído todo Bukowski, los beats y Paul Auster cuando me topé con Arnulfo, pero él fue el primer escritor mayor con el que me sentí hermanado. El primero para quien la literatura de corrientes marginales era primordial. Sin personas como Arnulfo,  sin haber salido de Torreón y si sólo hubiera leído a García Márquez quién sabe qué tipo de escritor habría terminado por ser.

“Te amo por tu faz de santo ebrio, tus arranques de jabalí”, dice el primer verso de su poema “El regreso del ángel bermellón”. La poesía de Vigil bebe de Ginsberg, de Ferlinghetti, de Bob Dylan. Y en México tiende puentes con la de Joel Plata y José Eugenio Sánchez. Si se me pidiera definir a Vigil en una sola palabra, esa sería contracultural. Es uno de los primeros escritores en el noreste de México que decidió no nutrir ni nutrirse de la cultura oficial. Uno de los libros que vi brillar como una olla de oro en su biblioteca fue The Outlaw Bible of American Poetry. Ese hecho contradice al intelectual de hoy en México, ese que cada vez más aboga por el concepto de alta cultura y se cruza de brazos mientras la literatura escrita por académicos asesina a las letras.

"Antes de la guerra vs. el narco Monterrey era el paraíso".

La biblioteca de Arnulfo está expuesta, sin embargo existe un mueble bajo llave con unos cuantos títulos, los que más valora sentimentalmente. Ahí está contenida gran parte de su educación sentimental y de lo que dio origen a su manera de ver el mundo. Vigil es uno de los pensamientos más flexibles de la cultura norestense. Lo mismo sabe de rock que de travestis, de Alfonso Reyes que de los movimientos de izquierda, de Paz que del Piporro. Su labor como poeta es inestimable. Pero también su faceta de editor. Fue uno de los primeros en advertir el potencial de Diego Enrique Osorno, a quien le publicó un libro de poemas.

Cuando yo arribé, Oficio ya era una guarida mítica. Centro cultural clandestino por donde pasaba medio underground de Monterrey. Y ahí estaba yo, escuchando a Arnulfo disertar contra el mal gobierno, con la firme intención de quedarme a vivir ahí. No sé qué vio Arnulfo en mí para abrirme las puertas de su casa, yo ni de chiste permitiría pernoctar en mi departamento a alguien que viene otro lugar, menos de Torreón, y al que he visto una vez en la vida. Su generosidad es un misterio.

Antes de la guerra vs. el narco Monterrey era el paraíso. Recuerdo que cuando recibí mi primera beca, apenas cobré la primera ministración corrí a Villagrán. Compré cocaína, visité salas de masaje, el Sabino Gordo, el Givenchy, el Tangalay, y me sacaron a putazos de uno de los téibols por fumar piedra en el baño. Terminé sin un peso, sólo con lo suficiente para el autobús de regreso a Torreón.

Uno de mis lugares favoritos en el mundo está en Monterrey. El Rey del Cabrito, ubicado en Constitución. Cada vez que piso la ciudad tengo que ir a comer ahí. Es como cuando un católico visita el Vaticano y acude a la misa que ofrece el Papa. Sólo que en lugar de besarle la mano a un viejito en sotana yo le doy una mordida a una pierna de cabrito y es como si me montara en el Cerro de la Silla.

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