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El punto ciego

El punto ciego
El punto ciego Foto: Fuente > IA

En los días pasados, tuve la oportunidad de participar en un Curso Internacional de Neuropsicología. Mi conferencia abordó una pregunta: ¿Qué puede aprender la ciencia de la conciencia al estudiar las condiciones neuropsiquiátricas? Esto me llevó a pensar en el lugar que damos a la subjetividad en el campo de la medicina. La práctica médica suele iniciar con una experiencia subjetiva incómoda, atípica o perturbadora en algún sentido. El profesional usa esa información para buscar las pistas más objetivas durante la investigación diagnóstica. El síntoma más común es el fenómeno del dolor, que indica la centralidad de la experiencia subjetiva en la medicina general. Y sin embargo, muchos médicos suelen mirar con desdén esta dimensión subjetiva de la práctica.

Con un poco de suerte, el desarrollo contemporáneo de las teorías neurocientíficas de la conciencia podría ayudarnos a reconocer la necesidad de estudiar la experiencia subjetiva con rigor científico, porque el análisis de la conciencia no puede llevarse a cabo si no abordamos la pregunta: ¿Por qué tenemos una experiencia subjetiva del mundo y de nosotros mismos? Y ¿cómo se forma esta experiencia? Estas son preguntas filosóficas, pero también son preguntas generales que orientan la investigación empírica en el campo de la neurociencia cognitiva.

LA COLABORACIÓN ENTRE LA MEDICINA Y LA NEUROCIENCIA puede traer grandes beneficios en el terreno del conocimiento, y eventualmente, en la práctica clínica. En primer lugar, podemos estudiar los trastornos caracterizados por pérdidas en la capacidad para tener advertencia de sí mismo. Una paciente de nuestro hospital, por ejemplo, tenía estados paroxísticos de un minuto de duración en los cuales presentaba ilusiones visuales y alucinaciones autobiográficas, y de inmediato sentía que las extremidades izquierdas —el brazo, la pierna— no eran suyas. Aunque la paciente había sido calificada como “histérica”, la investigación reveló que se trataba de un caso de epilepsia. El origen de la actividad eléctrica anormal era un parásito localizado en la corteza occipital de su hemisferio cerebral derecho. La propagación dela crisis epiléptica hacia la corteza parietal derecha era la causa de la asomatognosia, es decir, la pérdida en el sentido de propiedad sobre las extremidades izquierdas. En este caso, la neuropatología ofrece claves para entender una propiedad central de la autoconciencia corporal: el sentido de propiedad sobre nuestro propio cuerpo. Este caso revela también un problema de injusticia epistémica: se descalifica el testimonio de la paciente y se le llama “histérica” porque los síntomas son atípicos, abigarrados. La investigación clínica de la autoconciencia podría ayudar a prevenir este tipo de injusticia.

En segundo lugar, podemos estudiar los trastornos caracterizados por una irrupción de fenómenos anormales en el campo de la experiencia consciente. El problema de las alucinaciones tiene un gran valor en este contexto. Por ejemplo, una paciente de nuestra clínica había perdido la visión en la parte inferior izquierda del campo visual como resultado de una lesión cerebral. Cuando tenía crisis epilépticas, se presentaban imágenes visuales autobiográficas durante uno o dos minutos, pero aparecían tan sólo abajo y a la izquierda, en la parte ciega de su campo visual. Este caso proviene del campo de la patología neuropsiquiátrica, pero tiene una liga conceptual con un asunto común: me refiero al hecho de que todos tenemos un punto ciego en el campo visual, y sin embargo no lo vemos.

En el siglo xvii, Edme Mariotte, un físico y matemático francés, realizó estudios de disección del ojo humano y describió el área de la retina conocida como disco óptico, donde el nervio óptico se une al globo ocular. Advirtió que esta área, a diferencia del resto de la retina, no erasensible a la luz, y esto lo llevó a plantear que cada ojodebería tener un pequeño punto ciego. Los avances en la investigación anatómica y fisiológica nos permiten saber que, en efecto, esta área de la retina no tiene los receptores que captan la luz, es decir, los famosos conos y bastones. El asunto de interés es que —en general— no tenemos conciencia de este punto ciego o mancha ciega. Nuestro campo visual parece continuo, sin interrupciones. ¿Por qué no tenemos advertencia de esa zona de la retina en la que no se captan los estímulos luminosos?

Por una parte, la falta de estimulación en el punto ciego de un ojo es suplido por las señales que vienen del otro ojo; la visión binocular y el movimiento ocular contribuyen a ocultar la existencia del punto ciego. Pero incluso si cerramos un ojo, no advertimos inmediatamente la mancha ciega. Con la ayuda de técnicas muy sencillas cualquiera puede comprobar la localización del punto ciego. Se cuenta que Mariotte demostró su hallazgo a un cortesano del Rey Luis XIV pidiendo que cerrara un ojo y colocando una moneda frente al ojo abierto; buscando la posición estratégica —la localización de la mancha ciega— logró que la moneda desapareciera transitoriamente de la vista. Quizá esta parte de la historia es tan sólo una leyenda, pero el fenómeno óptico en el que se basa el relato es real. La pregunta permanece.

Si cerramos un ojo, no advertimos inmediatamente la mancha ciega. Con la ayuda de técnicas muy sencillas cualquiera puede comprobar la localización del punto ciego.

El problema de las ilusiones visuales, ya sean patológicas o cotidianas, nos da herramientas para confrontar teorías filosóficas y científicas acerca de la conciencia visual. La psicología ecológica de Eleanor y James Gibson, por ejemplo, es una corriente con tesis atractivas para explicar este tipo de conciencia, pero postula que tenemos una percepción directa del entorno. Si la percepción es directa, ¿cómo podrían formarse fenómenos como las ilusiones visuales, y en particular?, ¿cómo podríamos explicar fenómenos como nuestra falta de conciencia de una mancha ciega que está presente en los ojos de todas las personas? Otras teorías de la conciencia plantean que la experiencia visual se construye mediante el procesamiento predictivo de un modelo cerebral generativo: en otras palabras, nuestro cerebro construye un modelo del mundo y lo que vemos es la predicción, que se corrige, a su vez, mediante señales de los órganos sensoriales. ¿El cerebro reconstruye de manera ilusoria, mediante un proceso predictivo, los estímulos que deberían estar presentes en el punto ciego? Esta teoría puede explicar las ilusiones visuales, pero con frecuencia los teóricos del procesamiento predictivo exageran al plantear que toda la conciencia es ilusoria, o que toda percepción del mundo es tan sólo “una alucinación controlada.” Esto lleva a múltiples controversias entre científicos y filósofos. Pero los debates son necesarios para desarrollar una teoría con mayor poder explicativo. Por mi parte, como clínico, espero que esta línea de investigación aclare paulatinamente el enigma de los trastornos neuropsiquiátricos de la conciencia.

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