De origen náhuatl, el historiador Domingo Chimalpahin, narra que en el año 13-Caña (1479) vinieron a México, a cantar por primera vez, los de Amecameca y los chalcas tlalmanalcas para el señor Axayácatl. Comenzaron a tocar y a bailar, pero un “noble de Tlalmanalco tocaba la música con mucha torpeza”. Entonces, un noble de Amecameca, al ver que se “estropeaban la música, el canto y la danza” le arrebató el tambor y puso “remedio a la danza para que no decayera”, Axayácatl, que estaba en el interior de su palacio, escuchó la música y los cantos “y se enardeció su corazón”, enseguida se levantó y salió. Cuando lo vieron fuera, los cantores se asustaron mucho, creyeron que el señor estaba enojado por la disonancia del tambor, y se dijeron: “¿Qué habremos de hacer? ¿Acaso tal vez se nos prenderá fuego aquí?”, pero Axayácatl había salido a bailar: “Acercándose al lugar de la danza, sus propios pies lo comprendieron”, y bailó como sólo un guerrero puede hacerlo.
Después hizo traer al que había retomado la música, un tal Quecholcóhuatl, y éste también pensó que lo quería matar y se arrojó a sus pies, pero Axayácatl lo hizo levantar y le dijo que “nadie antes había logrado tal cosa, que yo saliera del interior de la casa para bailar”, y le regaló “una tilma, un braguero, unas sandalias y semillas de cacao” y Quecholcóhuatl fue muy estimado “porque así hizo bailar a la gente”.
En un tratado italiano sobre danza escrito en el mismo siglo en el que Axayácatl salía enardecido a bailar, Domenico di Piacenza enumera los “seis elementos fundamentales del arte: medida, memoria, agilidad, manera, cálculo del espacio y fantasmata”. Este último elemento, señala Giorgio Agamben en su estudio sobre las ninfas, es la estrecha relación entre “memoria, imaginación y tiempo”. “La memoria no es posible sin una imagen (phantasma), la cual es una afección, un pathos de la sensación o del pensamiento."
NO SE PUEDE BAILAR sin el pathos de la ninfa. La ninfa es posesión, un rapto de felicidad. En su Ética Eudemia, Aristóteles distingue cinco tipos de felicidad: la primera, por naturaleza, como tener cierta constitución bella; la segunda se alcanza con el aprendizaje, “con lo que habría una ciencia [episteme] de la felicidad”; la tercera a través del ensayo o ejercicio de aquello que suscita la experiencia que conocemos como felicidad; pero la cuarta y la quinta son definitivas: una, es la ebriedad por inspiración divina, como les ocurre a los ninfoleptos, opara decirlo en la traducción del maestro Antonio Gómez Robledo: “como los hombres poseídos de ninfas o de dioses, llenos del dios merced a cierta inspiración demoníaca”; y la otra, es el golpe de fortuna.
¿Qué mayor golpe de fortuna que morir con dignidad? Tlacahuepan, un pariente cercano de Moctezuma II, es capturado y llevado a Chalco. Los chalcas quieren liberarlo y hacerlo su rey, él dice que va a pensarlo. Y más tarde, cuando vienen a pedirle respuesta, “finge aceptar, pero pide que primero lo dejen alegrarse con sus compañeros, pues es el día de fiesta llamado Cae el fruto". Para celebrarlo, “es preciso levantar un mástil de veinte brazas de altura con una plataforma en la cumbre”. Lo imagino como el mástil de los voladores de Papantla: Tlacahuepan sube a lo alto y baila con el furor de quien sabe que se trata de su última acción; unos momentos después se detiene y exclama “Chalcas, sepan que por mi muerte tengo que pagar sus vidas y ustedes servirán a mis hijos a mis nietos, pues mi sangre real será pagada con la vuestra”. Entonces, salta al vacío, cae y “como la fruta madura se rompe en pedazos”. Así lo narra Michel Graulich en su biografía de Moctezuma II.
RAMÓN ANDRÉS, POR SU PARTE, en su ensayo, Claudio Monteverdi “Lamento della Ninfa”, anota que la ninfolepsia viene de “Lepsis, ataque. Ser capturado por las muchachas del velo, sentir júbilo por haber sido entregado a lo oculto”. Pero a veces, bailar no es sólo entregarse a lo oculto, sino revelarlo. Un día, el rey David llevó el Arca de la Alianza hasta Jerusalén, y lo hizo con música y danza. “Cuando el arca del Señor llegó a la ciudad de David, Mical, la hija de Saúl, estaba mirando por la ventana, y al ver a David saltar y danzar delante del Señor, sintió por él un profundo desprecio.”
“¡Qué bien ha quedado el rey de Israel, al dejar al descubierto sus vergüenzas frente a las criadas y sirvientes!”, le reclama Mical, a lo que David contesta: “Sí, dancé; pero lo hice delante del Señor, porque él me eligió para reinar sobre su pueblo Israel. Y Dios castigó a Mical; por eso ella nunca tuvo hijos”.
Bailar es comunicar, pero sólo cuando el otro o la otra sabe dejarse poseer por la ninfa, entonces incluso es posible bailar en cirílico. Zorba, el griego, nos cuenta una de sus historias con un compañero ruso:
Con ayuda de gestos, a trancas y barrancas, acordamos una forma para comunicarnos: él comenzaría a hablar y, cuando yo no entendiera, le gritaría: “¡Stop!”; y entonces se pondría a bailar; bailaría lo que quisiera decirme. Lo mismo yo. Lo que no pudiéramos decirnos con la boca, nos lo diríamos con los pies, con las manos, con la panza o con gritos salvajes. El primero fue el ruso: Cuando no lograba entender qué me decía, levantaba la mano y gritaba: “¡Stop!”, y el ruso se levantaba de un brinco, ¡y venga a bailar! Bailaba como un poseído; y yo miraba sus manos, sus pies, su pecho, sus ojos, y lo entendía todo. Y luego me tocaba a mí. Apenas escuchaba mis primeras palabras el ruso, que era un brutote, no muy avispado que digamos, gritaba: “¡Stop!”. ¡De lo que pedía yo mi limosna! De inmediato pegaba un salto, apartaba sillas y mesas, y a bailar… Tendrías que haber visto cómo me devoraba el ruso con los ojos, de la cabeza a los pies, y ¡cómo lo entendía todo! Bailando le conté mis pasiones, mis viajes… ¿Te ríes? ¿No lo crees, patrón? Para tus adentros estás diciendo: Pero ¿qué cuentos me está contando este Simbad el Marino? ¿Con el baile se puede hablar? Pues mira, y apuesto mi cabeza, así deben conversar los dioses y los diablos.
La posesión, escribe Roberto Calasso, “es ante todo el conocimiento de que nuestra vida mental está habitada por potencias que la dominan y escapan a todo control, pero pueden tener nombres, formas y perfiles”; son dioses y diablos. Qué envida nos causan las personas que saben bailar, que ceden a la ninfolepsia, que escapan a su propio control y alcanzan esa otra orilla desde donde nos miran con infinita compasión. Saben que de regreso a este mundo, son inmunes a todo juicio, pues conocen los versos de Garcilaso: “¿Qué testimonios son éstos/ que le queréis levantar?/ ¡Que no fue sino bailar!”

