JAIME LÓPEZ es el mejor compositor del rock mexicano. Además, le entra sin miedo y sin meada a cualquier género / estilo que suene en las calles: bolero, mariachi, rap, norteña… Quién sabe cuándo cumplió 70 años porque no los representa —recién lo vi tocar en la Feria del Libro en Puebla y para nada parece restirado—, pero lleva dos, tres años celebrando a todo mecate: a manera de prefestejo publicó Paramecio & El Cantar de Casimiro (Katakana), libro autobiográfico de poemas, haikús y otras drogas eléctricas en el que, afirma, rescata la picaresca del Siglo de Oro español. Enseguida, el compositor, cantante, guitarrista, multiinstrumentista y actor de doblaje, sacó el disco solista número 15, el profundamente desmadroso Desde El Séptimo Pisto (Fonarte Latino), una colección de diez canciones en las que rinde homenaje a su vida, ídolos y amigos que lo han impactado aquí, allá y acullá.
Con la producción del propio López, Jesús Bustamante, Andrés Huerta y José Alfredo Sánchez, el primer homenaje con el que arranca es al “Gran Carnal José Agustín”, un blues a capella con el apoyo de su armónica en el que el septuagenario se encomienda de refilón al santo más descarrilado y atascado: José Agustín, San Agustín / el rocanrol no tiene fin. También está el agasajo rock / rap / funk / blues “Lora Nacional”, un himno al Festival de Avándaro que recuerda el desvergue estudiantil del 68 y el halconazo del 71 con la intervención de Alex Lora y un coro escolar. Hay otra rola tributaria desde la Portales en Noche Buena, un villancico azul en espanglish titulado “Dylancicon” en honor a Dylan Thomas y su célebre poema Do not go gentle into that good night, el eje macizo de la película de Christopher Nolan Interestellar.
MIENTRAS MUCHOS PENSAMOS en el retiro y la sobriedad antes de llegar a los 60, el magister López piensa en música / poesía / desorden y se regocija de llegar a los 70 en plena forma física y netafísica, en el rocanrol de ebrioday por el arrabal, demostrando que no hay peor tipo que un ex adicto o ex alcohólico predicador, en una celebración a la vida por su “Séptimo Pisto” (es salud). Hay una canción que me parece finísima, “Declaración”, un blues que remite de un patín al Unplugged de Neil Young y se adhiere a la cabeza durante días. Y tres autobiográficas de colección: “Querido Diario”, “Pasillo 77” y “Analco a Media Noche”, que certifican al filósofo del rol como el único mexicano tamaulipeco, chilango y tapatío al mismo tiempo.
Si Odio Fonky / Tomas de Buró —mi favorito y un clásico del rock mexicano— fue grabado en un departamento con José Manuel Aguilera en una grabadora de cuatro canales, Desde El Séptimo Pisto, que contó con una tribu de guitarristas, bajistas, bateristas, tecladistas y coristas (resumidos en vivo como Los Blackouts), está llamado a ocupar un lugar brillante en su discografía y en los anales de la música popular nacional. A quien opine lo contrario, lo espero a la salida de la estación del metro zácalo para resolverlo de un jalón en un tiro más derecho que
el tequila. ¡Vámonos recio!

