EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

No existe nada más Pete Doherty que perderse a los libertines

No existe nada más Pete Doherty que perderse a los libertines
No existe nada más Pete Doherty que perderse a los libertines Foto: Especial

Apenas me enteré de que The Libertines se presentarían en Ciudad Godínez, me puse a escuchar sus primeros dos discos obsesivamente. Hacía buen rato que no los revisitaba. Sufrí una regresión. Los recuerdos me asaltaron como ladrón de combi. Rememoré momentos de felicidad a inicios de los dosmiles. Esa época en que me voló la cabeza “Last Night” de The Strokes. Y caí en cuenta de que nunca había visto en vivo a The Libertines. Pero eso iba a cambiar en unas semanas.

Qué mejor manera de calentar motores que desayunar, comer, cenar, dormir, pasear al perro, con The Libertines como soundtrack permanente.

LA NOTICIA DE LA VISITA DE THE LIBERTINES fue recibida con frialdad. Los boletos no volaron. Y el fantasma de la cancelación rondaba el concierto. Sobre todo porque días después corrió la noticia de que Doherty podría perder un dedo a causa de la diabetes. Pero siendo honestos con el espíritu del rock, nada tan aburrido como comprar un boleto para ver a Pete en Ticketmaster. Quizá lo puedes hacer con otros artistas, pero no con éste. Por lo que representa. Éste debía ser un ritual como los de antaño. Precopear en un bar y de ahí dirigirte al recinto a comprar el boleto afuera y a vivir la experiencia como cuando no había smartphones.

El problema es que luego las cosas se complican.

Pero también es innegable que las danzas son instructivas. Y esta comenzó con el rumor de que el 2x1 sería inminente. Lo que retrasó la decisión de comprar boletos por parte de nuestro inocente grupo. Al que yo convencí de que esperáramos. Como el ciego que guía a otros ciegos. Si bien el toquín no estaba caro, no era un asunto de tacañería, quién no quiere ganarle aunque sea una al sistema. Tantas veces que por desesperación compramos boletos a un precio y luego los ponen al 2x1 en nuestras narices.

Somos experimentos de nosotros mismos.

Un día antes del concierto pasé por la taquilla del Pepsi Center y la boletera me digo que había un chingo de tickets todavía. Sotto voce confirmó que a ese paso no sólo no sería sold out, sino que la asistencia sería baja. Me alejé tranquilo, mi plan de agarrar un boleto afuera más bara no estaba en peligro. Así ocurre a veces. Por ejemplo, la última vez que IDLES pisó la ciudad, un cuate me vendió un par de entradas en 700 pesos. Y mi compa el Mark agarró una en 500 momentos antes de que comenzara el concierto.

Ya me tocará ver a The Libertines. Voy a prender una veladora para que Doherty no muera. Para que se administre bien su insulina.

POR QUÉ ME GUSTA VIVIR AL LÍMITE. Por una sencilla razón. Porque el salirte con la tuya es una droga poderosa. Más adictiva que la coca más pura.

Nunca he tenido problema con eso. La bronca es cuando arrastras a otros. Y en esta ocasión yo me llevé a cuatro personas entre las patas.

El jueves decidí hacer base en el Salón París. Lo que representó una falla en la Matrix. Porque tardé mucho en salir de ahí. Debido al bloqueo de Reforma e Insurgentes. Pero qué le va uno a hacer. ¿Vas a llorar? Si es parte de la jungla. Es parte del costo que pagas por vivir esta ciudad. De ahí salimos rumbo a una taquería a recoger a tres personas. En el recuento de los daños caigo en cuenta de que si no hubiera tardado demasiado en salir de la Santa María, quizás habría conseguido llegar a tiempo y comprar el boleto afuera o en la taquilla. Pero a la hora de hacer cálculos, esta ciudad es ejemplar en abofetearte.

Después de desplazarme como un nómada por el campamento instalado en Reforma, esa frontera que viví como un símbolo de un territorio salvaje, conseguí recoger a tres personas y después nos lanzamos al Pepsi. Donde una más nos esperaba. Sólo para descubrir que no había boletos. Y afuera la reventa alcanzaba los 2 mil 500 pesos. Entonces el concierto comenzó y uno de los nuestros traía boleto. Pero otros cuatro nos quedamos afuera. Era momento de largarnos. Y así lo hicimos, menos uno, que se quedó a escuchar afuera. Un cuate extranjero. Pa que vean que mis cagadas han alcanzado lo internacional.

JURO POR EL FANTASMA DE LESTER BANGS que no sentí fomo. Ni me agüité. Ni me hice recriminaciones de ningún tipo. Con todo y que sabía que muchos de mis amigos estaban allá adentro. Como el Dr. Lao, con quien había quedado de compartir alguna sustancia en el Pepsi. Esos dulces que me quedé sin probar. Y la sed que tenía por romper esa maldición de no ver a The Libertines. En 2016 un viaje me impidió chutármelos en la Arena México.

Habrá quien recuerde que en aquella ocasión regalaron miles de boletos, pusieron el 2x1 y ni así se llenó. Entonces mi teoría de que llevábamos las de ganar era sólida.

Ya me tocará ver a The Libertines. Voy a prender una veladora para que Doherty no muera. Para que se administre bien su insulina. Y sobre todo para que no me muera yo. Aunque no prometo nada.

Tendré que esperar otros diez años a que regresen para escuchar en vivo “Anthems For Doomed Youth”. Cuando yo sea todo menos joven y esté más dañado que nunca.

Mientras tanto, para limpiarme el paladar, voy a leer su biografía:

Qué haría Pete en una situación como ésta, me pregunté. Lamentarse no, definitivamente. Buscar la fiesta.

Así que para matar la pena con alcohol nos fuimos al Centro de Salud. A besar caguamas disciplinadamente hasta las cuatro de la madrugada. Cuando nos corrieron.

La verdad es que si hubiera querido ver a Pete Doherty habría podido hacerlo. En uno de esos viajes en metrobús a la frontera de Reforma, lo divisé a unos metros en la calle de Aguascalientes. Seguro The Libertines estaban hospedados en el Mondrian o en el Andaz. Me habría bastado al día siguiente subirme en un bicitaxi de los que estaban en Insurgentes y pedirle que me llevara. Aplastarme en la recepción con las obras completas de Melville y esperar a que apareciera. Y robarle una foto. O un beso. O ambos. Pero tenía una cruda que atender.

Algo rescato de esta cagada monumental de mi parte. Y es lo siguiente: cómo cuatro personas me siguieron la corriente. Fue entonces cuando nació la idea de El Club del Suicidio de Carlos Velázquez. Le pregunté a una de ellas que si yo propusiera aventarnos de un precipicio me seguiría, como si se tratara de una escena borrada de Midsommar. Me respondió que absolutamente.

Me sentí un poco liberado de que mis acompañantes no me la armaran de jamón. Agradecí sus mentadas de madre en silencio. Por pinche pendejo.

Nunca fundaría una secta. Pero no puedo negar que la idea es seductora.

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