Entrevista al lector, Enrique Serna

ESGRIMA

Enrique Serna
Enrique Serna Foto: Creative Commons

Un escritor se esculpe de manera fundamental a través de sus lecturas. ¿Podrías compartirnos un poco sobre tu primer acercamiento a las letras? ¿Había libros en tu casa?

Había bastantes, ambos de mis padres, que eran lectores y además una tía paterna trabajaba en una librería. Llegaban así muchos libros a mi casa. Mi madre era una gran lectora, no tenía pretensiones culteranas, pero tampoco tenía miedo a los clásicos. A ella la veía tardes enteras embebida en la lectura y yo le pedía recomendaciones. Comencé por Mark Twain y Julio Verne. Ya adolescente, exploré junto a un grupo de amigos lectores las mieles de la literatura fantástica: Allan Poe, Lovecraft, H.G. Wells y Dino Buzzati. Ellos fueron muy importantes para mí, hasta el punto en el que fueron a quienes intenté emular en mis primeras tentativas como escritor.

¿En el colegio tuviste profesores que te acercaron a la literatura?

Asistí a la escuela Simón Bolívar, de corte lasallista. Tuve dos grandes maestros: uno de literatura, el profesor Trujillo y, otro de historia, el profesor Acosta. Allí pude descubrir mi vocación, pues incursioné más tarde en la novela histórica, la síntesis de ambas materias. Daban su clase con gusto y talento, lo cual siempre les agradeceré. También había otros maestros horribles, como la profesora de literatura, que nos dictaba fichas técnicas de escritores. En el tedio de aquellas clases comencé a escribir.

¿Cuáles fueron los libros que podrías decir que te han cambiado la vida?

Sin duda, la primera lectura que tuvo un alto impacto en mí fue Corazón: diario de un niño de Edmundo de Amicis. Mi madre nos la leía a mis hermanos y a mí. Llegábamos hasta las lágrimas, pues la obra versa sobre historias melodramáticas muy truculentas. Por ejemplo, allí un niño turinés del siglo XIX sacrifica su sueño para ayudar secretamente a su padre, que era un escribano enfermo. Copiaba hasta altas horas de la noche los documentos que su progenitor debía producir y por ello llegaba atarantado al día siguiente a la escuela. Después de ser severamente reprendido por su inatención, mandan llamar a sus padres y descubren la noble razón de esa situación. Me impactó de una manera terrible, tanto así que decidí convertirme en un mártir del estudio y efectivamente fui un matadito durante la escuela primaria.

En la adolescencia llegó a mis manos, a través de un club de lectura por catálogo, el Rubayat de Omar Khayyam, poeta persa del siglo XI. Fue el primer libro de poesía que leí y creo que me hizo perder la fe en Dios, o al menos en la idea de un mundo fuera de éste. Me conectó con la vida terrena y sus placeres. Tuvo una influencia muy poderosa.

Otro autor fundamental fue Oscar Wilde, que leía y comentaba ávidamente con mis compañeros de trabajo en una agencia de publicidad para películas mexicanas. Varios de ellos eran escritores, críticos de cine o grandes lectores. Yo tenía en ese entonces veinte años. Formábamos tertulias donde el ingenio y la ironía tenían que ejercitarse continuamente, lo que me resultó en una gimnasia de la inteligencia muy provechosa.

Podría añadir a esto una opinión, creo que las lecturas que más te impactan a un nivel vivencial se dan antes de cumplir los treinta años, pues después de esa edad, a pesar de tener una mejor apreciación literaria y contextual, no te producen las mismas conmociones que en la etapa formativa.

Hiciste tu tesis sobre Luis de Sandoval Zapata, un poeta mexicano novohispano de estilo barroco. ¿Nos podrías hablar sobre él?

Yo era un devoto lector del Siglo de Oro. Me fascinaba. Había leído ya todo Góngora y previamente Las Metamorfosis de Ovidio para estar fresco en cuanto a las alusiones mitológicas. Sandoval me parece el mejor poeta del sigloXVII en México, a excepción de Sor Juana. No es un autor tan conocido, pero se puede acceder a él en una publicación del Fondo de Cultura. Lo publicó mi director de tesis, José Pascual Buxó, un gran estudioso de la literatura virreinal. A Sandoval Zapata, Octavio Paz lo incluyó en una antología de poesía mexicana que hizo junto a Samuel Beckett y también lo usó de epígrafe en su último poemario Árbol adentro.

Si te animaras a escribir la biografía de un escritor, ¿de quién sería?

No me es fácil responderte, nunca lo había pensado. Creo que me gustaría hacer una de Rubén Darío. Ya hay algunas, pero me parece una historia en el fondo muy triste, pues se trataba de un hombre con un talento literario absoluto que contrastaba con una torpeza enorme para vivir, alguien que nunca pudo descifrar los menesteres de la vida cotidiana y fue dando tumbos autodestructivos que lo llevaron a una muerte relativamente temprana.

¿Qué obras y autores admiras más como maestros del oficio?

Los cuentos crueles de Villiers de L’Isle-Adam, el Spleen de París de Baudelaire, todo Kafka, los brasileños Rubem Fonseca y Joaquim Machado de Assis (creo que este último fue el mejor escritor del siglo XIX en América Latina) así como el cubano Virgilio Piñera. Me gustan sobre todo porque manejan extraordinariamente el humor negro, algo que me parece muy atractivo. Esta habilidad de poder burlarte de algo terrible produce un efecto de catarsis que me parece muy importante y que adopté como un elemento presente en mis obras.

¿Crees que un mundo poblado de lectores sería uno más habitable?

Por supuesto. Aunque no creo que la lectura pueda crear automáticamente buenas personas, pues la ética se inculca con el ejemplo. Sin embargo, la literatura le permite a uno ampliar sus horizontes y no ceder ante influencias externas con facilidad, sino moldear un criterio propio, llegar a ser un individuo, ése es el ideal que creo que hay que perseguir.

¿Cómo crees que sería posible esto?

Fomentando la creatividad y el pensamiento crítico. Esto sólo se puede lograr cuando las personas no huyen de la cultura desde sus primeros años. Tiene además que haber profesores capaces, que tengan una cultura general aceptable y un gusto por comunicar. Aún así, los libros tienen su propio camino. En una ocasión, en una cantina conversé con un carnicero que había leído varias obras de Dostoyevski. Ignoraba la historia de Rusia o el contexto literario de las obras, pero su mensaje le había calado profundamente. También esto puede suceder. La lectura tiene la gran virtud de poder romper las barreras que te separan de los demás, creo que, en pocas palabras, de eso se trata.