La prestigiada casa Christie’s está llevando a cabo la primera subasta de arte realizada completamente con Inteligencia Artificial. Lanzada el 20 de febrero, correrá hasta el próximo 5 de marzo, sin embargo, las críticas no han esperado a ver el resultado de las ventas: un grupo de más de 6 mil artistas ha publicado una carta desde el 8 de febrero oponiéndose a la iniciativa. Ambas, la subasta y la protesta, representan un parteaguas en el uso de estas nuevas tecnologías en el trabajo artístico.
Bajo el título Augmented Intelligence, la subasta se presenta en el sitio web de Christie’s como un hito pionero que “resalta el alcance y la calidad del arte hecho con inteligencia artificial”, asegurando incluso que “redefine la evolución del arte y la tecnología, explorando la agencia humana en la era de la IA dentro del campo del arte.” Los creadores participantes claramente comparten este entusiasmo, acogiendo esta tecnología como una herramienta más de su práctica que abre nuevas posibilidades de colaboración, palabra utilizada por la propia casa para describir el trabajo realizado por estos artistas de la mano de la IA.
CON OBRAS QUE ABARCAN desde la década de 1960 hasta nuestros días, la subasta pone de relieve una discusión interesante sobre el uso de la tecnología en el arte. Este debate nos podría remitir a tiempos tan lejanos como el uso de la cámara oscura, siendo Johannes Vermeer su exponente más destacado en el siglo XII, hasta la invención de la cámara fotográfica misma en el siglo XIX, por mencionar tan sólo algunos. En tiempos más recientes, experimentar con computadoras y programación se remonta a mediados del siglo XX, e incluso en México tuvo representación en la obra de Manuel Felguérez.
Pero del otro lado de la disputa, la crítica se juega en el campo de los derechos de autor, con los detractores de la subasta asegurando que “muchas de las obras subastadas fueron creadas usando modelos de IA que han sido entrenados con obras con derechos de autor sin licencia”, lo cual, añaden, representa una explotación de artistas humanos, “usando su trabajo sin su permiso y sin paga para crear productos comerciales de IA que compiten con ellos.” Estas denuncias no son nuevas, el año pasado se supo de una demanda realizada por un grupo de artistas contra las empresas de IA, precisamente por el uso de su obra para entrenar a su software, el cual bajo su perspectiva representa un “robo masivo del trabajo de artistas humanos”. La fórmula resulta aún más perversa, aseguran, en tanto que el producto resultante podría a su vez quitarles ventas y, por lo tanto, trabajo.
La noticia es un capítulo más de lo que parece será un debate en aumento con respecto a los límites de la tecnología en la creatividad. Gremios como el cinematográfico han logrado poner el tema a la luz pública con mayor fuerza, pero no debemos dejar de mirar también a las artes visuales, un ámbito de por sí precarizado y en el cual se perfila con gran contundencia la necesidad de regulación en este campo tan nuevo.