SÓLO QUERÍA DECIRLE, NATALIA GINZBURG
Visité su tumba en el Cimitero Monumentale del Verano en Roma en el frío diciembre de 2014. Ahora veo de nuevo la tumba en un brevísimo video en internet. En la lápida vertical se lee que está acompañada de miembros de la familia de Gabriele Baldini, su segundo marido (el primero, Leone Ginzburg, murió torturado en Roma por los nazis alemanes en 1944), y me resulta extraño que usted, de apellido Levi, aparezca con los apellidos de ambos maridos, de quienes enviudó: NATALIA GINZBURG BALDINI. En la lápida escueta están las fechas de nacimiento y muerte de los otros seis sepultados de apellido Baldini: dos Gabriele, Sofia, Antonio, Elvira y Susanna. Y las suyas: 1916-1991.
La conocí en Roma en octubre de 1972. Yo iba de paso por la ciudad. Lourdes Chumacero, la esposa de Alí, me pidió llevarle un encargo al pintor Juan Soriano, con quien tomé un café en plaza Navona. Soriano me invitó ama-blemente a una reunión en su casa donde irían escritores y artistas. En la reunión había mucha gente. Las señoras cuchicheaban: “Allí está la Ginzburg”, dijo una. Yo ignoraba quién era. “Es una famosa y gran escritora, sobre todo, en Lessico famigliare”, me dijo otra. Con la audacia de mis veintitrés años me puse a conversar con usted. Le dije al final si podría hacerle una entrevista; sí, me repuso, cuando me lea. Me atreví a pedirle que si podía verla uno de los pocos días que estuve. Me citó en su casa a las once de la mañana del domingo siguiente.

Leila Guerriero, tener los oídos bien abiertos
Se lo comenté a Ninfa Santos, poeta casi secreta, quien llenaba de bondad el mundo y quien trabajaba en la Embajada de México. Se emocionó, y me pidió que la llevara. “Es la escritora italiana que más admiro.”
HAN PASADO VARIAS ROMAS. No recuerdo hoy dónde estaba su casa. Tal vez en el mismo centro. La recuerdo en el pequeño patio delantero donde nos recibió. Cuando leo su texto “La casa”; no me parece la que yo visité, no sé, han pasado cincuenta y tres años…
En una corta entrevista para la televisión italiana, de 1964, cuando le preguntaron quién era su amigo dilecto, contestó: Cesare Pavese.
Veo sus fotos, dos videos con breves entrevistas y un fotograma donde está con su marido Gabriele en el bellísimo filme de Pier Paolo Pasolini, El evangelio según Mateo, quizá la más bella cinta filmada sobre Jesucristo, y la vuelvo a ver sentada en el pequeño patio delantero de su casa, con su rostro endurecido de campesina del sur, quizá de los Abruzos, donde vivió exiliada por el régimen mussoliniano en años de la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué le gustaba —tendría sus razones— llevar el pelo corto como los varones de los años cuarenta y cincuenta? Así la vi y así aparece en la gran mayoría de las fotos que he visto de usted. Ninfa Santos, como enconchada en sí misma, conmovida de raíz, con timidez empezó a decirle que era una férvida lectora de usted, y hacía hincapié de cuánto le eran próximos libros suyos, sobre todo Lessico famigliare (Léxico familiar), Le piccole virtù (Las pequeñas virtudes) y Tutti i nostri ieri (Todos nuestros ayeres). Usted se conmovió y el rostro fue suavizándosele.
En una corta entrevista para la televisión italiana, de 1964, cuando le preguntaron quién era su amigo dilecto, contestó: Cesare Pavese. En uno de los textos de Las pequeñas virtudes, configura un retrato de él, en 1957, cuando usted regresa a Turín, y escribe, no sin tristeza, severa y a la vez tiernamente, sobre el amigo difícil, el doloroso amigo que a los cuarenta y dos años, en agostode 1950, dijo adiós a una vida que ya no le parecía digna de ser vivida. Desde luego en 1972 yo no había leído “Retrato de un amigo”, el complejo retrato que trazó, y le pregunté cómo era Pavese, y me repuso: “Lo que no entendíamos en nuestro círculo es que solía tratar mejor a los que podían dañarlo que a los amigos”. Sentí un mazazo en la cabeza. Otra pregunta fue sobre sus lecturas de la gran narrativa latinoamericana delsiglo XX, a lo cual repuso que su cono-cimiento era mínimo, pero le había encantado Cien años de soledad. Del colombiano me hizo sonreír que pronunció dos veces su segundo apellido a la italiana: García Márcues. Recuerdo asimismo que en un artículo-reseña acerca de su amigo Alberto Moravia de 1971, “Yo y él”, estaba muy disgustada por algo que Moravia había escrito contra Pavese del todo “injusto y falaz” (Vida imaginaria).
Ya nos había dado una hora de plática. Al despedirnos, de mí lo hizo con rápida amabilidad, y de Ninfa con una sonrisa de tierna simpatía. Le volví a recordar la entrevista. Cuando me lea, repuso. Me fui dos o tres días después de Roma y nunca la volví a encontrar.
Sólo quería una cosa. Sólo lo obsedía una cosa. Quería ir al Arno para hundir las manos y oír los versos de Guido Cavalcanti, algo imaginado, pero lo primero que haría.
VIENDO LA TUMBA COLECTIVA de los Baldini me sorprende, explicable pero tristemente, que no haya ningún Ginzburg. Vine a decirle también que, desde hace unos años, al fin, ha sido muy traducida al español. No se le conocía o en América Latina era una escritora secreta. No sabe lo que me alegra.
Mas allá de eso, quería decirle especialmente que desde hace unos años he leído sus libros, o más bien, un buen número de ellos, y que Todos nuestros ayeres me parece una novela mayor de la tradición europea (son inolvidables los personajes de la adolescente Anna, y en su sacrificio, el de Cenzo Rena), y que admiro en general cómo retrata en libros de narrativa a esos adolescentes y jóvenes apagados, sin un lugar en el mundo, como en Todos nuestros ayeres, en su breve novela Valentino y en un puñado de sus cuentos. Su biografía de Chéjov está escrita por un alma que tiene mucho de Chéjov o al menos se identifica mucho, como honestamente —perdón por la intrusión— me pasa a mí también con los cuentos y el teatro chejovianos. No era usted una crítica de cine, pero sus notas en Vida imaginaria sobre Ingmar Bergman (Bergman, Gritos y susurros) y Federico Fellini (Amarcord) me hicieron recordar la obra de ambos y tuve ganas de volver a varias de sus geniales películas.

Me parecen muy intensos asimismo sus escuetas crónicas donde muestra dolorosamente la monstruosidad de la explotación capitalista, de manera primordial en la FIAT, y el largo reportaje hecho libro, Serena Cruz o la verdadera justicia, un Yo Acuso a la manera de Zola, contra la indolencia y la insensibilidad de los jueces italianos, respecto a una niña filipina adoptiva, y cuyo caso fue tema de largo debate mediático a fines de la década de los ochenta. Usted pone en la balanza, en el caso de Serena Cruz y en otros casos, si debe imperar en las adopciones la ley a secas o la verdadera justicia, las reglas abstractas o los llamados del corazón y el análisis arduo con todos sus matices. Un añadido: Creo que si usted hubiera barrido la hojarasca y dejado el libro a la mitad hubiera sido más lacónico y contundente.
Sé que no es el momento, pero quería despedirme diciéndole que me hubiera encantado hacerle aquella entrevista, la cual fue imposible en 1972, pero ahora sólo podrá ser en la otra vida (si la hay).
EN LAS AGUAS DEL ARNO
Desde los años de su adolescencia el forastero idealizaba Florencia. Bajó en la estación de Santa María Novella. Bajó del tren proveniente de Roma. A principios de los setenta el tren de Roma a Florencia hacía cuatro o cinco horas. Sería fines de septiembre de 1972. Serían la una o las dos de la tarde. Sólo quería una cosa. Sólo lo obsedía una cosa. Quería ir al Arno para hundir las manos y oír los versos de Guido Cavalcanti, algo imaginado, pero lo primero que haría.
Bajó del tren y preguntaba cómo llegar al río. No importaba a qué altura. Estar a las orillas. Deambuló porcalles y callejuelas. No recuerda ahorael lugar exacto. Tal vez entre el primeroy el segundo puente luego de Ponte Vecchio. Se acercó al río. Se sentó y hundió las manos. Las aguas se hacían música: “Fresca rosa novella, / piacente primavera, / per prata e per rivera / gaiamente cantando / vostro fin presio mando —a la verdura”.* Y se iban yendo por aquí y por allá las estrofas de los poemas, algunas dolorosas, y le recorrían todo el cuerpo la música y la letra de los versos y le recorría el cuerpo de una muchacha delgada y ligera con la que había sido feliz en las dos últimas semanas en Ciudad de México semanas antes de venir a Europa.
No sé cuánto estuvo así, pero los versos siguieron cantando, y siguen cantando en mayo de 2024, y más allá de esta tierra oirá los versos de aquella balada que sella lo inevitable: “Perch’i’ no spero di tornar giammai, / ballatetta in Toscana, / va’, tu leggera e piana, / dritta la donna mia, / che per sua cortesia / ti farà molto onore. / Tu porterai novelle di sospiri, / piene di dogli’ e di molta paura, / ma guarda che persona non ti miri / che sia nemica di gentil natura; / che certo per la mia disaventura, / tu saresti contesa, / tanto da lei ripresa / che mi sarebbe angoscia, / dopo la morte, poscia, / pianto e novel dolore”.**
Y quizá esta vez en Florencia será la última vez. Porque no espera regresar jamás a esta ciudad que tanto quiso, que tanto le enseñó, donde resuenan —no dejan de resonar— los pasos de gloria de quienes nacieron o vivieron aquí, como los rimadores del Dolce Stil Nuovo y Dante Alighieri, Boccaccio y Brunelleschi, Miguel Ángel y Botticelli, Andrea del Sarto y Lorenzo el Magnífico, Maquiavelo y Guicciardini, porque no espera regresar a Florencia, porque no espera regresar.
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Notas
* “Fresca rosa reciente, / galana primavera, / por prados y riberas, / alegremente cantando / vuestra valía yo mando —hacia el verdor.”
** “Porque no espero regresar jamás, / baladilla, a Toscana, / ve tú, ligera y llana, / donde la dueña mía, / quien por su cortesía, / te dará un alto honor. / Le llevarás noticias de suspiros, / de dolor llenas y de gran pavura, / mas cuida que persona no te mire / que sea enemiga de gentil natura; / que, de cierto, y por mi desventura, / te hallarás impedida, / por ella reprendida, / lo que me dará angustia; / luego de morir lleguen / llanto y nuevo dolor.”
