REDES NEURALES

Engramas de la identidad

Engramas de la identidad
Engramas de la identidad Foto: Fuente > IA

¿Qué tan estable es nuestra identidad personal? Si no tuviéramos pasaportes, o credenciales, o la retroalimentación verbal de los demás, ¿la memoria sería suficiente para conservar nuestra identidad psicológica? En su Ensayo del entendimiento humano, John Locke pensó que la definición ética y legal de una persona se basa en la persistencia de la identidad a lo largo del tiempo. La persona es un individuo capaz de concebirse a sí mismo como el mismo ser a través de circunstancias diversas, a lo largo de momentos y escenarios cambiantes. ¿Esta capacidad depende de la memoria autobiográfica? La memoria me hace responsable de mis actos pasados, y de mis planes para el futuro. Este posicionamiento de John Locke ha sido discutido desde muchos ángulos. Su objetivo es enfatizar que la definición de una persona reside en su conciencia y en su memoria, que serían los fundamentos de la identidad personal.

Otra manera de ver este problema aparece en un relato filosófico más antiguo. En el libro Vidas paralelas, Plutarco escribe que Teseo mató al minotauro, regresó de Creta y dejó su barco en Atenas. Los habitantes de la ciudad conservaron la nave durante siglos. Pero las partes se deterioraban, y los atenienses las reemplazaron una por una, de manera lenta y gradual, hasta que todas las piezas originales fueron sustituidas por piezas nuevas. Según Plutarco, esto “se convirtió en un ejemplo discutido entre los filósofos: unos sostenían que seguía siendo el mismo barco, otros que no lo era.” Thomas Hobbes llevó el ejercicio más allá: Imaginó a un marinero, quien no tiene dinero para comprar su propio barco, pero guarda las piezas viejas que han sido retiradas de la barca de Teseo. Con el tiempo, usa esas piezas para construir su propia embarcación. Ahora hay dos barcos. ¿Cuál de los dos es el barco de Teseo?

Francis Crick, premio Nobel de Medicina, reconstruyó el problema de la barca de Teseo en el lenguaje de la biología molecular: La memoria humana se mantiene estable en lapsos de años y décadas. Sin embargo, escribió:

Se cree que casi todas las moléculas de nuestro cuerpo, con excepción del ADN, se renuevan en cuestión de días, semanas o, como mucho, unos pocos meses. Entonces, ¿cómo se almacena la memoria en el cerebro de manera que su huella sea relativamente inmune a esta renovación molecular?

En otras palabras, si los átomos de mi cuerpo no son los mismos que tenía tiempo atrás, si las moléculas de mi cuerpo se renuevan constantemente, ¿cómo se mantiene la constancia de mi forma física, y la consistencia de mi memoria?

EL FILÓSOFO DAVID CHALMERS ha hecho una reelaboración del tema para analizar la relación entre la memoria, la conciencia, la identidad, y los sistemas artificiales. Chalmers defiende la tesis de Hilary Putnam, según la cual la conciencia no depende de su sustrato físico, como las neuronas y las moléculas de carbono que caracterizan al sistema nervioso humano, sino de su organización funcional: si dos sistemas tienen la misma organización, y están en los mismos estados funcionales, entonces tendrán experiencias conscientes cualitativamente idénticas. Un sistema hecho de silicio podría tener las mismas experiencias que un cerebro humano, si reproduce todos los detalles relevantes de su organización funcional. Para ilustrar esta idea, —dice Chalmers—, podemos imaginar que disponemos de la tecnología para reemplazar gradualmente las neuronas del cerebro humano, una tras otra, por neuronas artificiales hechas de silicio. Cuando se ha reemplazado la décima parte de las neuronas, el sujeto dice que su experiencia subjetiva, su memoria y su sentido de mismidad no han cambiado significativamente. Al final, cuando se ha reemplazado el total de las neuronas de carbono por neuronas artificiales de silicio, el sujeto todavía siente que su memoria, su identidad psicológica y su conciencia son las mismas, siempre y cuando se haya replicado de manera correcta la organización funcional del sistema.

EL ARGUMENTO SE USA PARA POSTULAR que estos procesos mentales son independientes de su sustrato, lo cual nos lleva a la metáfora computacional: la mente como software y el cerebro como hardware. El argumento es bienvenido por muchos teóricos y tecnólogos en el campo de los sistemas artificiales, porque sugiere que es posible crear sistemas dotados de conciencia artificial. Pero algunos investigadores en el campo de las neurociencias rechazamos esa posición porque consideramos que los procesos conscientes sí dependen de su sustrato físico. Los experimentos mentales acerca del reemplazo gradual de las neuronas por réplicas artificiales de silicio son atractivos, pero no son realmente factibles: pasan por alto todos los detalles biológicos relevantes. ¿Cómo se podrían reemplazar realmente 86 mil millones de neuronas? Las neuronas se encuentran totalmente enmarañadas dentro de un tejido biológico con propiedades electroquímicas, donde hay otros millones de células de sostén, células inmunológicas, procesos vasculares, un intrincado sistema glinfático y un sistema ventricular. Todo esto permite un intercambio bioquímico con el medio interno del organismo, que a su vez depende de otros órganos: el corazón, el pulmón, el riñón, la piel, dentro de un gran concierto metabólico.

El horizonte de finitud —la muerte— genera una dimensión existencial: la conciencia no es tan sólo la experiencia de entender y darnos cuenta de nuestros procesos cognitivos: al fondo de toda experiencia hay un sentimiento corporal impregnado por valores afectivos. Esto es así porque la naturaleza corporal nos obliga a movernos para seguir vivos, y esto requiere un conocimiento del entorno. La conciencia del ambiente está necesariamente impregnada por la emoción, porque su sentido global consiste en orientarnos hacia los propósitos, que se construyen con valores. No tenemos cuerpos intercambiables, porque no somos patrones de información más allá del cuerpo. Pienso, más bien, que somos seres corporales en actividad constante.

Al fondo de toda experiencia hay un sentimiento corporal impregnado por valores afectivos.