Desaparezca aquí, picnic en playa Bagdad

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Portada del libro, Playa de Bagdad
Portada del libro, Playa de Bagdad Foto: Especial

Una presencia que se extrañaba en las mesas de novedades era la de Antonio Ramos. Después de nueve años está de regreso con Playa Bagdad (Alfaguara, 2024), una novela sobre un puerto del noreste del país y su papel en la eterna pugna entre dos hermanos. Uno de ellos, el mayor, se extravía en sí mismo en el rincón del mapa y el otro, el menor, va a seguirle el rastro hasta esa esquina remota para rescatarlo de ese territorio geográfico mental que es la ausencia del ser querido. El cascarón de la novela es más de lo que anuncia. En su interior se encuentra una sólida trama que va descubriéndonos capas y capas de una cebolla que mientras más nos acercamos al centro más inquietante se vuelve.

PLAYA BAGDAD ES UN MANUAL sobre cómo escribir una novela acerca de una desaparición no forzada en uno de los territorios más violentos de México. Esta no es una historia de misterio, no es un thriller ni tampoco una de detectives, una definición innecesaria pero aproximada sería “road novel costera”. Se trata al mismo tiempo del desmoronamiento de una mente que invita a otra mente a atestiguar la caída. Y mientras eso ocurre, se va esculpiendo el pasado de una familia. Que se entrelaza con el pasado de una región. Para terminar confundiéndose con el pasado de, por qué no, la humanidad misma.

Imposible definir qué hace a una obra madura. No sólo depende de los años de oficio. Sin embargo, al escuchar la voz del narrador de Playa Bagdad y sopesar la solidez de su estructura, el lector puede percatarse de que Ramos ha alcanzado la madurez creativa. Y la prueba más contundente de ello es el final. Algo que a Ramos le costó en sus dos novelas anteriores. Aquí vaya que provee a la historia de un cierre a la altura de su talento. Y qué manera de concluir. Te deja con la sensación de haber hecho con sapiencia un viaje para el que sólo disponías de un tanque de gasolina y mantener el ritmo y la velocidad te ha permitido llegar justo hasta tu última parada.

La atracción que ha ejercido el mar nunca ha sido contada por narrador norteño alguno como lo ha conseguido Ramos.

Playa Bagdad está repleta de frases que bien podrían calificarse como aforismos. Platiqué brevemente con él sobre el peso de esto.

“Cuando uno dice adiós nunca sabe qué significa”, dices en la novela. ¿Crees que perteneces a una generación imposibilitada para asumir las despedidas?

Aún pertenecemos a esa generación que no supo lidiar con el divorcio de sus padres, con el término de las relaciones, con la ruptura de la muerte, pero me parece que la frase también contempla la esperanza de las despedidas, de volvernos a encontrar. Al final de cuentas, los adioses son sólo una ficción de temporalidad variable hasta que el reencuentro los nulifica.

“En el pasado se encuentra la mejor ficción de cada uno”, afirmas casi al inicio del libro. ¿Es el pasado el territorio literario por excelencia?

Es el único territorio con el que contamos para narrar nuestra historia. Ni el presente ni el futuro existen mas que como una imposibilidad, entonces, ¿de dónde sacamos los elementos para narrar? Me gustan todas las posibilidades del pasado, incluso las del subjuntivo. Creo incluso, que con ese tiempo verbal es con el que se forman los recuerdos.

“Nunca seremos hermanos de nuestros hermanos”, concluye Miguel, y en su caso y el de Marcelo ni siquiera amigos. ¿Qué clase de relación es entonces la hermandad?

Como todas las relaciones, una de formación nada más. Una que nos acontece cuando estamos más desprotegidos, además. Las relaciones que formamos de adultos las hacemos ya con el callo de lo que funcionó o no funcionó en el seno familiar. Con los hermanos aprendemos a amar, a respetar y a odiar. Sobre esa experiencia construimos el resto de nuestras relaciones, pero si la despojamos del halo afectivo, es una formación ruda.

Si “perderse es un ejercicio de la curiosidad”, ¿qué es entonces el nunca hallarse?

El baldío. Uno puede perderse con cierta dirección o intuición y encontrar algo. Uno no se pierde realmente, le da cuerpo a su curiosidad, pero el no encontrarse es sin duda un deambular perpetuo sin raíces ni frutos.

Si “somos ciudades sobre las que alguien prohibió construir”, ¿sólo podemos destruir en los otros?

Quisiera, aquí el verbo en subjuntivo, quisiera pensar, como alguien educado en la religión evangélica, que también venimos a construir con los otros cosas, relaciones, recuerdos, pero sin duda al hacerlo dinamitamos nuestro entorno para los otros. En todo momento clausuramos líneas de vida que evitan que otros construyan sobre nosotros.

El protagonista dice que no hay frontera que no sea triste. ¿Es esta supuesta tristeza un laboratorio social?

No lo había visto así, pero supongo que todas las emociones lo son, ¿no? Imagina ahora mismo, las fronteras del norte, toda la tristeza que se enreda en ellas en este momento, la frustración, el dolor causado por las políticas de apartheid de Trump. No lo quieren llamar así, pero eso son: lo más grave es que no es la voluntad de un hombre, sino la voluntad de una cultura que no ha aprendido de los errores de su pasado, porque esos errores son su más preciada identidad cultural actual.

Si desaparecer es el acto más honesto del mundo, ¿permanecer es una traición a nosotros mismos?

Sí, las redes sociales nos han dado la falsa ilusión de una eternidad social que nunca será. Desaparecer sí debe ser el acto más honesto para uno mismo, una renuncia, no por dolor o tristeza, sino como forma de encontrarse también.

“Las ciudades desaparecen como el hombre”, reflexiona Miguel. ¿Es nuestra memoria una ciudad que visitamos al cerrar los ojos?

Creo que lo has dicho mejor que yo. Sí, nuestra memoria es la única patria que tenemos, parafraseando a Paz que dice eso del idioma. Nuestra memoria es el único territorio fértil sobre el que abonamos todos los días.

¿Son los hermanos los lobos de los hermanos?

A veces no, pero cuando sí, son los peores lobos.

Si los muertos no tienen memoria, ¿tampoco los desaparecidos?

Al parecer a este país no le interesa la memoria ni de los muertos ni de sus desaparecidos. Incluso ni siquiera la memoria de sus vivos. Si les interesara, la Secretaría de Cultura sería más importante que la de Gobernación.