No other land

FILO LUMINOSO

La película está nominada para Mejor Largometraje Documental en los Premios Oscar de 2025. Foto: Filmin

Dos activistas palestinos, el estudiante de leyes Basel Adra y el cineasta Hamdan Ballal, trabajan con dos israelíes, el periodista Yuval Abraham y la cinematógrafa Rachel Szor, para registrar la historia de la destrucción entre 2019 y 2023 de Masafer Yatta (un área montañosa que incluye alrededor de una veintena de aldeas y poblados en Cisjordania donde viven más de un millar de palestinos) en No Other Land, el documental más premiado del año 2024, que ha sido nominado para el Oscar. Este es el recuento del apabullante y catastrófico proceso de despojo, acoso, hostigamiento, demolición de hogares y eliminación de medios de supervivencia de que son víctimas los palestinos en las tierras ocupadas. A través de esa comunidad vemos el tratamiento cruel e indiferente de las autoridades, civiles y soldados israelíes, así como la depredación sistemática y gradual de los pueblos árabes en el proceso de ser borrados para ser sustituidos por asentamientos de colonos israelíes, en su mayoría fundamentalistas fanáticos.

El estreno de esta cinta en el circuito de festivales coincidió con el genocidio de Gaza y la destrucción masiva e implacable de la infraestructura de la franja tras el ataque de milicias palestinas a los alrededores de la cerca que delimita a Gaza como el campo de concentración más grande del planeta.

El ataque que el 7 de octubre de 2023 cobró alrededor de mil 200 vidas en Israel desató quince meses de bombardeos indiscriminados, una invasión y una masacre que han provocado la muerte de por lo menos cincuenta mil palestinos. Ahora el presidente estadunidense Donald Trump ha encontrado en esa devastación una justificación no sólo para decidir la expulsión definitiva de la población palestina de Gaza sino también para que Estados Unidos pase a “tomar posesión de ese territorio”. Es bien sabido que la depravación de Trump no tiene límite pero la complicidad y el silencio políticos estadunidenses y europeos con la ilegalidad del plan de convertir a Gaza en la Rivera del Medio Oriente resulta particularmente repugnante.

LA PELÍCULA, QUE DEBE SU NOMBRE a las palabras de una mujer campesina que declara que no tienen otro lugar donde refugiarse, tal vez hubiera pasado desapercibida como ha sucedido a cientos de obras similares que documentan el llamado conflicto palestino israelí, que en realidad es la tragedia de la ocupación militar y la imposición por el estado de Israel de un régimen de apartheid, limpieza étnica y exterminio en contra de la población palestina de Cisjordania, Jerusalén este, los altos del Golán y Gaza que comenzó en 1948. Sin embargo, las acciones militares israelíes documentadas ampliamente en redes sociales, tanto por los propios genocidas de manera celebratoria como por las víctimas, han logrado que el mundo ponga atención en la brutalidad sin precedentes de este inmenso crimen contra la humanidad.

Aparte de las repetitivas redadas de demolición, arrestos y ejecuciones sumarias que realizan tanto los militares como los colonos, el ejército israelí ha decidido eliminar Masafer Yatta para dar lugar a un campamento militar de entrenamiento y tiro. Tras la destrucción de sus hogares, cultivos y animales y ante la inexistencia de alternativas los locales se han visto obligados a mudarse a cavernas subterráneas con lo poco que han podido rescatar de sus posesiones. Aquí queda claro por qué Israel es uno de los pocos ejércitos que emplean cotidianamente entre su equipo bélico bulldozers y maquinaria de demolición, ya que una parte fundamental del trabajo del “ejército más moral del mundo” consiste en destruir viviendas e infraestructura para expulsar a los nativos. La cinta incluye video grabado por la familia Adra con lo que vemos al padre y abuelo de Basel tratando de defender lo suyo de los soldados. Muy significativamente su primera memoria es el arresto de su padre y su militancia comenzó cuando tenía siete años. A las tomas de Szor se suman las de Adra, quien filma apasionadamente y jadeante a los opresores, documentando con esas miradas espontáneas su dolor y desesperación.

El estreno en el circuito de festivales coincidió con el genocidio de Gaza y la destrucción masiva e implacable de la infraestructura de la franja

EL ELEMENTO QUE INTENSIFICA la vitalidad y poder del documental es que junto con la desgracia de un pueblo se enfoca en Abraham y Adra como protagonistas y cómplices que colaboran en condiciones muy distintas. Si bien por un lado su trabajo está marcado por la solidaridad y la amistad, también está impactado por la tensión y la desigualdad entre ellos (los israelíes pueden moverse con libertad por el país mientras que los movimientos de los palestinos están severamente limitados, el ejemplo de las placas y el acceso a ciertas carreteras es muy revelador). Adra y Ballal más que testigos son víctimas de la constante presión y amenaza de los colonos y militares. En cambio Abraham y Szor gozan de la protección de la ley y pueden regresar a la comodidad de su casa todas las noches. Esto pone en evidencia la brutalidad del apartheid israelí.

La cinta es un recuento sin resolución, sin alivio y con la angustia, rabia e impotencia siempre crecientes. Es también una colección de decepciones, como cuando la prensa internacional se interesa en el caso de un hombre que queda paralizado por las balas israelíes o cuando Tony Blair visita la zona y mira compungido una realidad que lo rebasa. Algo podría cambiar pero nada sucede. Lo más desconsolador es el uso de la supuesta legalidad que imponen los invasores y la desesperada e inevitablemente inútil lucha legal de los palestinos en un sistema judicial y militar creado para despojarlos. Adra le advierte a Abraham que sea sensible al sufrimiento de la gente que padece las demoliciones y en esa simple petición se establece la amistad y colaboración, aunque entre los residentes algunos ven a Abraham con desconfianza y lo llaman con sarcasmo “israelí pro derechos humanos”.

Después de ganar el premio al mejor documental y premio del público en el Festival de Berlín, y de ser exhibido con gran éxito en festivales de prestigio como el New York Film Festival, la cinta no logró conseguir un distribuidor en salas o plataformas en Estados Unidos. El racismo antipalestino y el desprecio por esa causa son totalmente aceptables además de que existe un gran temor a tocar este tema por ser acusado de antisemitismo y por miedo a repercusiones. Nada refleja mejor la actitud conflictiva de gobiernos e intelectuales occidentales hacia este conflicto que la hipocresía esquizofrénica y cobarde de la ministra de cultura alemana, Claudia Roth, quien aplaudió cuando le entregaron el premio de la Berlinale a esta película pero después declaró que tan sólo estaba aplaudiendo al periodista israelí Abraham y no al codirector palestino Adra.

Por el momento los cineastas decidieron distribuir la cinta ellos mismos, con lo que han logrado que se exhiba en cientos de cines a lo largo del país en auditorios totalmente llenos, como en el Film Forum de Nueva York.