El arte de la memoria inventado por los griegos tuvo una gran influencia en la vida pública a través de la oratoria y la retórica. Aunque las civilizaciones griega y romana fueron eminentemente guerreras, es importante reconocer el poder de la oratoria durante momentos críticos de su historia. Uno de los casos mejor conocidos se refiere a Demóstenes.
Nació en el 384 a. C., en Atenas. Durante su infancia sucedieron varios hechos importantes para comprender su carácter. Su padre murió y un familiar huyó con la fortuna familiar, por lo cual Demóstenes, desahuciado, se impuso a sí mismo una disciplina formidable con el propósito de conseguir sus metas. De acuerdo con Isaac Asimov, “se dice que se afeitaba sólo una parte del rostro, para obligarse a permanecer en el aislamiento, estudiando. Copió ocho veces toda la obra de Tucídides para estudiar el buen estilo. Tenía algún género de impedimento en el habla, por lo que se colocaba guijarros en la boca para hablar, a fin de obligarse a pronunciar claramente. También se paraba ante el embate de las olas en la playa para verse forzado a hablar en voz alta”.
A pesar de sus deficiencias del habla, Demóstenes llegó a ser un gran orador que se involucró en los más graves asuntos políticos, enfrentando a Atenas contra el naciente imperio de Macedonia dirigido por Filipo II, el padre de Alejandro Magno. Frente a la maquinaria tecnológica y táctica de guerra de los macedonios, Demóstenes usaba la oratoria, basada en trucos retóricos y mnemotécnicos.
Casi cuatro siglos después, durante el apogeo del Imperio Romano (en tiempos del emperador Claudio, para ser más precisos), nació el escritor griego Plutarco, quien dio muestras de talento intelectual desde su formación: estudió matemáticas, retórica y filosofía en la Academia de Atenas fundada por Platón. Más tarde fue procurador de Grecia bajo la mano benevolente del emperador Adriano. Plutarco ha pasado a la historia como el autor de un libro célebre titulado Vidas paralelas, en el cual establece una comparación entre los grandes hombres de Grecia y de Roma, por ejemplo, entre las figuras mitológicas de Teseo y Rómulo, o el genio militar de Alejandro Magno y el de Julio César. En el terreno de la oratoria, equipara a Demóstenes con Cicerón.
"En buena medida se debe a Cicerón la fama y el prestigio del arte griego de la memoria, porque en su libro De oratore narra la historia del poeta Simónides”.
Marco Tulio Cicerón nació casi 300 años después que Demóstenes y, al igual que el orador griego, se dedicó plenamente a la política, por lo general en defensa de los ideales democráticos, utilizando como arma esencial el recurso de la palabra, apoyado en astutas capacidades retóricas y en un conocimiento amplio y profundo de la mnemotecnia. Las ideas de Cicerón perduran hasta nuestros tiempos. En su ensayo sobre la amistad, considera que ésta sólo es posible entre iguales, y que es indispensable para conseguir la felicidad. En su escrito sobre las obligaciones hace una crítica severa contra los gobiernos dictatoriales. En medio de tiempos brutales se expresó contra la tortura y defendió la existencia de una comunidad universal de seres humanos que trasciende las diferencias étnicas.
En buena medida se debe a Cicerón la fama y el prestigio del arte griego de la memoria, porque en su libro De oratore narra la historia del poeta Simónides y el nacimiento de la mnemotecnia. Allí aparece la célebre historia del edificio que se colapsa y provoca la muerte de los invitados a una cena; Simónides sale de la casa a tiempo y días después reconoce a los invitados, cuyos cadáveres yacen desfigurados, en virtud de su posición en la mesa y a través de la memoria espacial. La maestría de Cicerón como orador y experto en mnemotecnia provocó también que, durante muchos siglos, se le atribuyera la autoría del más antiguo tratado latino de retórica (al menos, dentro del conjunto de libros que sobrevivieron al desastre de la Edad Media): me refiero al texto Ad Herenium, escrito alrededor del año 90 a. C. por un autor desconocido y traducido a veces como Retórica a Herenio.
Al final del Libro III de la Retórica a Herenio hay un capítulo dedicado a la memoria. Dice el autor anónimo que existen dos formas de memoria: la natural, “que aparece de manera innata en nuestras mentes y nace al mismo tiempo que el pensamiento”, y la artificial, que “ha sido reforzada por cierto aprendizaje y una serie de reglas teóricas”. Al hablar sobre la memoria artificial, el autor revela muchos de los trucos necesarios para poner en acción el arte de la memoria que permitía a los oradores, a los actores y los poetas memorizar textos de gran extensión.
El memorizador requiere imaginar entornos o “ámbitos determinados por la naturaleza o por la mano del hombre, por ejemplo, una casa, una habitación, una bóveda”. En los entornos deberá visualizar las imágenes, que son “formas, símbolos, representaciones de aquello que queremos recordar”. Los entornos son como los papiros o las tablillas de cera, mientras que las imágenes son como las letras. Así, por ejemplo, “si queremos recordar un caballo, un león o un águila, debemos situar sus imágenes en un lugar específico”. La disposición y localización de las imágenes “es como la escritura, y pronunciar el discurso es como la lectura”. Si queremos recordar muchas cosas, “debemos procurarnos muchos entornos para poder situar en ellos un gran número de imágenes”. Es mejor elegir “lugares desiertos antes que frecuentados, pues la afluencia de personas y sus idas y venidas alteran y debilitan los rasgos de las imágenes, mientras que los entornos desiertos conservan intactas sus formas”. Algunas imágenes son “fuertes, agudas y apropiadas para el recuerdo”, mientras que otras son “tan blandas y débiles que no sirven para estimular la memoria”. Con sensatez, el autor asegura que “es la propia naturaleza la que nos enseña lo que debemos hacer. Cuando vemos en la vida diaria cosas insignificantes, ordinarias, habituales, no solemos recordarlas porque no hay nada novedoso ni extraordinario que conmueva nuestro espíritu”. De la misma manera, nos recuerda el autor, “si oímos o vemos algo que sea excepcionalmente vergonzoso, deshonesto, inusual, grande, increíble o ridículo, solemos recordarlo mucho tiempo”. El arte, asegura el autor, deberá imitar a la naturaleza. Para que las imágenes sean recordadas con efectividad, habrá que embellecer algunas y afear otras, o bien atribuirles rasgos divertidos, “pues este recurso también nos permitirá conservar más fácilmente su recuerdo”. Mediante estas palabras, la tradición que inicia con el poeta Simónides y se desarrolla con los oradores hasta culminar en un autor desconocido nos ofrece lecciones milenarias que estimulan el desarrollo de una ciencia de la memoria, pero también la práctica de un arte verbal dedicado a la solución racional de los problemas, entre tiempos carcomidos por la violencia.

