La debacle emblemática del festival Fyre

Foto: larazondemexico

El 28 de abril de 2017 debía de inaugurarse el festival más lujoso y chic de la historia de la humanidad, una experiencia inolvidable en la que unos cuantos privilegiados disfrutarían de las prístinas playas de una isla privada, escuchando a “algunas de las mejores bandas de música popular” de nuestro tiempo, codeándose con modelos y celebridades, mientras se deleitaban con manjares de varios chefs famosos y descansaban en villas extraordinarias. Y esto por tan sólo unos pocos miles de dólares por persona. Los organizadores del evento eran el emprendedor Billy McFarland, director de la empresa Fyre Media, y el rapero Ja Rule, quien jugó un papel fundamental para darle credibilidad al evento. McFarland había creado un servicio en línea que fracasó, Sling, y luego una tarjeta de crédito negra y metálica, llamada Magnises, que imitaba el glamur de la American Express Centurion Card, destinada a quienes no tenían dinero suficiente para adquirir ésta.

DURANTE SEMANAS, influencers de primera línea como Kendall Jenner, Bella Hadid y Emily Ratajkowski promocionaron en sus cuentas de Instagram la que sería la fiesta del año y quizás de la década: la primera edición del Festival Fyre en la isla de Gran Exuma, en Bahamas. McFarland consiguió que alrededor de cuatrocientos influencers de medios sociales, que incluían modelos, deportistas, músicos y surfeadores participaran en la promoción del evento. Algunos recibieron pagos por sus posteos, Jenner obtuvo 250 mil por dólares por uno. El motivo del evento, que la mayoría de los asistentes desconocía, era promocionar una app de Fyre Media para reservar y contratar directamente apariciones de músicos, bandas, celebridades y estrellas en eventos y espectáculos, sin necesidad de intermediarios o agentes: una especie de Uber para invitar a ricos y famosos o bien un Tinder para solicitar los servicios de estrellas.

Supuestamente, en el festival tocarían Blink-182, Major Lazer y Migos, pero había rumores de que Kanye West también participaría. Jenner anunció en su cuenta de Instagram que G.O.O.D. Music Family cerraría el programa. La campaña de promoción fue un blietzkrieg brillante y aparatoso que tuvo gran impacto. Cientos de personalidades de las redes postearon el video que anunciaba una experiencia transformativa en dos fines de semana, una aventura en las fronteras de lo imposible. El video, que de inmediato se viralizó, mostraba modelos en la playa y en yates, bebiendo cocteles tropicales y acariciando puercos. Armado con eso, McFarland comenzó a buscar inversionistas, lo cual era su gran talento. En poco tiempo tenía millones de dólares, unas oficinas gigantescas en Tribeca y ninguna idea clara de cómo llevar a cabo un festival, mucho menos en las limitadas condiciones que ofrecía ese rincón de las Bahamas. Al consultar expertos, estos ofrecieron organizar el evento, previo anticipo de doce millones de dólares. En realidad no confiaban en un novato sin experiencia. McFarland rechazó la propuesta, convencido de que podría organizar el Festival por tan sólo 300 mil. Los boletos más baratos eran de 500 dólares, sin incluir el precio del pasaje de avión, pero ofrecían paquetes en suites palaciegas para cuatro personas, con una cena incluida con una personalidad famosa, por cantidades que alcanzaban los 400 mil dólares.

[caption id="attachment_890726" align="alignnone" width="696"] Promocional del Fyre Festival. Fuente: YouTube.com[/caption]

Las ventas fueron un éxito. Esperaban a alrededor de cinco mil personas en cada uno de los fines de semana. Sin embargo, la fecha se acercaba y nada estaba listo en el recién rebautizado Fyre Cay, que no era más que un área sin desarrollar de la isla, donde no había playas de arena ni agua entubada ni cañerías.

Las pocas bandas que aceptaron participar en un principio comenzaron a desertar una a una, al ver que todo apuntaba hacia una catástrofe. McFarland consiguió apoyo de la empresa Comcast, pero al no poder probar el valor del festival (que él había inflado de manera descomunal) la oferta fue retirada. Tuvo que buscar otras fuentes de financiamiento y dio con Ezra Birnbaum, quien le prestó tres millones con condiciones de usura. Desesperado, tuvo una ocurrencia magnífica: anunció a los asistentes que el festival sería cashless —sin efectivo—, por lo tanto debían depositar dinero para usar las pulseras electrónicas con las que pagarían por todo, y sugería un gasto de 300 a 500 dólares por día. Hundido en deudas hasta el cuello, con nula infraestructura y servicios inadecuados incluso para una zona de desastre, McFarland debió continuar con la promesa del festival y la ingenua esperanza o el arrobador engreimiento de que, por arte de magia, todo saldría bien.

HUBO SUFICIENTES SEÑALES de que tendría lugar un desastre y una estafa, pero los asistentes no las percibieron o no quisieron verlas. Varios revelaron que no se trataba de una isla privada (que había pertenecido a Pablo Escobar), sino que había incluso un hotel Sandals a poca distancia del sitio donde estaba anunciado el concierto. El inversionista Calvin Wells creó la cuenta @FyreFraud en Twitter, donde posteaba la información que iba descubriendo y ponía en evidencia que estaba en marcha un gran fraude, pero fue ignorado. El Wall Street Journal publicó, el 2 de abril de 2017, que los artistas no habían recibido su pago, que los invitados VIP no conocían sus itinerarios y que las cosas no parecían cumplir con lo prometido. El día en que supuestamente iniciaba el festival, Blink-182 difundió que no participaría porque las condiciones no eran adecuadas. Los organizadores no respondían a las dudas con claridad y todo era misterio e intriga, lo cual, en vez de provocar desconfianza, fue interpretado por muchos como una señal de las fantásticas sorpresas que les esperaban.

Cuando por fin llegó la fecha de lo que debía ser una especie de Coachella tropical para el uno por ciento, el Woodstock de la ostentación morbosa, el Lollapalooza de las top models, los herederos y magnates corporativos milenials, los asistentes desembarcaron de sus aviones chárteres, que distaban mucho del lujo de los jets privados del video promocional, y se encontraron con un enorme lodazal cubierto de basura al lado del mar (la noche anterior cayó una tormenta que empeoró las cosas). Ahí no había más que unas cuantas villas para los principales influencers y organizadores, así como cientos de tiendas de campaña de la FEMA (Agencia Federal de Administración para Emergencias), con tapetes empapados, hacia las cuales los asistentes debían de llevar cargando colchones húmedos que había tirados por todo el campamento.

"El inversionista Calvin Wells creó la cuenta @FyreFraud: posteaba la información que iba descubriendo y ponía en evidencia que estaba en marcha un fraude, pero fue ignorado".

El caos, la rabia, la incredulidad y el desconcierto aumentaban mientras unos cuantos empleados del festival trataban de responder preguntas y ofrecer soluciones con recursos que no existían. Unas cuantas edecanes repartían bebidas con la esperanza de que al emborrachar a los asistentes terminarían dormidos o bailando ebrios en la playa, sin pensar en las incomodidades, el hambre o el hecho de que los excusados eran cajones de plástico. McFarland apareció enmedio del desorden con gesto compungido, pero nada cambió. A lo largo del día la situación siguió deteriorándose, hasta que por la noche se anunció lo inevitable: el festival se cancelaba.

Si bien las redes sociales habían servido para promocionar esta escapada de placer y excesos para unos cuantos VIPs, esas mismas redes sirvieron para revelar el caos, la desventura y desesperación de los asistentes a la primera y única noche del festival que nunca fue, y que intentaban conseguir un vuelo para salir de esa trampa en el Caribe. Estos llamados de angustia desataron más hilaridad y memes que solidaridad o compasión. Los hijos de las clases pudientes, los jóvenes ejecutivos de las empresas mediáticas, los inversionistas y financieros se enfrentaban con la indignidad de haber sido estafados, además de que descubrían el hambre y la incomodidad. El espectáculo de los asistentes varados, hambrientos y desesperados se convirtió en un entretenimiento formidable para los troles de las redes, quienes se deleitaron comparándolos con personajes de El señor de las moscas, de William Golding, y posteando tuits irónicos como: “Mami, hoy comí carne humana por primera vez”. Entretanto, en Fyre Cay los asistentes se pisoteaban por una tienda de campaña, peleaban para arrebatarse un colchón de hule espuma y hacían interminables colas para conseguir un sándwich de queso en cajita de poliestireno.

[caption id="attachment_890727" align="alignright" width="228"] El documental producido por Netflix.[/caption]

EL FIASCO del Festival Fyre es una materialización de la ambición sin medida de una economía montada en la alta tecnología, empresas que no producen nada, finanzas chatarra y la extrema arrogancia de una clase empresarial que está heredando un mundo libre de regulación y redes de protección social. Trump no inventó este mundo de voracidad ni es el responsable de tal estado de las cosas, sin embargo él es el promotor más esperpéntico, agresivo y estridente de esta visión del mundo donde la fama, el escándalo y la ostentación desmedida son los únicos valores reconocibles. Ahora bien, como suele suceder en ese tipo de infortunios, los asistentes terminaron perdiendo dinero y quedaron un poco traumatizados por la humillación, por haberse sentido pueblo por una vez y por haber sido engañados, pero a fin de cuentas les quedó la experiencia para presumir por el resto de sus vidas esas horas de suciedad, horror y abandono. En cambio, los más de doscientos trabajadores locales, las pequeñas empresas, los funcionarios y demás gente que McFarland engañó en Bahamas y otras partes nunca recibieron pago alguno (se estima que por lo menos quedó a deber un cuarto de millón de dólares), frustrados luego de trabajar intensamente, día y noche, durante meses, en los absurdos delirios faraónicos de un junior caprichoso e irresponsable.

En realidad, McFarland y Ja Rule fueron tan torpes que ni siquiera montaron un fraude. Simplemente crearon un espectacular fracaso y pusieron en evidencia lo que sucede en una era en que las principales corporaciones se dedican a especular con expectativas. McFarland y Ja Rule tienen prohibido visitar Bahamas por el resto de sus vidas. Ambos enfrentan numerosas demandas por transferencias ilegales de dinero, estafas, negligencia y violación de las leyes que protegen a los consumidores. Sobre McFarland pesa una de-manda colectiva por cien millones de dólares. Mientras, Ja Rule se ha escabullido de la mayoría de los cargos y ha plagiado a su exsocio la idea del Fyre app. En octubre de 2018, McFarland fue sentenciado a seis años de cárcel. Durante el tiempo que esperó su condena, siguió promoviendo otro de sus fraudes: vender boletos VIP para espectáculos como Coachella, el desfile de Victoria 's Secret, la obra teatral Hamilton en Broadway, la Gala del Museo Metropolitano, la premiación de los Grammy y el festival Burning Man, entre otros, con lo que aparentemente se embolsó alrededor de cien mil dólares.

El Fyre ha sido denominado el festival del FOMO (Fear of Missing Out: miedo a perderse algo importante): ese estado de ánimo que se debe a permanecer todo el tiempo atento de lo que hacen y viven los demás y no querer quedarse atrás. Es saber de todas las fiestas y los acontecimientos a los que uno no está invitado, lo que produce un malestar muy característico de las redes sociales. Cada lugar es entonces una oportunidad para tomarse y postear cientos de fotos en Instagram, Facebook y Twitter. El Fyre hubiera dado a miles la oportunidad de presumir el haber participado en un evento exclusivo e histórico. La fabricación de una imagen mediática personal consiste en elaborar el sueño de una vida digna de vivirse, de una experiencia al límite en compañía de amigos, gatos, top models y estrellas de rock, tan sólo para sacarse una selfie.

"El castigo fue para una clase media alta con aspiraciones, que al invertir en los infladísimos boletos esperaba comprar acceso y pagar tributo para ser aceptada en un mundo de exclusividad y sofisticación".

LAS EMPRESAS de streaming Netflix y Hulu estrenaron casi al mismo tiempo sendos documentales sobre el festival: Fyre (Chris Smith) y Fyre Fraud (Jenner Hurst y Julia Willoughby), respectivamente. Los dos ofrecen una cronología de lo ocurrido y muestran lo sucedido antes, durante y después de la catástrofe. Ambos presentan a McFarland, desde sus inicios en el mundo de los negocios, como un muy ambicioso emprendedor que termina siendo condenado por fraude. En el documental de Hulu aparece una entrevista, poco reveladora, con McFarland (por la que supuestamente pagaron 250 mil dólares), en la cual confiesa que en segundo año de primaria comenzó un negocio para “arreglar crayones” de sus compañeros por un dólar, y que en poco tiempo hackeó la computadora de la escuela para anunciar sus servicios. Así, al cobrar por algo que no debía de pagarse (los maestros podrían seguramente hacerlo gratis) y al ser celebrado por su astucia, McFarland creció con la certeza de que estafar al prójimo era una forma legítima de enriquecerse y algo que ponía en evidencia su inteligencia y también su superioridad.

En los dos documentales se hace una interesante disección de ese espacio inaudito de la realidad que es el ámbito de los influencers, donde estas celebridades portátiles que miden su valor de mercado por el número de sus seguidores, crean deseos, imágenes y percepciones de lo que debe vivir un joven contemporáneo en la era de la normalización de la guerra eterna, de la postcrisis financiera, de los atropellos a los derechos humanos de inmigrantes y refugiados, y del establecimiento del trumpiato, el régimen del engaño descarado y las fake news. De acuerdo con algunos, estos elementos hacen que la generación milenial sea más consciente de la falta de certezas y de la inseguridad del empleo, la vivienda, el acceso a la salud, que otras generaciones anteriores recientes daban por un hecho. Por tanto, lo que les queda a los milenials es coleccionar experiencias y documentarlas, ese es su patrimonio cultural y emotivo

[caption id="attachment_890724" align="alignnone" width="696"] La debacle. Fuente: digitalmusicnews.com[/caption]

Las semejanzas entre los documentales son muchas, no obstante, llama la atención que el de Netflix fue producido por Jerry Media y Matte Projects, dos compañías que estuvieron involucradas en el marketing del Festival, lo cual le facilita sin duda una visión interna del fiasco, pero también implica una especie de complicidad, ya que pueden explotar el fracaso de su empleador. Mientras el de Netflix es más ordenado y minucioso en la cronología de los horrores y errores, el de Hulu está más enfocado en el panorama social, aunque también presenta una visión más amable de McFarland, pues a pesar de que aparece como un mentiroso, se insinúa que en el fondo es un genio que tan sólo perdió de vista la realidad por la ambición. Éste es el mensaje más perverso de la cinta.

EL VIDEO DE PROMOCIÓN mostraba a bellas modelos en jets privados, yates y playas de arena blanquísima, además de que la conexión con Pablo Escobar era un guiño para sugerir la abundancia de drogas. Las modelos eran todas mujeres, por lo que obviamente la campaña estaba dirigida a hombres. Aunque muchos quisieron ver en esta catástrofe un justo castigo a los jóvenes multimillonarios y oligarcas, en realidad el castigo fue para una clase media alta con aspiraciones, que al invertir en los infladísimos boletos esperaba comprar acceso y pagar tributo para ser aceptada en un mundo de exclusividad y sofisticación inalcanzable. Los verdaderos jerarcas tienen sus propias islas privadas y retozan con modelos sin tener que mezclarse con la plebe. La música que supuestamente es el eje de un festival no figuraba al lado del deseo sexual, la ambición de tomarse fotos y la glotonería. En gran medida, la música era un accesorio más, junto a las motos acuáticas y los chefs famosos. El revés humillante que sufrieron los asistentes, en especial aquellos que pagaron miles de dólares por participar en la experiencia de sentirse como un refugiado o la víctima de un cataclismo, consistió en verse temporalmente desposeídos y situarse por una vez al margen. En un momento, en alguno de los videos realizados durante la preparación del festival e incluido en el documental Fyre, McFarland afirma: “Estamos vendiendo un sueño de opio para los perdedores comunes”. Este festival es el equivalente de la Universidad Trump en el mundo del entretenimiento y es un brillante testimonio de la condición de la cultura popular en la segunda década del siglo XXI.

[caption id="attachment_890725" align="alignright" width="208"] La producción de Hulu. Fuente: filmaffinity.com[/caption]

Se trata de una lección que seguramente no será aprendida y su legado será tan sólo el schadenfreude, pero es difícil que lleve a esta generación a reconsiderar la pobreza de la cultura contemporánea y la miserable ambición de opulencia que permea todo. En un tiempo en que las diferencias entre ricos y pobres aumentan con ritmo de vértigo, incluso en Estados Unidos y Europa, así como crecen la explotación y desigualdad, éste debería ser un momento de introspección acerca de lo que mueve a la cultura. Pero si consideramos que el gran crash financiero de 2008 no logró moderar la ambición de Wall Street y, por el contrario, los responsables fueron premiados con un sustancioso rescate por el gobierno de Obama, pagado por los contribuyentes, resulta difícil creer que esta debacle se traduzca en una toma de conciencia y una oportunidad de cambio. Las contradicciones del capitalismo parecen orillarlo a su debacle. Lamentablemente, quienes deberían pensar en la revolución están demasiado preocupados tomándose selfies y consultando la opinión de los influencers.

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