LA MÚSICA DE ROLAND KAYN

Como un agujero negro clavado en la entraña

Al organista y compositor alemán Roland Kayn (1933-2011) se le considera uno de los pioneros —poco atendidos en su momento— de la música electrónica, en especial “cibernética”, por sus largas piezas para piano y órgano. Luis Arce comparte con nosotros este texto para intentar explicar y divulgar la obra de Kayn, músico que para él: “Creó algunas de las piezas más arriesgadas, inventivas y perturbadoras que se pudieron componer a finales del siglo XX”.

Roland Kayn, autor de una obra de 14 horas de composición.
Roland Kayn, autor de una obra de 14 horas de composición. Foto: Especial

Fue la colección más vanguardista y arrojada de toda la gran variedad de lanzamientos del sello alemán Deutsche Grammophon, la que dio a conocer, a mediados de 1970, la única pieza de Roland Kayn editada en un sello tradicional de la música clásica. Durante años, no hubo otra forma de acceder a su obra. Los blogs, los foros de mediados de la década pasada (cuando el internet era otra cosa) hicieron el mejor esfuerzo posible por preservar la difícil obra de un compositor cuyo público jamás quedó del todo delineado.

SI BIEN ROLAND KAYN NO ES UN DESCONOCIDO,pues fue parte del legendario Gruppo d’Improvvisazione Nuova Consonanza, de donde también salieron Ennio Morricone, su contraparte más convencional, y el indeterminista Franco Evangelisti, Kayn nunca gozó de algún tipo de reconocimiento que reordenara su caótico trabajo frente a un conglomerado de escuchas cada vez más acelerado y con una capacidad de atención profundamente mermada.

Las reediciones y las revisiones críticas de su trabajo han aparecido con una frecuencia que llama mucho la atención. Gran parte de ellas nos permiten ingresar de lleno en el concepto que hizo suyo bajo el nombre de “música cibernética”. Cada una renueva un espíritu de descubrimiento y exploración que la era del streaming sepultó durante algunos años. Tan sólo en los últimos seis años se han editado cuatro recopilaciones monumentales de su obra. En primera instancia por Reiger-records-reeks, sello creado en 1995 por él mismo para editar su obra completa y que a partir de 2019 encontró un segundo aire que le permitió lanzar compilaciones de sus cds más cuidadas, atractivas y detallistas. El formato elegido creció ante la encarecida producción de vinilos, pero también porque a la música de Kayn le sienta bien: es una obra exponencial que sin embargo funciona de forma muy condensada. Y tiene además un beneficio mayor: Jim O’Rourke, quien ha escuchado música como si su vida dependiera de ello —es así—, ha sido el encargado de realizar la remasterización de la música de Kayn. Como resultado ahora podemos acceder a selecciones fundamentales de la música cibernética como Infra y Tektra, ambos reeditados en 2023. Obras así de inmensas dificultan su propio tránsito, pero lo de Kayn es pura fuerza centrífuga.

En vida, Kayn se encontró en muchas ocasiones con barreras tecnológicas que no le permitían aterrizar sus ideas

EN VIDA, KAYN SE ENCONTRÓ en muchas ocasiones con barreras tecnológicas que no le permitían aterrizar sus ideas. Algunos estudios fungieron como laboratorios de absoluta experimentación y se prestaron a sus obsesiones, pero en realidad tuvo que inventar casi todo: el método, la construcción, la teoría y la forma. Sólo el instrumento fue creado junto al compositor alemán Jaap Vink, otro visionario, también armado a base de intuición y tanteo. Podemos aceptar que, sin embargo, Kayn partió prácticamente desde el vacío. Creó algunas de las piezas más arriesgadas, inventivas y perturbadoras que se pudieron componer a finales de ese siglo tan signado por la alucinación y el descubrimiento, el siglo XX. Su sonido, desde luego, ha sido descrito como algo que no pertenece del todo a este mundo. La descripción está mal. Su música, naturalmente, pertenece a la creación humana, pero no a la figura convencional de un compositor. Kayn no controlaba cada movimiento de lo que ocurría con sus piezas, tampoco estaba obsesionado con la idea de escribir música, sino con la noción de construirla. En el sistema que diseñó para sí, cada elemento de la composición debía afectar a todos los demás, ad nauseam. Feedback dentro del feedback, el sonido de un agujero negro clavado en la entraña. En muchos aspectos, está más cerca del físico encargado de chocar partículas entre sí que del compositor tradicional de soundtracks para cortometrajes contemporáneos cuya trama lidia con la muerte. La síntesis de su trabajo, las pruebas más claras de su ensimismamiento, pueden escucharse en dos lanzamientos recientes: el primero editado por Frozen Reeds, compilación límite e igualmente aplastante de las ideas radicales de Kayn —titulado The Ortho Project (2024)— que reúne más de catorce horas de música inédita, empaquetada casi como un tesoro, en quince discos compactos que parecen las fases de un viajedesconcertante, como si una versión del universo mismo comenzara a girar hasta el in-finito sobre sí mismo. La segunda selección, editada por la italiana Die Schachtel es más reciente, monstruosa y enloquecedora, y podría considerarse como la mejor puerta de entrada —si es que eso aplica a una obra así—, junto con Tektra, al trabajo de Kayn. Aunque son sólo tres discos, exigen una laboragotadora. Es horror cósmico por la espesura infinita que tienen las capas de sonido que lo conforman, pero se torna mucho más impresionante puesto que en última instancia parece aludir a algo incomprensible: es el sonido que quedaría en caso de que no hubiera nada más.

Estas obras son ejemplos esenciales del trabajo de un tipo que encaró su vida como una afrenta para revelar una posible relación inédita con el sonido. Su obsesión con la data, con la evolución algorítmica, con la naturaleza del sonido que se expande hacia un confín que no es posible concebir, podrían convertirlo en el compositor más contemporáneo del que tengamos registro. Su música causa la sensación asfixiante de un presente que todo lo devora. Señala a un futuro desconocido, aterrador y al mismo tiempo, con mucha mayor furia, liberador. El único futuro posible para un arte verdaderamente vanguardista.