Clarice Lispector nos enseña: sentir y pensar son lo mismo, son acciones simultáneas, dividirlas es inventar, crear una ficción, descomponer el presente. En un cuento relata: “Ahora que ya viví mi aventura, puedo rememorarla con mayor serenidad. No intentaré que me perdonen. Trataré de no acusar. Simplemente sucedió”. Muchos querríamos decir lo anterior no sólo ante un hecho, sino ante la vida toda, pero como dijo Lispector en varias ocasiones: la sencillez no es fácil.
Hay infinidad de estudios académicos sobre cómo la escritora creó un lenguaje en el que nace su capacidad para conducir al lector a experimentar el misterio: el abismo de la vida sin temor. Tal vez la respuesta está en cómo vivió, en su percepción sin filtros, en su persistencia a negarse a ser escindida. La honestidad consigo misma, su actuar sin máscara, la volvió impredecible, desconcertante, fue considerada una leyenda viviente, porque no cupo en ninguna etiqueta o paradigma. Se retrata a través de sus personajes: “Nací de criaturas simples, instruidas en esa sabiduría que se adquiere con la experiencia y se adivina con el sentido común.”
Ser y actuar conforme a sus impulsos le ganó a Lispector ser llamada Bruja, un monstruo. Uno de sus apodos: “La esfinge de Río de Janeiro”, quizá viene de una carta escrita a un amigo: “Vi las pirámides, la esfinge; un musulmán me leyó la mano en el desierto y me dijo que tenía el corazón puro…” Años después recordó, en un texto, su breve visita turística a Egipto, realizada casi por accidente, y contó sobre La Esfinge: “No la descifré (…) Pero tampoco ella me descifró a mí”.
NACIÓ EL 10 DE DICIEMBRE DE 1920 en Chechelnik, Ucrania, la familia no era de ahí, fue un lugar de paso mientras huían. Su madre fue violada, así contrajo sífilis. Concibió a Clarice enferma, porque existía el mito de que el embarazo podíacurar el padecimiento. La madre de Clarice murió cuando ella tenía nueve años, la escritora llegó a decir: “nunca me perdoné que mi nacimiento no cumpliera su objetivo: devolverle la salud a mi madre”.
Hay infinidad de estudios académicos sobre cómo la escritora creó un lenguaje en el que nace su capacidad para conducir al lector a experimentar el misterio.
Llegó a Brasil siendo una niña, creció en Recife, una de las zonas más pobres de esa nación, después se mudaron a Río de Janeiro. Desde temprana edad vivió la incertidumbre, la aceptó como parte de estar vivo. Comenzó a escribir a los siete años: “eran fabulaciones que rara vez concluía.”
En marzo de 1977, en Brasil, se dio a conocer su última novela: La hora de la estrella. Lispector falleció el 9 de diciembre de ese mismo año en Río de Janeiro. Era reacia a aceptar entrevistas, pero en febrero de 1977 aceptó hablar en televisión, y entonces reveló: “Estoy muerta, estoy hablando desde mi tumba”. Entre un trabajo y otro le resultaba difícil la vida, pero también sabía de la necesidad de ese espacio para vaciar su cabeza; luego se salvaba al emprender un nuevo proyecto. No se consideró una escritora profesional, para ella eso implicaba una obligación consigo misma, en cambio repitió: “Soy una amateur y me preocupo por seguir siendo una amateur […] Me preocupo por no ser una profesional para mantener mi libertad”.
EN AQUELLA ENTREVISTA TELEVISIVA CONFESÓ: su historia más preciada era “El huevo y la gallina” porque no la entendía. En ese cuento nos conduce a mirarnos sin parámetros, fuera de referentes, incita a dejar fluir la conciencia y experimentar el instante: emoción e idea indivisibles, sin juicio:
En realidad, la gallina sólo tiene vida interior. Nuestra visión de su vida interior es lo que llamamos “gallina”. La vida interior de la gallina consiste en actuar como si entendiera. A la menor amenaza, grita en escándalo como loca. Todo para que el huevo no se rompa dentro de ella.
Su acercamiento a la vida, a las personas, fue desde el sentir, porque quería hacer contacto. No se propuso ser escritora, tampoco intentó ser poeta y menos filósofa, desde la fidelidad a sí misma, fuera de la cárcel de cualquier identidad, puso en palabras suyas, muy suyas: el miedo, el asombro, el dolor, la alegría. Al leer sus relatos y novelas somos conscientes: miramos desde sus ojos, son muy distintos a los nuestros, pero a la vez ¡tan afines! Tiene el don de diluir la dualidad, nos despoja de la sensación de extrañeza ante lo desconocido, aquí una pequeña muestra de cómo aproxima al misterio.
Así arranca su primera novela Cerca del corazón salvaje:
La máquina de papá golpeaba tac-tac-tac… tac-tac-tac… En el reloj sonó un din-don sin fuerza. El silencio se arrastró zzzzzz. ¿Qué decía el ropero?, ropa-ropa-ropa. No, no. Entre el reloj, la máquina y el silencio había una oreja que escuchaba, grande, rosada y muerta. Los tres sonidos estaban unidos por la luz del día y por el crujir de las hojas del árbol que se frotaban radiantes unas con las otras.
Su estilo resulta experimental, uno que no buscafórmulas, la forma sirve al sentir, no pretende inducir un efecto. Exploró la experiencia humana a través de cuentos, novelas y crónicas. Su espacio es lo cotidiano, usó la introspección como una herramienta para el descubrimiento, invitó a desbaratar lo evidente y, desde ahí, conectar con qué nos hace humanos:
—No existe la saciedad —dijo el otro, entre bocanadas de su cigarro—. Existe otra vez la insatisfacción, que da lugar a otro deseo que un hombre normal trataría de realizar. […] Lo que importa es sentir y no hacer… Perdón. Fracasaste y sólo eres capaz de afirmarte mediante la imaginación…
En Clarice Lispector, nada es convencional.
