Los likes y la depresión, ¿cómo es el votante promedio de Trump?

En este ensayo, José Mariano Leyva intenta dilucidar —a través de un recorrido por películas, series, acontecimientos históricos, estudios psicológicos y sociológicos que retratan con claridad elementos centrales de la cultura estadunidense— el porqué de la popularidad y el ascenso nuevamente al poder de un político como Trump, llegando a la conclusión de que esa elección fue producto de lo que el historiador Morris Berman llama un “deterioro en la capacidad de análisis” de sus votantes.

Una foto de archivo del capitolio siendo atacado por partidarios de Trump en 2021.
Una foto de archivo del capitolio siendo atacado por partidarios de Trump en 2021. Foto: Reuters

El video se reprodujo hasta el hartazgo.Un hombre color naranja con un traje que estaba de moda hace treinta años. Corbata demasiado larga, demasiado ancha, pantalones holgados cuyas telas brillantes se sacudían con cualquier movimiento. Decía: “En Springfield, los inmigrantes se están comiendo a sus perros, se están comiendo a sus gatos, se están comiendo a las mascotas de las personas que viven ahí.”

La frase estaba acompañada con ademanes teatrales, incluso exagerados para el escenario. Una mirada de suspicacia salió como atisbo de sorpresa a lo Mr. Bean. Una mueca que buscaba el descrédito se asemejó al puchero de un niño a quien le prohíben comer más dulces por ese día.

Si usted vio el video y la puesta en escena le provocó hilaridad. Si le pareció absurda o cuando menos, ridícula. Si en un mayor grado de sensibilidad su reacción fue de repulsión o incluso asco, la mala noticia es que probablemente se encuentra usted dentro de un porcentaje muy pequeño de la población del mundo. Ese hombre naranja, de ademanes y vestimenta grotescos, era un candidato, ganó después la presidencia y por segunda vez. Sí: Donald Trump.

Donald Trump, durante un rally en Michigan, en octubre del año pasado.
Donald Trump, durante un rally en Michigan, en octubre del año pasado. ı Foto: Reuters

En aquel debate, la migración no era uno de los temas a discutir. Aun así, Trump trajo la cuestión a la mesa una y otra vez. Era un argumento redituable. Atizaba el miedo a lo desconocido, el odio a lo extranjero. Explotaba la ignorancia, el patrioterismo. Y para que esa entelequia cause miedo o rabia —no risa—, son necesarias buenas dosis de ignorancia y egocentrismo del espectador. También frustración. Para revertirlo, bastaría con dudar de la inteligencia de un hombre que en abril de 2020 sugirió —con toda seriedad— inyectar desinfectante para eliminar el Covid en el organismo de los pacientes. Un hombre cuyas declaraciones superan la exageración y llegan al desatino: “ha sido la peor vicepresidenta que hemos tenido”, “todo lo que dice es mentira”, “Vamos a regresar a todos los criminales extranjeros”.

Trump crea un miedo y luego asegura que tiene la solución para enfrentarlo. La fórmula no es nueva. Los asesinos de la luna, pelí-cula de Martin Scorsese (2023), basada en el libro del periodista David Grann, es una historia muy norteamericana sobre el condado de Osage, Oklahoma, que toma su nombre de la tribu nativa que ahí construyó su reserva. En los años veinte del siglo pasado, se descubren en la región ricos mantos petrolíferos. Los Osage se convierten así en la nación más rica per cápita del mundo. Pocos pobladores. Mucho petróleo. Entonces se gesta una conjura contra ellos. Los vecinos anglosajones comienzan a hacerse sus amigos. El filme presenta, con la maestría propia de Scorsese, un pueblo donde los indígenas tienen choferes blancos, donde los atuendos elegantes tienen que ver con vestimentas originarias. En medio de este panorama, aparece William Hale (en la interpretación de Robert De Niro). Un ganadero que existió en la vida real, y que dice no tener nada que ver con el petróleo. Que casa a un sobrino suyo con la hija de una familia Osage, vínculo que se convierte en algo cada vez más común desde la aparición del petróleo. Luego, comienzan a aniquilar a los Osage. Los médicos que atienden a las esposas nativas se dedican a envenenarlas. Las nuevas familias políticas comienzan a asesinar. El enemigo se mezcla entre la tribu para que no causar desconfianza y desde adentro aniquila.

LA FÓRMULA DE TRUMP NO ES NUEVA. Sin embargo, ya no se trata de un orador hablando a treinta familias en el desierto, sino de un discurso de patrioterismo y miedo que llega a demasiados rincones.

El artífice de aquella estrategia es el propio Hale. Y es él quien da la cara: dialoga con las familias, las tranquiliza ante el peligro de lo que está sucediendo, se sienta en los Consejos Osage y cuando la tribu clama justicia, Hale-De Niro dice que será el interlocutor entre ellos y el gobierno. Actúa, engaña, pero sobre todo, estimula el temor de quienes lo escuchan y al mismo tiempo lo creen su salvador. En el libro, el lamento de los Osage es la manera en que se dejaron engañar.

LO MISMO PASA con el Brigham Young caracterizado por Kim Coates en la miniserie American Primeval (2025). La producción está dirigida por Peter Berg y el guion fue escrito por Mark L. Smith, también escritor de The revenant (2015) junto con Alejandro González Iñárritu. Un western que tiene todo el sello de película de terror —género típico de Berg—, y que por lo mismo recrea desde un ángulo hiperrealista lo que fue aquel Estados Unidos de la segunda mitad del XIX. Nativos, miembros del ejército del gobierno y mormones se enfrentan unos a otros en medio de una violencia sanguinaria. El líder —también real— de los mormones es justamente Brigham Young. Cuando su grupo es expulsado de Illinois, Young los lleva, en una larga marcha, hasta un paraje en el que funda Salt Lake City. El Congreso entonces crea alrededor suyo el estado de Utah y lo nombra gobernador. De ese tamaño era la ausencia de control hace 150 años en el país vecino.

Los mormones eran fanáticos. Y tenían ejército. Una secuencia se repite en la serie: escenas alternadas de Young dictando un furibundo discurso, haciendo hincapié en la cantidad de enemigos que su iglesia —de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días— tiene. Vocifera y gesticula frente a familias que lo miran aterradas. Después aparecen mormones a caballo y encapuchados, acribillando a las dispersas tribus, a los miembros del ejército federal o a los pioneros. Según Christopher Silvester en Las grandes entrevistas de la historia (1993), el género periodístico se inaugura cuando Horace Greeley conversa con Young en 1859. Ahí niega con soltura “la existencia de los Danitas, su orden secreta de ángeles destructores o Shepips, que hacían presa de los gentiles y practicaban la expiación de sangre.” Con ese modus operandi y con la justificación prensada en los labios de su líder fue que se llevó a cabo la masacre de Mountain Meadows en 1857 donde 120 pioneros fueron asesinados por los mormones. La caravana sólo estaba de paso rumbo a California. Los argumentos de Brigham Young, indicaban que cualquier forastero era un enemigo que traía el terror y merecía ser hostigado.

Una obra del artista británico Endless en contra de Trump, desplegada en Londres, Gran Bretaña.
Una obra del artista británico Endless en contra de Trump, desplegada en Londres, Gran Bretaña. ı Foto: Reuters

LA FÓRMULA DE TRUMP NO ES NUEVA. Pero el retroceso en el discurso político sí lo es. Todo posible progreso de 1859 hasta finales del siglo XX se pierde. En un curioso acto de nostalgia, regresa a las pulsaciones más primitivas. Sin embargo, ya no se trata de un orador hablando a treinta familias en el desierto, sino de un discurso de patrioterismo y miedo que llega a demasiados rincones. Las imágenes que viajan por fibra óptica reinan, nos saturan y nos complacen. La lectura de un artículo de fondo no puede competir con las ráfagas de videos de quince segundos. El discurso político que alude a los sentimientos más básicos se vuelve verdad absoluta. Como espectadores o usuarios, decidimos creerle más que cuestionarlo. Nos hace sentir bien tomar un bando.

El discurso puede mutar en inclinaciones y objetivos reales, pero si el formato es furibundo, poco mesurado, sarcástico y violento, nos identificamos. No importa si se miente, no importa si lo dicho poco tiene que ver con la realidad. Por ello se pueden encontrar muchas similitudes en los discursos de Trump, Maduro, Milei o Putin. El estilo con sello estadunidense se ha expandido. Así como su estilo de vida y sus criterios culturales. La realidad social o económica se desvanece ante la luminosidad del grito bien estudiado, los superlativos sin contención, las miradas de enojo o arrobamiento, la falsa discreción que da pie a la falsa consternación cuando queremos convencer de que una imputación personal o una emergencia nacional no tienen la menor importancia. Fragmentos de esos discursos pueden aparecer en la compilación de los videos fugaces que vemos en alguna red social, el análisis de lo que están diciendo, el recuento de las mentiras, no. Esos análisis son aburridos. No despiertan la pasión de pertenecer a algo o de estar en contra de algo. Igual pasa con las furibundas polémicas en las mismas redes. Una polémica atrae. Nos apresuramos a poner un comentario irreflexivo para demostrar que odiamos o amamos al personaje de la polémica que de inmediato se vuelve completo héroe o un inepto. Opinar satisface nuestro ego. Escuchar al respecto satisface nuestro morbo. Nos colocamos en un bando u otro y eso satisface nuestro afán de pertenencia. Siguiente video.

Protesta en Chicago, Illinois, en contra del presidente Trump.
Protesta en Chicago, Illinois, en contra del presidente Trump. ı Foto: AP

Vuelta a Estados Unidos en el siglo XX tenemos a dos personajes del hampa: Al Capone y Jimmy Hoffa. Ambos tenían al menos un rasgo en común: eran encantadores con la prensa. Tenían cuarteles específicos para sus entrevistas, actuaban sus ademanes, exageraban sus rasgos de muchachos de la calle. Esto último les permitía emitir opiniones sin que les pidieran mucho fundamento. Una estrategia muy utilizada para “llegar a la gente”. En una entrevista que Jerry Stanecki le hizo a Hoffa en 1975, días antes de que desapareciera, da una cátedra sobre las artes del engaño. No sólo niega lo que la prensa y la gente sabía de sobra como los nexos con la mafia, la coacción a funcionarios y líderes sindicales, sino que revierte los hechos para buscar culpables repartidos entre el gobierno y los inmigrantes. En un acto supremo de cinismo, se queja de la inseguridad que azota a su ciudad. Lo interesante es que ambos capos le caían bien a la gente. Coincidían con ellos.

SI ALGUIEN HA ESTUDIADO el deterioro en la capacidad de análisis en Estados Unidos es el historiador Morris Berman. Pero llega un punto en el que entendemos que no se trata sólo del país vecino, sino de un modelo que se ha exportado. Berman demuestra con estudios históricos, antropológicos, psicológicos, neurocientíficos y pruebas sociales, que la inteligencia promedio en Estados Unidos ha disminuido. No sólo de manera general, también en específico en los campus universitarios. Las últimas cinco décadas han tenido un inexorable retroceso como lo señala en El ocaso de la cultura estadunidense (2000), La América de la Edad Oscura: la fase final del imperio (2006), Las raíces del fracaso americano (2011) y ¿Ya llegamos? (2022). La ausencia de análisis provoca reacciones que deberían preocuparnos. Un estudio realizado por la Universidad de Michigan para el periodo 1979-2009, reveló que “la empatía entre los estudiantes disminuyó 48% durante dicho lapso, mientras que la capacidad de ver las cosas desde la perspectiva de otra persona se redujo 34%.” No extraña entonces que un Trump gane en un orbe que tiene cada vez menos empatía. Las soluciones también podrían ser cuestionadas si de vez en cuando abandonáramos nuestro papel de usuarios o compradores. “Cerca del 25% del total de los reos del mundo está confinado en cárceles estadunidenses, y el 24% de la población adulta dice que es aceptable el ejercicio de la violencia cuando se trata de alcanzar las propias metas. Aunque la población de Estados Unidos representa menos del 4.2% de la población mundial, consume el 67% de los antidepresivos del planeta.” En 2001 el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH en inglés) determinó, tras encuestas y estudios, que el 46% de los adultos en Estados Unidos “reunían los requisitos para ser considerados enfermos mentales en algún momento de sus vidas.” Morris Berman llega a conclusiones lapidarias: “el mundo de la creatividad, de la imaginación, de la profundidad del Yo está llegando a su fin.”

Cuando los ademanes y los pucheros están por encima de la ley, hay que preocuparse. También cuando la capacidad analítica no repara en las promesas incumplidas, en las propuestas descabelladas, en el tamaño del ridículo

En muchos casos, el retroceso de la ca-pacidad analítica ya no se trata de la ausencia de elementos culturales básicos para tomar decisiones, sino en negar lo obvio. En su primera candidatura, Trump prometió un “hermoso muro” para evitar la migración ilegal. Olvidemos por un momento que su solución tiene la contundencia del juego de un niño de tres años. Uno que pone una línea de legos para que no pasen los monstruos imaginarios, sino que ni siquiera pudo hacer eso una vez que ganó. El Congreso no le dio fondos, luego los propietarios de las tierras limítrofes se negaron a la construcción en sus propiedades. Al final, según la BBC, del hermoso muro se construyeron un total de 129 kilómetros, de los cuales sólo 76 eran realmente nuevos. 76 kilómetrosen una frontera de 3 mil 142 kilómetros delargo. Menos que los de la carretera Mé-xico–Cuernavaca.

Pero esto no evitó que Trump ganara en una segunda ocasión. Las redes no tienen memoria. Tampoco sirvió que estemos hablando de una persona sentenciada con todas la de la ley por falsificar registros comerciales. Trump es el primer presidente convicto. Cuando los ademanes y los pucheros están por encima de la ley, hay que preocuparse. También cuando la capacidad analítica no repara en las promesas incumplidas, en las propuestas descabelladas, en el tamaño del ridículo.

Aquí pienso en dos opciones: o Trump tiene un nivel de ignorancia y melomanía tan grandes que realmente cree que puede hacer cosas imposibles (“mira mamá: voy a volar”), o es una persona maquiavélica que más bien confía en que la gente es lo suficientemente ignorante como para creer que puede hacer cosas imposibles (“voten por mí, que puedo volar”). En ambos casos, es necesario regresar a esa falta de inteligencia de la que nos habla Berman, y también recordar cómo se elabora el discurso del miedo, del odio y del egocentrismo de Brigham Young, Jimmy Hoffa o William Hale.

Elon Musk realiza el saludo fascista.
Elon Musk realiza el saludo fascista. ı Foto: Reuters

A LA TOMA DE PROTESTA de Trump asistieron Elon Musk, dueño de X y Mark Zuckerberg dueño de Facebook, Instagram y Threads. Se habló de la nueva oligarquía mundial. No cabe duda, pero no nos detengamos ahí: se trata de las personas que han sabido capitalizar justamente la preeminencia del ego, la baja autoestima, la frustración y el resentimiento que les regala la gente para convertirlos en fotos de viajes hermosos, comidas fantásticas en sus redes. Todo con el afán de buscar la aceptación a mansalva. Sitios cuya premisa es básica: o me admiras o me criticas. Sin lugar para la empatía. Justo al estilo Trump. Algoritmos a partir de la depresión. Señalar con alarma que son oligarquía, y quedarse ahí, también es cómodo. De nueva cuenta —aunque por otro flanco— estamos elaborando enemigos ajenos que nos permiten ser parte de los buenos, mientras seguimos dando likes en sus plataformas o nos quejamos… de la oligarquía. Más que hablar de oligarcas, habría que hablar de depresiones íntimas, personalizadas y generalizadas que le vienen bien a la mercadotecnia oligarca o a los discursos políticos furibundos.

En la toma de posesión además estaba Jeff Bezos, dueño de Amazon. En el documental Compra ahora: la conspiración consumista (2024) de Nick Stacey podemos escuchar los testimonios de una pléyade de ex trabajadores de esta empresa. Personas arrepentidas de formar parte de ese proyecto que cuentan lo que vieron. La creadora de Buy 1 Click lo dice de manera simple pero contundente: la idea era reducir el tiempo entre deseo y compra. “No dejar margen para el análisis”. Lo mismo se busca en la nueva política internacional cuando se hacen eventos masivos días antes de las elecciones. Regalos y espectáculos para crear un deseo y evitar el análisis. Trump decidió no participar en un segundo debate contra Kamala Harris. Los números del primer debate —donde habló de los inmigrantes almorzándose al perro Pinky— no le fueron favorables. Hubo demasiado margen para el análisis. Y el análisis, como la inteligencia, son sus enemigos. Por lo mismo existe toda una alquimia para declarar ganador a un candidato antes de que sea posible saberlo. En el pensamiento más primitivo, la gente quiere estar con el ganador. Si se lo venden antes de tiempo, es muy probable que su decisión se base en ese deseo cercano a la aceptación que buscamos en redes. Estar del lado ganador, aunque ello no signifique ninguna mejoría real para su país o para sí mismo. Por ahí ronda la explicación de los latinos casi ilegales que votaron por Trump. La mercadotecnia de la política.

El presidente de Estados Unidos con el lenguaje corporal que lo caracteriza.
El presidente de Estados Unidos con el lenguaje corporal que lo caracteriza. ı Foto: Reuters

Otra cita ilustrativa de Berman: “El programa de televisión más exitoso en la Franja de Gaza era la serie estadunidense Friends. ¿Te imaginas? Proyectiles con la leyenda Hecho en E.U.A. asesinan a cada rato a gente que, sin reservas odia a Estados Unidos, pero que luego va y se sienta a venerar esta comedia sobre la vida estadunidense.” Trump también capitaliza el odio y la depresión, pero a diferencia de Amazon, sus productos tienen menos calidad: mucha estupidez, mucho humo, medidas imposibles. Sin embargo, el resto del mundo lo está comprando: la toma de posesión de Trump rompió récord de vistas en YouTube: 9.6 millones de espectadores.

EL 22 DE ENERO Carmen Aristegui en-trevistó a Andrea de Anda, directora y creadora de Capisci un sistema que almacena, analiza y cruza las opiniones en las redes mexicanas. De Anda y su equipo examinaron las reacciones en nuestro país sobre las medidas que Trump anunció en las primeras horas de su mandato. Tres tenían la mayoría de los comentarios: que el Golfo de México cambiara su nombre a Golfo de América, que principalmente tenía reacciones negativas. El programa Quédate en México, que intenta que los migrantes que intenten entrar a Estados Unidos sean retenidos o albergados en nuestro país, que también tuvo reacciones negativas, pero no tantas como la primera. Y finalmente, la medida de declarar terrorismo al crimen organizado en el país, que obtuvo reacciones positivas.

En el pensamiento más primitivo, la gente quiere estar con el ganador. Si se lo venden antes de tiempo, es muy probable que su decisión se base en ese deseo cercano a la aceptación que buscamos en redes

Los resultados sorprenden, pero bajo la óptica referida, son comprensibles. La medida que menos implicaciones reales tiene para nuestro país es la más odiada. Una medida absurda pero que pega justamente en el alma patriotera. Calza con el ego devastado. No nos gusta el branding de esa marca. La segunda tampoco nos parece buena idea: tener al enemigo en casa —al centroamericano, al haitiano—nos enerva. Nos acercamos al votante promedio de Trump. Y la tercera, curiosamente, olvida todo patrioterismo porque presenta una fantasía subyacente: que Es-tados Unidos nos “rescate”. Que de alguna manera elimine al enemigo interno y de paso nos acerquemos un poquito a los estándares de los ganadores. Aunque ellos voten por un presidente convicto. La regla general: un análisis débil que no repara en las contradicciones. Que no percibe las implicaciones reales, que vive da la ilusión marcada por nuestras carencias sentimentales.

Una manifestación en contra del republicano en Washington.
Una manifestación en contra del republicano en Washington. ı Foto: AP

Tras el anuncio de las medidas arancelarias —que no es poca cosa—, de nueva cuenta las redes se inundaron de opiniones. Sin demasiado rigor metódico, se decantaron hacia un patrioterismo deci-monónico. “Afrenta intervencionista.” “Somos el mejor pueblo del mundo.” O bien, se lanzaron a un escarnio doméstico “Finalmente les dijeron en su cara lo que son: delincuentes.” De nueva cuenta el ego y la frustración. Poco que ver con la voluntad de encontrar una solución. Lamisma fórmula de Trump en su campa-ña. Aun así, las opiniones al respecto fueron desbancadas como trending topic el mismo día. Por la noche, los diez primeros lugares de conversación los ocupaba la premiación de los Grammys. En ningún momento se volvió TT el hablar de lo que Paul Auster llamó la epidemia de la insatisfacción.